Chiara viaja sola para encontrarse, de Lamarque al mundo, con una mochila al hombro y muchas preguntas
Tiene 23 años, una mochila liviana y narra lo que ve, lo que siente. Desde que salió de Lamarque, Chiara Ferrarino escribe su historia mientras viaja por América Latina.
En Barichara, un pueblo colonial de 15.000 habitantes en las montañas de Colombia, Chiara Ferrarino encuentra una esquina de sombra para escribir. Tiene un café en la mesa, la brisa en la cara y ocho meses de ruta en el cuerpo. Desde allí, mira hacia atrás sin apuro. “Siempre tuve una energía inquieta y una curiosidad difícil de contener. Esa necesidad de explorar me marcó el camino, incluso cuando no sabía bien hacia dónde iba”, escribe, como si al fin pudiera escuchar, lo que su historia le venía susurrando.
Nació en Choele Choel, creció en Lamarque y a los 17 años, se fue. Primero un año a Francia con un intercambio del Rotary Youth Exchange, al volver, se mudó a estudiar en Buenos Aires, y más tarde, armó las mochilas, una de 18 kilos, otra cargada de decisiones e incertidumbres. No era una huida, sino una búsqueda de mundos, de vínculos, de ella misma.
“En mi CV suelo decir que hago un poco de todo. Soy diseñadora gráfica freelance, escribo en mi blog y trabajo con marcas generando contenido con propósito. Hoy vivo viajando mientras combino mis pasiones, la escritura, el diseño y esa necesidad constante de descubrir”, relata.
No hay itinerarios apurados ni rutas marcadas. Desde que tiene memoria, quiere viajar por el mundo. Recuerda: “una vez leí el suplemento Voy del diario Río Negro, entrevistaban a una chica que era nómada digital, y pensé: Yo quiero ser eso”. Ese deseo se sembró temprano y germinó en silencio, hasta hacerse acción.
“Arranqué por América Latina, desde México hacia el sur. Fui bajando a mi ritmo, como se baja una montaña: con pasos firmes, a veces temblorosos, pero siempre mirando el paisaje. México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y ahora Colombia”. Cada país fue una estación interna, una parte de su travesía.
Una noche en Oaxaca, compartía cervezas y chapulines en la terraza de un hostel, y alguien le preguntó por qué viajaba. Y aunque ya lo hacía, recién entonces empezó a responderse. “Ahí se me llenó el cuerpo de preguntas. Me di cuenta que me había ido con un propósito, pero no me había animado a mirarlo de frente”. Porque viajar también es eso, detenerse a preguntar, incluso cuando la respuesta tarda en llegar.
El viaje es mucho más que recorrer kilómetros, que sumar pueblos a un itinerario. “Para mí, no fue levantarme un día y decir ‘ahora sí, cambié’. Fue un proceso lento, lleno de decisiones pequeñas, empezar yoga, respirar más lento, no responder mensajes que me incomodan, llorar sin culpa, nombrar lo que siento, estar sola sin sentirme sola. Hoy no me siento perdida. Me siento en proceso y eso, ya es una transformación”.
Escribe que viajar también es frustrarse, extrañar, cargar con una mochila física y emocional. Es encontrar consuelo en un mate compartido con un extraño o en una videollamada con alguien que le recuerda quién era. “No todo es postal. Hay días grises, decisiones difíciles, procesos que no se entienden mientras suceden. Pero también hay momentos de certeza, donde sabés que estás justo donde tenés que estar, aunque no sepas qué viene después”. Y con eso alcanza para seguir.
Renacimiento, palabras que viajan
En su blog, vuelca sensaciones de esos lugares que le pasan por el cuerpo, y por el alma, y Chiara lo llama Renacimiento (o «Doc(s) sin Titulo«). Escribe porque necesita ordenar lo que le pasa, pero también porque cree que es una forma de tender puentes. De compartir lo que vive con quienes también sueñan.
Chiara escribe para entenderse, pero también para decirle a otros lo que ella misma necesitó escuchar: “ No hay un momento perfecto. No hay un plan ideal. Lo único que necesitás es una pequeña certeza: que querés intentarlo, todo lo demás se aprende en el camino. Porque viajar no siempre es fácil, pero es profundamente revelador. Es una forma de volver a vos, de sacarte capas. De descubrir nuevas formas de habitarte. Y créeme, si te animás, te vas a sorprender de quién podés llegar a ser cuando te escuchás de verdad”.
Viajar sola siendo mujer
Reconoce que socialmente da miedo. El primer tramo lo hizo con alertas altas y prejuicios que también se había creído. Pero ese miedo se transformó. “Descubrís que se puede andar sola sin estar sola. Que la gente cuida, acompaña, conversa. Que los estereotipos no son más fuertes que la intuición, ni que la red invisible que une a los viajeros”. Hay cosas que solo se aprenden en el camino. Claro que hay riesgos, pero jura que también muchísima vida.
Si pudiera armar su lugar en el mundo con lo que fue encontrando, tendría “las casas de Barichara, los colores de Oaxaca, los atardeceres de Nicaragua, los verdes de Honduras y la paz de la Sierra Nevada”. Con eso, podría construir un hogar con alma de ruta. Su manera de viajar es una forma de pertenecer, aunque sea por un rato, al pueblo donde está, vivir como local, indagar. Armó el recorrido desde la intuición, sin apuro.
“Descubrí la manera de viajar gastando poco, a través de voluntariados a cambio de hospedaje y comida. Así no solo recorría, me sumergía. Me integraba a los ritmos del lugar, aprendía costumbres, cocinaba platos locales, charlaba con los vecinos. Practiqué idiomas, desarrollé habilidades nuevas y, sobre todo, construí vínculos”.
Sabe que la historia no termina en Colombia. Le queda cruzar el Amazonas en un barco de carga, llegar a Perú y seguir. No sabe bien adónde, y eso está bien. “Me gusta no tenerlo del todo claro. Aprendí que lo más valioso no siempre está en el mapa, sino en lo que te transforma mientras avanzás”.
Chiara Ferrarino comparte su historia viajera en su blog, Renacimiento (o «Doc(s) sin Titulo«).
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