«Esto es un tesoro», llevó a su papá a Limay Medio a pescar las marrones migratorias y no lo olvidarán

Diego Hernández y su papá Juan, de 77 años, vivieron tres días de camping y pesca entre charlas atadas con tanza a su gran pasión, piques y momentos que no olvidarán. Este río es famoso por la buena pesca, especialmente en esta época, cuando se centra en las grandes marrones migratorias.

El aire otoñal ya se sentía en Cipolletti. Diego Hernández sabía que esa mañana no era como cualquier otra. Al doblar la esquina, lo vio: su papá lo esperaba firme en la vereda, con la caña en una mano, la caja de pesca en la otra y el bolso colgado del hombro. Aunque fue quien le enseñó a pescar, no era fácil coincidir. Juan vive en San Martín de los Andes pero había llegado a Cipolletti a visitarlos. Por fin, el plan se concretaba.

Diego es un enamorado del Limay Medio, y allí pasa la mayor parte de los días desde que la temporada de pesca abre en noviembre y cierra a fines de mayo. Su papá se subió, pasaron a buscar a Carlos Baigorria en Neuquén, y salieron rumbo al río. Al llegar, los recibió un sol cálido que reposaba sobre el agua como si también esperara la jornada.

“Fuimos tres días y nos tocaron tres jornadas espectaculares”, cuenta Diego. Acamparon en el refugio LMD (Limay Medio Desembocadura), que armaron con amigos en la costa. Allí tienen todo organizado: dormis, bolsas de dormir, fogón, y sobre todo, historias.

Diego Hernández y su papá Juan, con una de las truchas marrones migratorias que sacaron en tres días de pesca. Fotos y videos Carlos Baigorria.

Mientras se alistaban, Diego y Carlos le explicaban a Juan dónde tirar, cómo leer la corriente, cuál era la velocidad ideal. Juan, con atención quirúrgica, seguía las instrucciones al pie de la letra. El pique estaba difícil, “Había que hacer bien las cosas y el tipo las seguía al pie de la letra y las buscaba”, se ríe Diego.

En ese rincón de la Patagonia, el tiempo se difuminaba. Mientras le explicaba a su viejo, como tentar a las marrones, le venían los recuerdos de niño. Juan fue el que le enseñó a pescar, aunque busca en la memoria, no puede recordar el momento preciso en el que sacó el primer pez. Sabe sí, que era muy pequeño.

“Es una pasión que compartimos de toda la vida. Recuerdo que me llevaba al Mari Menuco, a El Chocón, a todos lados. A veces íbamos con mis tíos, otras con sus amigos o con mi mamá. Él pescaba con spinning, pero yo me tiré más por la mosca, desde hace 20 años”.

El otoño marca el mejor momento de pesca en Limay Medio.

Aunque no era la primera vez de Juan en el Limay Medio, las anteriores habían sido escasas y sin mayor suerte. Esta vez, el río tenía otra historia preparada. Las truchas estaban ahí. Grandes. Hermosas.
Todas las capturas de esos días fueron marrones migratorias (ver aparte). Truchas de 4 o 5 kilos, bien alimentadas, robustas, preparándose para el desove. “Allá en San Martín no se vive tanto esto, no se da el mismo cortejo migratorio”, explica Diego.

Hubo un instante en que, parados uno al lado del otro, padre e hijo engancharon una trucha al mismo tiempo. Diego lo dice con una sonrisa: eso no pasa seguido. Es un regalo del río y recomienda: “Los que tienen a su papá vivo, hagan esto. Es de otro planeta. El río te da una paz, un aura especial”, reflexiona.
El silencio lo envolvía todo, interrumpido solo por el canto de un ave o el murmullo constante del agua. Las charlas, entonces, eran otras. Conexión verdadera. Más que padre e hijo. Una comunión.

“Esta salida me quedó marcada porque mi viejo ya está grande y compartimos algo excelente. Tanto él como yo nos sentimos súper realizados”. Carlitos también lo vivió a pleno y se dedicó a documentar cada momento. Fotos, videos, memorias que no se borran.

Atardecer en el río momentos mágicos de mayo.

Por las noches, encendieron el fuego junto al río. No querían despegarse de ese lugar, la temperatura estaba agradable. Y dos lindos asados coronaron las jornada. También estaban Pablo Blasco y su padre Oscar. “Siempre nos encontramos con amigos, en el río, hay gente en el refugio y son gratas compañías por las noches”.


Mayo en Limay Medio: lo que recomienda un pescador


La temporada sigue hasta el 31 de mayo, y es el momento soñado por muchos. El Limay es un río único por su entorno natural y de clase mundial por la calidad de sus truchas. En sus aguas cristalinas ocurre la migración de las truchas marrones en agua dulce en abril o mayo. El proceso comienza en el lago Nahuel Huapi. Allí, las truchas se alimentan y entran al río a desovar. A esta altura, se encuentran cardúmenes de piezas de hasta 8 o 9 kilos.

Los pescadores llegan a buscar estas truchas en “estado salvaje”, y si bien no son muchas las capturas, cuando se dan, son memorables. “Por estos días llegan pescadores de todo el país, muchos de Chile. Amigos de pesca, a los que sacamos y devolvemos favores”, dice Diego.

Son los últimos días de pesca antes de entrar en la veda.

Desde noviembre vivió la temporada junto al río, y la cataloga como “muy buena”. El pescador da sus recomendaciones: usar señuelos que imiten alevinos o crustáceos, porque las truchas en migración siguen comiendo y están algo territoriales. Usar línea de hundimiento rápido, líder firme, para asegurar las capturas, por lo menos de 0,31 mm.

“Pescamos desde la costa; las embarcaciones sirven solo para trasladarse entre diferentes puntos”, comenta. Las migraciones suelen comenzar con los machos y luego las hembras, aunque no siempre es así. En un mismo pozo han sacado hasta tres truchas del mismo tamaño. “Son cardúmenes del mismo tamaño”, cree Diego.

Los machos se reconocen por sus maxilares más marcados, el gancho característico, mientras que las hembras tienen una cabeza más fina y terminada en punta.

Por estos días, el río viene estable, con buen caudal. Si no hay erogaciones bruscas, el cierre de temporada promete. Si hace frío aumenta la demanda de energía y sube la erogación. Pero por ahora, todo está ideal.

Cuando llegue el final, tocará descansar. Aunque no tanto. Algunos fines de semana, para despuntar el vicio, irán a algún lago o embalse donde la pesca esté habilitada en invierno. “Esperar hasta noviembre es mucho”, dice Diego, entre risas. Siempre habrá una salida. Siempre habrá una trucha para pescar y devolverla al río al grito de “Siempre al agua”, esa frase que lo caracteriza y esta vez, pronunció a coro con su papá.


Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios