Hasta los de River ayudaron al hincha de Boca que recorrió la ruta 40 en bicicleta

El sanjuanino Omar Linares partió de la capital de su provincia y pedaleó 70 inolvidables días hasta Tierra del Fuego. Y comprobó que siempre aparece una mano solidaria cuando hay problemas en el camino, no importa el color de la camiseta. Acá cuenta la historia.

Partió de San Juan el 20 de diciembre por la ruta 40. Omar Linares, de 39 años, había leído notas y visto videos de ciclistas que llegaban al fin del mundo y él también quería cumplir con ese sueño. Un día se animó: puso a punto la bicicleta, cargó la carpa, comida para cuatro días, una muda de ropa y salió. No olvidó las tres camisetas de Boca para alternar sobre la térmica. Y si cada día se asombraba con los paisajes que le ofrecía el camino, también lo sorprendió la solidaridad rutera cada vez que surgía un imprevisto: una rotura, quedarse sin agua, tener que conseguir un vehículo para cruzar a Chile e ingresar después a Tierra del Fuego, su destino final. Pronto lo supo: en la ruta son todos del mismo equipo y el clásico es darse una mano.

En Los Tamariscos. A mitad de camino entre Gobernador Costa y Río Mayo, Chubut.

«La gente mejoró mi viaje», dice Omar ahora, ya de regreso en la capital puntana y de nuevo en su trabajo en la construcción. «Representé orgulloso, como siempre, a Boquita y a San Juan. Y a lo sumo me dijeron «sos bostero pero te ayudo igual», relata con una sonrisa al recordar los encuentros con hinchas de otros equipos, los de River incluidos.

En su rodado 29 (de 24 velocidades y ocho cambios) avanzó un promedio de 80 km diarios, que podían ser 60 en subida o 130 en bajada. En ascenso llegaba a los 10 km/h y en descenso entre 20 y 30 km/h. «A medida que me iba fortaleciendo, iba más rápido», cuenta.

Llegó a Lapataia el 2 de marzo, el punto donde termina la ruta 3 en Tierra del Fuego y todos se asombran de que no haya más camino.


¿Hay problemas? Hay ayuda


«El viaje fue bueno con sus complicaciones. Pero todo lo malo que me fue pasando con roturas y problemas lo iba resolviendo con la gente que conocía en el camino y me ayudaba, así de simple y de lindo», dice Omar.

Con Marcelo en la ferretería de Río Grande. Le arregló la parrilla de la bici y no lo quiso cobrar nada.

Eso le pasó, por ejemplo en Río Grande. La parrilla había cedido otra vez por el peso y entró a la ferretería que atendía Marcelo en esa ciudad de Tierra del Fuego a 220 km de Ushuaia.

«Iba a comprarle alambre y tornillos. Me arregló todo y cuando le quise pagar me dijo ‘no, no tenés que pagar nada, es un regalo’. No me quiso cobrar ni los materiales», recuerda.

Con otros dos ciclistas que conoció rumbo a Bariloche.

Otra vez, cuando pedaleaba rumbo a Bariloche conoció a Pichi y Meleco, dos ciclistas que finalizaban su recorrido en esa ciudad de la cordillera.

Agua de vertiente en el Camino de los Siete Lagos.

«Era un día lluvioso, yo venía congestionado, con una mini gripe. Ellos terminaban su aventura en Bariloche y yo seguía. Me vieron algo mal y me regalaron una cajita de Paracetamol y también 1.000 pesos. ‘Nosotros nos quedamos acá, pero vos seguís’ me dijeron».

Para entrar a Chile y luego llegar a Tierra del Fuego, viajeros solidarios lo llevaron en sus camionetas porque no le permitían hacerlo en bicicleta. «En la ida, con Rosa y Marcelo, quienes además después me recibieron en su casa y su hijo Nicolas me llevó a un tour inicial. En la vuelta, Orlando Gorrillo y su hermano Jorge, todos unos capos».

Y cuando tuvo que hacer Aduana para entrar y salir de Chile para llegar a Tierra del Fuego, pensó que se había acabado su suerte. No le permitían hacerlo en bicicleta, debía hacerlo a bordo de un vehículo. Pero todas las camionetas que veía iban demasiados cargadas, hasta que cinco horas después, apareció otra vez la solidaridad.

Marcelo y Rosa lo subieron a la camioneta para llevarlo hasta Ushuaia y cuando se disponía a ir al camping municipal lo invitaron dos días a su casa. «Venite con nosotros», le dijeron.

En la capital de Tierra del Fuego.

Del peso que cargó al desgaste en la bicicleta


Partió de San Juan con 20 kilos, entre la bolsa de dormir, la carpa amplia para poder guardar la bici, fideos, arroz, picadillo y agua. El peso, que dañó los rayos en el ripio, fue un gran tema a lo largo del viaje. «Nada resultaba, hasta que en la Casa del Ciclista en Cholila logré conseguir un canasto viejo de los de antes. Ahí todo cambió», dice.

En lago Guillelmo, Bariloche. «Acampé en lugares increíbles», cuenta.

La rueda trasera sintió el impacto de los 4.000 km que hizo. «Y los frenos a disco se desgastaron de tanto frenar en la bajadas con curvas sinuosas«, relata.

El viaje le dejó otras anécdotas, como el día que el clima cambió de repente, el viento soplaba con furia y su carpa despegó. «Fue un descuido de novato. Tuve que salir a correrla porque parecía un barrilete. Hasta que al final logre alcanzarla porque se trabó en un palo a unos 500 metros de trepada en un cerro», relata.

En El Chaltén, un espectáculo.

En el cierre de la entrevista, Omar aclara que mencionó solo algunos ejemplos de una larga lista. «Nombrar a todos es olvidarme de alguien, desde quienes en un momento me tiraron unos pesos porque se puso duro el viaje con esas roturas inesperadas, a la gente en la ruta que saludaba y otros que paraban y ofrecían fruta o conservas. Yo también paraba para saludar a todos y a los ciclistas que preguntaban les contaba dónde la pasé mejor y los aconsejaba».

Se despide así: «La ruta me dejó grandes experiencias y conocer grandes personas. Tiene algo de mágico. Y es real que en el camino primero nos une la adversidad y después queda la amistad. Solo me queda agradecer a todos los que me ayudaron con lo que necesité en cada momento de esta gran aventura».


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