Medellín, entre las luces del cambio y las sombras del crimen

La segunda ciudad de Colombia ya no es la más peligrosa del mundo y es premiada por sus avances; pero en sus calles aún late la violencia y el narcotráfico. El crimen mutó desde Escobar.

Una pareja de turistas suecos camina por la Comuna 13 como si estuviera en un shopping a cielo abierto. Usa las icónicas escaleras mecánicas para ascender por este barrio popular, uno de los más golpeados por violencia que sufrió Medellín en los 90, cuando era la ciudad más peligrosa del mundo. En lo alto casi no hay calles y la gente circula por pasillos entre casas precarias que trepan el cerro. Los suecos pasean tranquilos y toman fotos. “Hace diez años no hubiera imaginado algo así”, dice Julio Díaz, que se crió acá y se mudó apenas pudo.

La Comuna 13 podría funcionar como un símbolo de la transformación de Medellín en la última década, tanto por los cambios positivos como por el largo camino que le queda por recorrer a la segunda ciudad más poblada de Colombia. La capital del departamento de Antioquía, multipremiada en los últimos años, se esfuerza por quitar la imagen de violencia que el narcotraficante Pablo Escobar instaló en el imaginario colectivo.

El líder del poderoso Cartel de Medellín murió en 1993, acorralado por la policía, pero el crimen organizado está lejos de disolverse. Al contrario, los especialistas afirman que lo que más cambió es que ahora es más “prolijo” y maneja más dinero que nunca.

Además de los galardones como “capital innovadora de América Latina” y “mejor lugar para hacer negocios”, entre otros, las autoridades celebran el fuerte descenso de los homicidios: las cifras oficiales indican que en 2016 la tasa fue de 21,52 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Alta si se compara con Buenos Aires, que tuvo una tasa de 3,28 homicidios. La cuestión cambia si el paralelo es con la Medellín de 1991: 266 asesinatos cada 100.000 habitantes.

El impacto de estas estadísticas disminuye si se tiene en cuenta el informe de Derechos Humanos de la Personería de Medellín del año pasado, que alertó sobre la aparición de cuerpos desmembrados y las desapariciones forzadas. El documento especificó que entre 2012 y 2015 se denunciaron 2.324 desaparecidos, de los que 95 aparecieron muertos y 968 siguen sin paradero.

El alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, con una imagen positiva por encima del 80%, admitió que “las estructuras ilegales utilizan esa práctica para bajar el perfil. No aumentan los asesinatos, pero desaparecen personas. Es gravísimo”.

Jeremy McDermott, codirector de la fundación internacional Insight Crime, especializada en investigar el crimen organizado en América Latina y el Caribe, le dijo a “Río Negro” que “para camuflar asesinatos la mafia esconde o destruye los cuerpos”.

“El día que Medellín sepa cuántos fueron realmente sus desapariciones forzadas se le va a caer el velo y toda esa parafernalia que se montó. Es vergonzoso que una ciudad que invierte millones en seguridad esté llena de desaparecidos”, le dijo a “Río Negro” el presidente de la ONG Corpades, Fernando Quijano, especialista en el conflicto urbano.

Crimen moderno

Sin dudas Medellín es una ciudad diferente -y mejor- que en la época de Escobar. “El Estado ha avanzado con la policía presente en todos los barrios, la construcción y el boom económico y con algunas estrategias innovadoras para la seguridad ciudadana y la planificación urbana”, explicó McDermott, que lleva dos décadas en Medellín. “Pero la mafia sigue existiendo, y quizás maneja más dinero que nunca -añadió-. Sin embargo, ahora es sutil, clandestina y en muchos casos de cuello blanco. El negocio de la cocaína ahora es plata, no plomo. La violencia es mala para los negocios. Así que ha habido una tregua mafiosa en la ciudad durante más de tres años, lo que reduce los homicidios y la violencia”.

Se refiere al “Pacto del fusil”, un acuerdo de no agresión al que habrían llegado en julio de 2013 la Oficina de Envigado y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) o Urabeños, las dos estructuras a las que responden más de 350 bandas criminales.

La Oficina sufrió golpes por la captura de jefes, pero son solo el brazo armado de estructuras más grandes. “Que no sepamos quiénes son sus cerebros es una muestra de su sofisticación”, señaló McDermott. “Es gente que nunca tuvo un kilo de cocaína ni un arma en sus manos, manejan todo desde un celular”, sostuvo. “Hay connivencia entre el crimen organizado y Medellín. Mientras el Estado sigue apuntando al extremo inferior de la jerarquía criminal -las pandillas que roban, extorsionan y matan-, el extremo superior -narcotraficantes a gran escala y lavadores de dinero- viven sin molestias”, afirmó.

El informe de Derechos Humanos también apuntó que la extorsión es una práctica que afecta a toda la economía: comercio, transporte, infraestructura y viviendas. Se cree que el 90% de los comerciantes pagan extorsiones, indicó la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco). Los criminales cobran para garantizar la seguridad de un camión o la de un comercio, por el “permiso” para abrir un negocio o reformar una propiedad, o por la venta de un lote. Otra gran fuente de ingresos es el “pagadiario”, que son préstamos ilegales a tasas altísimas. Si no se paga, la vida está en riesgo.

