Un gobernador generoso

Que Ruckauf se muestre decidido a subordinar casi todo a sus ambiciones personales debería ser motivo de preocupación en el país.

Gracias a la solidaridad personal del gobernador Carlos Ruckauf, los niños pobres bonaerenses llevarán zapatillas a prueba de robo. Por lo menos, es ésta la impresión que el mandatario provincial está esforzándose por propagar echando mano a métodos supuestamente anacrónicos pero que, por desgracia, siguen empleándose en los bajos fondos de la politiquería criolla. Como ya es notorio, con el propósito manifiesto de hacer pensar que un regalo costeado por los contribuyentes fue financiado por él mismo de su propio bolsillo, el aspirante a erigirse en el próximo presidente de la Nación se las arregló para que las zapatillas repartidas por Acción Social tuvieran estampadas en la lengüeta su propia firma, procedimiento que, en un alarde casi surrealista, justificó afirmando que lo único que buscaba era impedir que las robaran los ladrones, especie que claramente abunda en la burocracia provincial. Es de suponer que el mismo principio debería aplicarse a los paquetes de azúcar que llegan a los comedores y que también llevan la firma del gobernador. Desde luego, pocos tomaron en serio la «explicación» que dio Ruckauf en un intento pueril por silenciar a sus críticos. El vicegobernador Felipe Solá -peronista que en ocasiones ha tildado de «nazi» a su jefe- calificó de «alcahuetería» la jugada, opinión que comparten virtualmente todos salvo los integrantes del círculo áulico ruckaufista, aunque a diferencia del vice nunca han fingido esperar que haya sido obra de «alguien más papista que el Papa».

Aunque en todos los países democráticos del mundo es normal que los políticos traten de brindar la impresión de que las eventuales mejoras producidas en el curso de su gestión son fruto de su propia generosidad -y, si están en el llano, atribuyen las carencias a la mezquindad personal de sus adversarios-, en las democracias auténticas no se permite que los «dirigentes» trasgredan ciertos límites. Es lícito decir que la ayuda social es un aporte de un país determinado o del «gobierno», pero no lo es vincularlo con un partido o con un «dirigente», a menos que sea cuestión del producto de dinero donado únicamente por los afiliados o por él mismo. Sin embargo, es evidente que Ruckauf no entiende esta distinción básica, razón por la cual no ha vacilado en apropiarse del dinero ajeno para utilizarlo en su campaña proselitista, lo cual hace prever que al acercarse las elecciones presidenciales procurará servirse de todos los muchos recursos que pueda brindarle la provincia de Buenos Aires.

El que Ruckauf se haya mostrado dispuesto a subordinar virtualmente todo a sus ambiciones personales debería ser motivo de profunda preocupación, en un país que ya ha experimentado demasiadas etapas signadas por la demagogia más flagrante y por el caudillismo de inescrupulosos rodeados de «alcahuetes». De estar en nuestro futuro un gobierno nacional de tales características, las perspectivas del país serían aún más sombrías de lo que sospechan hasta los pesimistas. Además de intentar difundir entre los sectores más pobres de la provincia la idea de que sea una suerte de Papá Noel bondadoso que está en condiciones de repartir dádivas por doquier, Ruckauf ha resultado ser capaz de procurar aprovechar en su propio provecho el auge de delincuencia que tantos estragos está produciendo en la jurisdicción que gobierna, instigando a los policías a actuar con la máxima contundencia sin dejarse inquietar por las circunstancias, actitud que naturalmente estimula a los uniformados más violentos que se creen impunes y que ya ha redundado en la muerte no sólo de sospechosos sino también de inocentes. Para colmo, el gobernador bonaerense parece creer que es de su interés sabotear la política económica de la Nación, oponiéndose alegremente a cualquier sugerencia de que le convendría reducir el déficit abultado que ha acumulado en el curso de su gestión. Desde su óptica particular, la irresponsabilidad así supuesta será provechosa porque, además de brindarle más pretextos para criticar con ferocidad la política del gobierno del presidente Fernando de la Rúa por no lograr reducir el déficit sin ordenar «ajustes», también espera que el despilfarro del cual está haciendo gala sirva para entusiasmar a los votantes.


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