Las familias que viven al galope

El hipódromo perdura gracias al esfuerzo de un puñado de entusiastas. El turf patagónico desde adentro.

En el oeste hay domingos que son diferentes. Una vez al mes el hipódromo del Jockey Club Bariloche llena sus tribunas de antaño y la pasión por los caballos renace en cada visitante que sujeta con fuerza la boleta con el nombre del posible ganador.

Pasaron más de 40 años desde su fundación. Fue en la década de 1970 cuando aquellas familias que se habían arraigado en la zona decidieron comprar las tierras en las que hoy se emplaza la única pista oficial de la región.

“Tratamos de que esto no se muera”, explica Carlos Lavagnino acerca del pase de una generación a otra. Todos lo conocen como “Chachi” y es el presidente de la Comisión de Carreras. Asegura que “no se puede vivir de esto” y lamenta que –a veces– se tenga un idea equivocada del lugar.

En septiembre se celebró el aniversario del club. Carlos explica que la idea es hacer del hipódromo un lugar en el que la familia pueda pasar la tarde. Para eso se habilitó una confitería, un rotonda y boxes para conocer a los caballos e incluso una zona de “remate”, que no es otra cosa que el lugar en el que se realizan las apuestas.

Carlos confió que en los días de carrera se acercan alrededor de 1.500 personas, incluyendo visitantes de Neuquén, El Bolsón y Esquel, en su mayoría seguidores del turf patagónico. Las competencias se dividen en categorías de acuerdo a la distancia de las corridas que pueden ir desde los 300 a los 1.400 metros, en el caso de los “pura sangre”.

Bien de familia

Además de integrar la comisión, Carlos heredó el entusiasmo de su padre por los caballos. En una de las caballerizas está Milito (por el exjugador de Racing) el pura sangre que ganó el último clásico, competencia reservada para los caballos más rápidos.

Explica que los cargos son ad honórem y que los integrantes solo intentan que el predio se mantenga y que no se pierda la tradición en la ciudad.

Horacio Luengo y su hija Nieves también frecuentan el hipódromo. Sus caballos, Cleto y Urlezinski, integran la tropilla de 60 caballos que esperan su momento en la gatera.

“Venimos a pasar tiempo con ellos”, explica Nieves acerca del trabajo diario que deben hacer para alimentarlos y sacarlos a “varear”, término usado para decir que se los lleva a la pista a entrenar.

“De Cleto dicen que defiende la plata”, asegura sobre un caballo que ya tiene fanáticos y es considerado “el caballo de los pobres” porque quien le apuesta no se va con los bolsillos vacíos.

Cifras de pizarrón

“Esto es algo de todos los días. La pasión se pasa de una generación a otra. A mis hijos les enseño que lo tomen como un juego”.

Carlos Lavagnino integra la Comisión Directiva que sostiene el hipódromo.

Datos

$ 20.000
es el máximo premio al que puede aspirar un caballo ganador. Las apuestas arrancan en 100 pesos.
“Esto es algo de todos los días. La pasión se pasa de una generación a otra. A mis hijos les enseño que lo tomen como un juego”.

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