Quijano va más allá y le asigna una doble función al crimen: la seguridad y el control de los barrios. “En una ciudad tan desigual, sirve para impedir el levantamiento de los pobres. Y termina cogobernando”.

La pobreza bajó levemente de 14,3 al 14,1% en Medellín en 2016. Recorriendo la ciudad y los barrios o con una vista panorámica desde las alturas de los teleféricos, cuesta entender los parámetros para medirla: hacinamiento, construcciones precarias, inexistencia de calles y veredas. Hay gente que sobrevive con una arepa y un huevo (un dólar) al día.

El escritor Héctor Abad Faciolince, que nació y vive en Medellín, le dijo a “Río Negro” que la ciudad “no es lo que nos venden” pero “decir que está todo igual y no ha habido un cambio también es estar ciego. Hay problemas de mafia muy grave, sobre todo en los barrios populares, pero la situación es mucho mejor que hace veinte años”. El autor de la premiada novela “El olvido que seremos”, donde relata el asesinato de su padre en Medellín, contó que recientemente recorrió barrios pobres junto con un escritor indio, que le dijo: “Esto en mi país es clase media”. Para Faciolince, es una cuestión de perspectiva. “Depende con quién te comparás. Con un suburbio de Santiago, es mucho más pobre; con Berlín, Medellín es una mierda”.

Cultura contra la violencia

Las nuevas generaciones reclaman una convivencia pacífica y decidieron dar su pelea a través del arte por medio de alternativas que incluyen música (break dance, rap) y pintura (graffiti muralismo). El colectivo de artistas Casa Kolacho, por ejemplo, intenta ofrecerles opciones para que no caigan en la delincuencia. Entre otras actividades, organizan un solicitado “Graffiti Tour”, una visita guiada por la Comuna 13 para contar la historia del barrio a través de los murales.

Hay una gran cantidad de iniciativas que son impulsadas desde ONG’s y organizaciones juveniles para luchar contra la violencia, la defensa de los derechos humanos y, también, ayudar a los jóvenes a emprender para salir de la pobreza y evitar el crimen.

El Estado lleva años apostando en los barrios más violentos y marginales, en los que ideó una infraestructura de poderosa simbología con la instalación de bibliotecas, centros culturales y espacios educativos; a la vez, apunta a integrar la ciudad desarrollando el transporte urbano. El metrocable (teleférico) llega a barrios pobres en lo alto de los cerros, donde también se instalaron escaleras mecánicas que permiten mejor circulación.

De todos modos, resulta evidente que el crimen organizado opera bajo protección. En una zona llamada El Chispero, para llegar a la Comuna 13, con Julio atravesamos un pasillo donde tres adolescentes pateaban una pelota. Cuando aparecimos, nos miraron como lo hace el dueño de la cuadra: examinando a un elemento extraño. Ofrecieron drogas, agachamos la cabeza, murmuramos que no y seguimos.

La misma tranquilidad para proceder se da en el Parque del Periodista, una plaza del centro de Medellín rodeada por bares donde centenares de jóvenes locales y extranjeros -de todos los estratos sociales- se reúnen a diario; allí consumen alcohol y drogas como si fuera comida rápida. La cocaína circula como la cerveza. La policía no interviene porque, comentan los locales, es una “zona de tolerancia”; todo sugiere protección e impunidad.

El consumo de drogas aumentó en Colombia y, según el Observatorio de Drogas, en Medellín fue donde más creció. En una escala de 1 a 10, la ciudad alcanza una puntuación de 8,2, con alto consumo de heroína. “El consumo interno está equilibrando el negocio”, afirmó Quijano.

Para Faciolince “es bueno que haya gente muy negativa que diga que todo es maquillaje para que nos esforcemos más. Pero negar el cambio sería negar lo evidente. Si premian a Medellín es por el cambio: no porque sea el paraíso sino porque salió del infierno”.

Medellín, entre luces y tinieblas

El Estado moderó la violencia con novedosas estrategias de seguridad, obras de infraestructura y apuesta a la cultura en los barrios más pobres.

En 2015, un sicario dijo en tv que a los muertos “los pican, descuartizan y los meten en bolsas con sal y cal”. Lógica simple: sin cadáveres, no hay muertos.

“Negar el cambio es negar lo evidente. Si premian a Medellín es por el cambio: no porque sea el paraíso sino porque salió del infierno”.

Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano residente en Medellín.

“La mafia es sutil, de guante blanco (…) Es gente que nunca tuvo un kilo de cocaína ni un arma en sus manos, manejan todo desde un celular”

Jeremy McDermott, codirector de la fundación internacional Insight Crime

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El Estado moderó la violencia con novedosas estrategias de seguridad, obras de infraestructura y apuesta a la cultura en los barrios más pobres.
En 2015, un sicario dijo en tv que a los muertos “los pican, descuartizan y los meten en bolsas con sal y cal”. Lógica simple: sin cadáveres, no hay muertos.
“Negar el cambio es negar lo evidente. Si premian a Medellín es por el cambio: no porque sea el paraíso sino porque salió del infierno”.
“La mafia es sutil, de guante blanco (…) Es gente que nunca tuvo un kilo de cocaína ni un arma en sus manos, manejan todo desde un celular”

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