Murió el artista Carlos Regazzoni

Referente del "arte chatarra", su obra llegó tanto a ámbitos nacionales como internacionales. Tenía 76 años. 

Exponente del «arte chatarra» por sus singulares esculturas realizadas con materiales en desuso, el artista Carlos Regazzoni -fallecido esta mañana a sus 76 años- es el creador de una obra provocativa y con lenguaje propio, que inmortalizó en esculturas inspiradas en trenes y en insectos, como las hormigas que asoman sobre el techo de un galpón en la porteña avenida Del Libertador, donde funcionó su atelier, cerca de la Estación de Retiro.

Pero el trabajo de este escultor nacido en 1943 en Comodoro Rivadavia, no sólo llegó a espacios públicos y a museos nacionales e internacionales donde se albergan muchas de sus obras pictóricas de gran tamaño, sino también -decía él- a jeques árabes, millonarios de Hollywood y estrellas del pop como Madonna.

Su obra alcanzó una verdadera proyección internacional luego del premiado film «El Hábitat del Gato Viejo» del cineasta Franck Joseph en 1992, un retrato sobre su vida como artista que lo impulsó a la consagración en ese país, tanto que la mitad del año vivía allí: en el castillo de Fontaine Française.

En el año 2012, el artista pasó por el Instituto Universitario Patagónico de las Artes (IUPA) para dar una clínica y dejó en el campus una de sus instalaciones. Además, brindó entonces una charla donde alentó a hacer de Roca «una usina de arte» e instó a sus oyentes que «hagan arte, laburen».

– Regazzoni inauguró su obra realizada con alumnos de artes visuales del IUPA.-
Foto: archivo

De inconfundible aspecto, con sus rulos encanecidos, que conjugaba con un estilo desalineado, como las chatarras con las que trabajaba, Regazzoni se definió alguna vez como «un prepotente de la cultura», lo cierto es que no pasaba inadvertido: era un provocador, un excéntrico y un atípico dentro del mundo del arte. Para el escultor, el arte era la única forma de salvación frente al «sistema».

Por eso, si bien creaba sus esculturas con desechos industriales, como cadenas, válvulas, tambores y trépanos y reciclaba objetos, sus fines no sólo eran estéticos sino también ecológicos y sociales, porque a través de esa producción construía una crítica al sistema y fomentaba la recuperación de materiales reutilizables.

En la industria del ferrocarril encontró un lenguaje capaz de trascender: de hecho, su admiración por ese transporte, lo llevó a instalar su atelier en unos galpones ubicados a metros de la Estación de Retiro, donde también vivía.

Allí también montó el restaurante, «El Gato Viejo», envuelto entre esculturas gigantes. Las hormigas que se pueden ver desde la porteña avenida Del Libertador ya son parte de la identidad urbana de la ciudad de Buenos Aires.

Sus obras también se exhiben en parques del barrio porteño de Palermo y una de las más monumentales está instalada en Pico Truncado: un Bridasaurio de 17 metros, que realizó con desechos de la industria petrolera.

Con información de Agencia Télam.-

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