«No se puede creer»: fueron al norte neuquino, picaron estas truchas y hasta «pescaron» con la mano
Seis amigos decidieron volver de Mendoza a Cipolletti por la maravillosa ruta 54 que recorre el norte neuquino para acampar y pescar en la cordillera, entre cóndores, arroyos de deshielo y arrieros. Nunca imaginaron que uno de ellos "pescaría" una trucha con la mano. No te pierdas las fotos y el video.
Seis amigos exploraban los paisajes del norte neuquino que desconocían el martes pasado. Y mientras se felicitaban por la decisión de haber ido y se maravillaban por ese horizonte de picos aún nevados, el verde de las pasturas en las montañas donde se apiñan las chivas y las ovejas, las lagunas de aguas cristalinas, los arroyos de deshielo y los cóndores que planean en las alturas en el cielo puro de la Patagonia, cinco de ellos decidieron ir a pescar a la laguna Varvarco Campos, en esa joya que es Los Cerrillos pasando Manzano Amargo bien al norte y al oeste del mapa de la provincia, cerca del límite con Mendoza y con Chile por la espectacular ruta 54 que tenés que recorrer alguna vez en la vida.
En esa mañana soleada, el sexto hombre prefirió ir a probar suerte a un arroyo. Cuando se encontraron después en el campamento que montaron a metros del puesto de los guardafaunas, los cinco contaban su felicidad por las truchas arcoíris que pescaron y devolvieron.
-¿Y a vos cómo te fue? -le preguntaron a Matías.
-Bien, bien -contestó mientras paladeaba lo que seguía.
-¿Pero sacaste algo?
-Y, yo pesqué una con la mano…
-¡¿Cómo?!
-Mirá -dijo y les mostró la filmación en el celular.
De Cipolletti a Mendoza
Todo había empezado el último sábado, cuando los seis partieron en dos camionetas desde Cipolletti y Neuquén rumbo a San Rafael. en Mendoza. Uno de ellos, el instructor de pesca con mosca Matías Fernández Carro, daría una clínica.
Lo acompañaban cinco pescadores a los que conoció en los cursos que da y que el tiempo convirtió en sus compañeros de aventuras: Alberto Jardón, Carlos Ameglio, Juani Jofré, Marcelo Fuentes y José «Picante» Pino, apodo que se ganó a principios de octubre por el largo tiro de 45 metros con el que clasificó en el torneo de Fly Casting que se disputó en Allen, en su primera participación.
En plena clínica en San Rafael, Mendoza. El padre Neri Gaete, pescador con mosca, se acercó a saludar. Aquí, con el instructor Matías Fernández Carro. El 25 y 26 de febrero, en Dina Huapi habrá otra edición del Torneo Argentino de Fly Casting, organizado por la Asociación Argentina de Fly Casting.
«Salió todo muy bien. El objetivo era que aprendieran a tirar más largo para cuando viajen a pescar a los ríos y lagos del sur, más amplios y caudalosos que los pesqueros mendocinos. También el manejo de líneas y el de moscas grandes para truchas grandes, como solemos decir», explica Matías, vicepresidente de la Asociación Argentina de Fly Casting.
De San Rafael al norte neuquino
Partieron desde el Alto Valle con la idea de volver por el norte neuquino, ese tesoro que que de a poco está dejando de ser el secreto mejor guardado de la Patagonia. Descargaron los mapas y el lunes encararon desde San Rafael a Malargüe, de ahí a Barrancas, ya en Neuquén, donde armaron el campamento para dormir.
Las ráfagas de viento llegaban a 100 km/h y tuvieron que asegurar bien las carpas. «Pero igual se movían mucho, a uno de los chicos el techo le rozaba la nariz. Yo dormí abrazado al gazebo por miedo a que se volara», cuentas Matías.
A la mañana siguiente continuaron viaje por la ruta 53 a más de 2.000 metros de altura en el Cajón de los Nevados (2805 metros fue la máxima que marcó el GPS) y bordearon la mítica laguna Cari Lauquen en el límite entre Mendoza y Neuquén.
En las paredes de las montañas que la rodean están las marcas del dique natural que cedió el 29 de diciembre de 1914 y arrastró lo que encontró a su paso. Uno de los integrantes del grupo contó la historia que conocía al detalle. Hace 109 años, este telegrama alertó a los pobladores en áreas cercanas a los ríos Barrancas y Colorado: “Anteanoche reventó la laguna Cari Lauquen. Enorme avenida de agua arrasa valle del río. Asegúrese”.
Pararon a hacer fotos y siguieron camino. Entonces se dieron cuenta del error: habían comprado hielo pero olvidaron tapar la conservadora.
La solución la encontraron unos kilómetros más adelante, cuando vieron un manchón de nieve y tomaron lo que necesitaron para conservar alimentos y bebidas.
De paso, aprovecharon para gastar al conductor que sentía un ruido en la camioneta, seguía y decía que volvía a sentir el ruido. «Tranqui, acá cerca hay una concesionaria», le decían.
Ya en la ruta 54 que atraviesa los puestos de los arrieros en la Cordillera de los Andes y que corre pegada al río Neuquén, ese gigante que se une al Limay más de 400 km al sur para dar vida al río Negro que irriga las chacras de los valles, pero que aquí arriba nace como apenas un hilito de agua que cae entre las piedras al que se suman los arroyitos de deshielo para hacerlo crecer, armaron el campamento para la segunda noche cerca de los guardafaunas.
A ellos les agradecieron su buena onda, su disposición a ayudar e informar y su trabajo para preservar la naturaleza y detectar a los depredadores. «Tiene sentido de pertenencia, le ponen garra, es lindo verlos laburar», dice Matías.
Para llegar hasta ahí, vadearon el Neuquén 19 veces y la altura máxima que encontraron fue de unos 30 centímetros. Ya sin ese viento, tras la caída del sol vieron brillar las estrellas como nunca antes, en ese paraíso agreste sin contaminación lumínica donde cada tanto quiebra la oscuridad el destello de los faroles de los crianceros.
Lo que recomiendan para viajar al norte neuquino
El instructor señala que lo mejor es ir con una 4×4, bien equipados, llevar todo lo que vas a consumir, mirar el pronóstico y prepararte para quedar incomunicado: solo encontraron Wi Fi en un restaurante en Barrancas, en el puesto de los guardafaunas y en Manzano Amargo, donde hay además señal de celular. También recomienda ir con cubiertas en buen estado por las rocas y las piedras que asoman en la traza de tierra, que las pueden tajear.
A la mañana siguiente, fue el momento de salir a pescar. Si la noche había sido inolvidable, lo que seguiría no se quedaría atrás.
"Y, pesqué una con la mano"
Cuando Matías vio en el arroyo a esa trucha que intentaba remontarlo sin suerte, sin posibilidades de lograrlo, tuvo el impulso de tomarla con la mano en un movimiento rápido y devolverla al arroyo.
«Iba a tener que volver, lo único que hice fue acelerar eso porque adelante había rocas y un salto de metro y medio. Tenía un guante especial y por eso no la apreté. Era un juvenil de unos 250 gramos, del tamaño del que sirven en el plato en los restaurantes. Se metió bajo una piedra, la volví a agarrar y soltar. Ahí sí se fue y no la vi más«, relata.
Después se reencontró con sus cinco amigos, que venían felices con la pesca en la laguna, Todo con mosca, anzuelo sin rebaba y devolución y no podían creer la historia de Matías.
Ya era tiempo de levantar campamento y volver a Neuquén y Cipolletti. Un viaje inolvidable había terminado.
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