Cataratas del Iguazú: los secretos para volver a asombrarse en la maravilla natural argentina
En el corazón verde de Misiones, la selva paranaense invita a mirar de nuevo lo que creíamos conocer. La Garganta del Diablo sigue siendo un golpe de emoción, pero el Parque Nacional Iguazú guarda caminos, rituales y silencios que renuevan la experiencia del viaje.

Se puede volver una y mil veces al mismo paisaje. Tener las fotos familiares en blanco y negro, o las postales que el tiempo amarilleó. Pero hay algo que no cambia: ese instante de asombro cuando el vapor de la Garganta del Diablo se eleva como una nube viva y el estruendo del agua obliga a callar. “Una pesadísima cortina de agua”, la llamó Horacio Quiroga. Y sigue siendo eso: una fuerza que no se explica, solo se siente.
Aunque la postal es conocida, el Parque Nacional Iguazú, con sus más de 67 mil hectáreas de selva, ofrece mucho más que sus pasarelas icónicas. Hay senderos que se internan entre árboles centenarios, ríos que se vuelven espejos al atardecer y comunidades que comparten su cultura guaraní con los visitantes.
La ruta escénica de la selva
Antes del bullicio del parque, el recorrido por la Ruta Nacional 101 permite entrar en “modo selva”. Son 32 kilómetros de camino rojo, bordeado de palmitos y arroyos, donde el silencio tiene su propio ritmo. En las paradas interpretativas se pueden ver tucanes, mariposas monumento y, si hay suerte, algún mono caí saltando entre las ramas.
Los guías suelen recomendar ir temprano o al atardecer, cuando las aves se muestran con mayor generosidad. En los miradores, los observadores esperan quietos, con binoculares en mano. En la quietud del monte, hasta el más mínimo movimiento se vuelve un espectáculo.

Paseo de Luna llena
De día, la Garganta del Diablo deslumbra; de noche, hipnotiza. Solo cinco noches al mes, bajo la luna llena, se permite recorrer las pasarelas en silencio. Las entradas son limitadas, apenas 120 por jornada, y la experiencia tiene algo de ritual.
El tren se interna en la oscuridad hasta la estación final. Desde allí, una caminata de más de un kilómetro lleva al borde mismo del salto. El resplandor plateado de la luna transforma las gotas en polvo luminoso. No hay multitudes ni ruido, solo el sonido grave del agua cayendo y la sensación de estar en un sitio sagrado.
Sendero Macuco
Muchos turistas pasan por alto este recorrido, pero quienes lo hacen descubren otra cara del parque. El sendero Macuco, de siete kilómetros, se interna en la espesura hasta llegar al Salto Arrechea, una cascada de 23 metros que cae sobre una pileta natural de agua transparente.

El camino, con raíces entrelazadas y tramos de sombra profunda, exige algo de esfuerzo, pero recompensa con escenas únicas: mariposas que cruzan el aire, monos que saltan entre ramas y el perfume húmedo de la tierra. Conviene iniciarlo temprano, cuando el sol apenas roza las copas y los sonidos de la selva todavía son suaves.
Tradiciones y comunidad
A pocos minutos de Puerto Iguazú, la comunidad Mbya Guaraní Jasy Porã abre sus puertas para compartir parte de su cultura. Las familias viven entre los árboles de la Selva Yryapú, donde producen artesanías y cultivan plantas nativas.
Durante la visita se recorren sus viviendas, se aprende sobre las trampas de caza y se escucha la historia del palo rosa, el árbol sagrado que los acompaña desde siempre. Es una experiencia serena y respetuosa, una forma de entender la selva desde su raíz humana.
El agua, entre el vértigo y la calma
Las excursiones acuáticas son el corazón de Iguazú. La Gran Aventura combina un breve recorrido por la selva en camión descubierto y una navegación en lancha que llega hasta el mismo pie de los saltos. El momento en que la embarcación se mete bajo la cortina de agua deja a todos empapados y eufóricos: un bautismo natural imposible de olvidar.

Del otro lado de la experiencia, el Paseo Ecológico propone todo lo contrario: remar en silencio por el delta del río Iguazú, entre islas y vegetación. A veces aparece un yacaré quieto en la orilla, o el vuelo rasante de un tucán. En esa calma húmeda y tibia, uno entiende que las Cataratas no son solo un salto: son un universo de agua y vida.
Cómo llegar:
Vuelos desde Buenos Aires a Puerto Iguazú con Aerolíneas Argentinas, Flybondi o JetSmart.
En la ciudad, la empresa Río Uruguay une Puerto Iguazú con el PN Iguazú. Pasaje, $ 5.000, solo efectivo.
Ingresos:
Entrada al Parque Nacional Iguazú: $15.000 para residentes nacionales (50% de descuento el segundo día).
En el parque, se paga en efectivo. Para evitar colas, sacar la entrada online (argentina.gob.ar/interior/parquesnacionales).
Imperdible:
Excursión a la Garganta del Diablo con luna llena: duración dos horas, $ 90.000 y $ 45.000 para niños de 6 a 12 años (iguazuargentina.com).
Dónde informarse
- argentina.gob.ar/interior/parquesnacionales.
- iguazuargentina.com
- @visit_iguazu (en Instagram).

Se puede volver una y mil veces al mismo paisaje. Tener las fotos familiares en blanco y negro, o las postales que el tiempo amarilleó. Pero hay algo que no cambia: ese instante de asombro cuando el vapor de la Garganta del Diablo se eleva como una nube viva y el estruendo del agua obliga a callar. “Una pesadísima cortina de agua”, la llamó Horacio Quiroga. Y sigue siendo eso: una fuerza que no se explica, solo se siente.
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