“Un monumento para don Felipe”

En la Municipalidad de Neuquén se está armando el esquema administrativo que debe desembocar en el diseño, construcción y montaje de un monumento al señor Felipe Sapag en una esquina céntrica del Bajo de la ciudad. Si bien el reconocimiento hacia quien fue cinco veces gobernador del Neuquén es general y palpable, un monumento jerarquiza, institucionaliza y le da trascendencia temporal a ese sentimiento. Este hombre fue electo gobernador en cinco oportunidades, pero asumió en cuatro (la de 1962 fue anulada) y de éstas terminó dos; las dos restantes gestiones fueron truncadas por los golpes cívico-militares de 1966 y 1976. En otro período, desde marzo de 1970, fue interventor federal, nombrado por el gobierno militar encabezado entonces por el general Juan Carlos Onganía. Recién pudo desarrollar totalmente su mandato a partir de 1983 (hasta 1987) y de 1995 a 1999. El señor Felipe Sapag o don Felipe, como se lo conoce, fue un líder natural que supo interpretar las necesidades y ansiedades de su pueblo y a esa virtud le sumó una visión estratégica sobre la provincia y la región que le permitió alcanzar una dimensión notable, de estadista. Una mirada y una línea de acción que en estos tiempos no son tenidas en cuenta o son desvirtuada por gente de su propio partido pero que estoy convencido de que hay que retomar. Una mirada hacia el futuro que hoy se extraña en los hombres y mujeres que tienen responsabilidades de gobierno, demasiado preocupados por el día a día, la subsistencia y promover hechos que muevan las encuestas, engorden el clientelismo o beneficien a grupos empresarios que seguramente mañana serán sostenes de campañas proselitistas. Su fuerte liderazgo modeló y proyectó su partido casi como una fuerza hegemónica en la provincia, inmune a las influencias nacionales que durante décadas tomaron la derrota de los Sapag como un objetivo prioritario aun cuando la cantidad de votos de este distrito fuera inferior a la de un barrio de Capital Federal. Desde ese liderazgo y la fortaleza partidaria se modeló culturalmente la sociedad neuquina. No entro en calificaciones; juzgo hechos, acciones, resultados. Felipe Sapag y Jaime Francisco de Nevares –don Jaime, el primer obispo neuquino– fueron diseñadores de la sociedad neuquina; coexistieron, se ayudaron y recelaron. Uno desde lo político, estratégico, de desarrollo; el otro desde lo moral, lo ético, desde la rebeldía contra la opresión y la búsqueda de justicia. Ambos como sintetizando el mandato ínsito en el vocablo mapuche que le da el nombre a la provincia y que caracteriza al río de igual nombre (altivo, arrollador, impetuoso). Los homenajes póstumos llegan naturalmente a quienes son merecedores; no es necesario llenar las calles y los edificios de los pueblos con los nombres de los difuntos ilustres cuando los cuerpos todavía están tibios. No es bueno, no es saludable, no ayuda a la convivencia. Degrada el acto en sí mismo al aparecer como más interesado en hacerse notar al autor de la iniciativa que al propio homenajeado. ¿Ejemplos? Mil, algunos actuales. Los procesos tienen su tiempo. Los pueblos deben asimilar las ausencias. En Neuquén, la muerte de don Felipe se vivió con pesar. A varios años, con serenidad y consenso se prepara un monumento para honrar su memoria. Y está bien. En otro momento ocurrirá algo similar con don Jaime, con Abel Chaneton, con Gregorio Álvarez y con todos aquellos que con su capacidad y entrega construyeron la historia provinciana, una historia rica de la que los neuquinos poco conocen porque no hay suficiente preocupación por difundirla… o por conocerla. Ricardo Villar Presidente de la Junta Provincial CC-ARI Neuquén

Ricardo Villar Presidente de la Junta Provincial CC-ARI Neuquén


En la Municipalidad de Neuquén se está armando el esquema administrativo que debe desembocar en el diseño, construcción y montaje de un monumento al señor Felipe Sapag en una esquina céntrica del Bajo de la ciudad. Si bien el reconocimiento hacia quien fue cinco veces gobernador del Neuquén es general y palpable, un monumento jerarquiza, institucionaliza y le da trascendencia temporal a ese sentimiento. Este hombre fue electo gobernador en cinco oportunidades, pero asumió en cuatro (la de 1962 fue anulada) y de éstas terminó dos; las dos restantes gestiones fueron truncadas por los golpes cívico-militares de 1966 y 1976. En otro período, desde marzo de 1970, fue interventor federal, nombrado por el gobierno militar encabezado entonces por el general Juan Carlos Onganía. Recién pudo desarrollar totalmente su mandato a partir de 1983 (hasta 1987) y de 1995 a 1999. El señor Felipe Sapag o don Felipe, como se lo conoce, fue un líder natural que supo interpretar las necesidades y ansiedades de su pueblo y a esa virtud le sumó una visión estratégica sobre la provincia y la región que le permitió alcanzar una dimensión notable, de estadista. Una mirada y una línea de acción que en estos tiempos no son tenidas en cuenta o son desvirtuada por gente de su propio partido pero que estoy convencido de que hay que retomar. Una mirada hacia el futuro que hoy se extraña en los hombres y mujeres que tienen responsabilidades de gobierno, demasiado preocupados por el día a día, la subsistencia y promover hechos que muevan las encuestas, engorden el clientelismo o beneficien a grupos empresarios que seguramente mañana serán sostenes de campañas proselitistas. Su fuerte liderazgo modeló y proyectó su partido casi como una fuerza hegemónica en la provincia, inmune a las influencias nacionales que durante décadas tomaron la derrota de los Sapag como un objetivo prioritario aun cuando la cantidad de votos de este distrito fuera inferior a la de un barrio de Capital Federal. Desde ese liderazgo y la fortaleza partidaria se modeló culturalmente la sociedad neuquina. No entro en calificaciones; juzgo hechos, acciones, resultados. Felipe Sapag y Jaime Francisco de Nevares –don Jaime, el primer obispo neuquino– fueron diseñadores de la sociedad neuquina; coexistieron, se ayudaron y recelaron. Uno desde lo político, estratégico, de desarrollo; el otro desde lo moral, lo ético, desde la rebeldía contra la opresión y la búsqueda de justicia. Ambos como sintetizando el mandato ínsito en el vocablo mapuche que le da el nombre a la provincia y que caracteriza al río de igual nombre (altivo, arrollador, impetuoso). Los homenajes póstumos llegan naturalmente a quienes son merecedores; no es necesario llenar las calles y los edificios de los pueblos con los nombres de los difuntos ilustres cuando los cuerpos todavía están tibios. No es bueno, no es saludable, no ayuda a la convivencia. Degrada el acto en sí mismo al aparecer como más interesado en hacerse notar al autor de la iniciativa que al propio homenajeado. ¿Ejemplos? Mil, algunos actuales. Los procesos tienen su tiempo. Los pueblos deben asimilar las ausencias. En Neuquén, la muerte de don Felipe se vivió con pesar. A varios años, con serenidad y consenso se prepara un monumento para honrar su memoria. Y está bien. En otro momento ocurrirá algo similar con don Jaime, con Abel Chaneton, con Gregorio Álvarez y con todos aquellos que con su capacidad y entrega construyeron la historia provinciana, una historia rica de la que los neuquinos poco conocen porque no hay suficiente preocupación por difundirla... o por conocerla. Ricardo Villar Presidente de la Junta Provincial CC-ARI Neuquén

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