Protestas recientes contra el proyecto de reforma judicial de Netanyahu (AP Photo/Ohad Zwigenberg)
Opinión Debates

A sus 75 años, Israel sufre profundas divisiones sociales

El Estado nacido bajo ideales socialistas tras la II Guerra mundial, hoy es una potencia económica y militar regional, pero con profundas desigualdades y visiones contrapuestas sobre el futuro.


Israel ha vivido en sus 75 años de existencia grandes transformaciones sociales ligadas a su turbulenta historia, y actualmente se enfrenta a divisiones cada vez más profundas.

Esta semana fue un recordatorio de las tensiones irresueltas del proceso de paz con los palestinos, que lleva casi tres décadas de estancamiento. El ejército israelí y grupos armados de la Franja de Gaza volvieron a intercambiar fuego, en una escalada que ya dejó más de 30 muertos. La erupción de violencia arrancó el martes cuando Israel atacó varios objetivos de la Yihad Islámica, que en represalia lanzó más de 866 proyectiles hacia Israel, de los que 260 fueron interceptados, según el ejército. Por su parte, el ejército israelí dijo haber golpeado 170 objetivos de la Yihad Islámica, matando a varios líderes, pero donde también se reportaron daños y víctimas civiles.

El kibutz Yiron, en el norte, ilustra la evolución del país desde que fue creado, el 14 de mayo de 1948, cuando los ideales socialistas de algunos de los padres fundadores dieron paso a un mayor liberalismo económico y a una sociedad más multicultural.

Los kibutz, comunidades agrícolas basadas en el colectivismo, jugaron “un papel clave en la construcción del país”, explica el sociólogo Yuval Achouch, investigador del Colegio Académico de Galilea Occidental, en la ciudad de Acre (norte). Su imagen se sigue vinculando a la de Israel en el extranjero, pero sus residentes solo representaron un 7,5% de la población judía del país. Y hoy representan incluso menos del 2%, según Achouch.

Yiron se creó en 1949 a pocos kilómetros de la frontera con Líbano y sobre las ruinas de un pueblo palestino destruido por las fuerzas judías en la primera guerra árabe-israelí (1948-1949).

Con su creación, las autoridades buscaban defender las fronteras de la joven nación que, el 15 de mayo de 1948, salió victoriosa del conflicto que la opuso a los ejércitos de cinco países árabes.

Efrat Pieterse aún recuerda con nostalgia “la vida colectiva con los otros niños” de su grupo. Nació en Yiron hace 69 años y explica que los educadores eran los que se encargaban de los niños.

“Éramos nueve, juntos todo el tiempo, como una familia”, relata. Hoy, Yiron ya no es lo que era. La antigua comunidad alberga una empresa agrotecnológica, las modestas casas han sido sustituidas por otras de clase media con vallas y los niños viven allí con sus padres.

La crisis económica de los años 1980 y la caída del comunismo en la Unión Soviética contribuyeron a socavar el modelo cooperativo del kibutz.

Y la aparición de nuevos valores individualistas y familiares a principios del siglo XXI también acabó convirtiendo a mayoría de estos pueblos en liberales, explica Achouch.

Explosión demográfica


La población de Israel es una de las que más rápido crece en el mundo y se multiplicó por 12 desde 1948. El país cuenta hoy con 9,7 millones de habitantes, de los que 7,1 millones son judíos (73,5%) y 2 millones, árabes (21%), según la Oficina Central de Estadísticas de Israel. El resto son inmigrantes no judíos.

El rápido crecimiento demográfico de Israel puede atribuirse en gran medida a la emigración judía procedente de todas las regiones del mundo, aunque un número significativo llegó de la antigua Unión Soviética, a principios de los años 1990.

La identidad nacional se forjó en parte en el servicio militar obligatorio, aunque parte de la población se vio exenta , como la minoría árabe y la casi totalidad de los judíos ultraortodoxos, el 12% de la población.

En 2015, el entonces presidente Reuven Rivlin había identificado cuatro “tribus” para definir a la sociedad israelí. Tres de ellas eran judías -laicos, religiosos nacionalistas y ultraortodoxos- y una árabe. Rivlin lamentó que los cuatro no se mezclaran ni convivieran, leyendo periódicos distintos y acudiendo a escuelas distintas.

Divisiones étnicas y de clase


Rivlin añadió que estas comunidades tenían “puntos de vista diferentes” de lo que debía ser el Estado de Israel y que “la ignorancia mutua y la ausencia de idioma común solo incrementó la tensión, el miedo, la hostilidad y la competencia” entre ellas.

“La sociedad está muy fragmentada a nivel étnico, pero también a nivel de clases sociales”, declara a AFP Sylvaine Bulle, socióloga del Centro Nacional de Investigación Científica francés (CNRS) especializada en Israel.

Dentro de las tribus identificadas por Rivlin hay otras divisiones, como los askenazíes, originarios de Europa, y los judíos sefardíes.

También se distinguen los nuevos inmigrantes y los “sabra” -los nacidos en Israel- y, del lado árabe, los musulmanes, los cristianos o los drusos.

Durante muchos años, los askenazíes (los judíos de los países de Europa central y del Este de los que procedían los fundadores del movimiento sionista) “llevaron las riendas políticas, judiciales y económicas” del país.

En las décadas de 1950 y 1960, los judíos de Irak, Yemen y del Magreb (llamados “mizrajíes”) llegaron también a Israel.

Arabes israelíes en una protesta en 2020. (AP Photo/Heidi Levine)

Fueron “ampliamente discriminados por el Estado”, señala Bulle, refiriéndose a las estrategias del Partido Laborista, que dominó la política israelí hasta 1977, cuando ganó la derecha, que hoy lidera el país.

“Lo que cambió en 75 años es que la élite askenazí ha envejecido, ya no es representativa del electorado y los mizrajíes, que buscan ascender socialmente, ya no la considera legítima”, explica Bulle. “En los últimos años vimos un giro a la derecha en la opinión pública”, apostilla Achouch.

La identidad política de las jóvenes generaciones se forjó, entre otras cuestiones, por los atentados suicidas de la segunda intifada (el levantamiento palestino de 2000-2005 contra la ocupación israelí), el fracaso del proceso de paz y por la “infiltración de la derecha religiosa en el ministerio de Educación desde hace décadas”, resalta el investigador.

Desde enero, el país está profundamente dividido por el proyecto de reforma judicial impulsado por el gobierno, uno de los más derechistas de la historia de Israel. El Ejecutivo cree que la reforma es necesaria para equilibrar los poderes, disminuyendo las prerrogativas del Tribunal Supremo. Pero para sus detractores, el cambio legislativo supone una amenaza para la democracia. El proyecto ha desencadenado una oleada inédita de protestas.

Nostalgia y discriminación


Para Bulle, la crisis actual refleja una división social del país, pero, al mismo tiempo, esta “movilización popular” va en contra “de la extrema fragmentación de la sociedad israelí”. Las manifestaciones “muestran que en su conjunto, los israelíes siguen comprometidos con los valores democráticos, el sentido de la justicia, la ética y la igualdad” .

La minoría árabe, sin embargo, se ha quedado al margen del debate que sacude a la sociedad, señala. “Para ellos, la democracia siempre ha sido deficiente”, indica. En su opinión, algunas leyes “debilitaron la noción de democracia y de igualdad entre los ciudadanos”.

La investigadora cita la ley de 2018 que define a Israel como el “Estado nación del pueblo judío”, que convirtió el hebreo en la única lengua oficial del país, otorgando al árabe únicamente un estatus “especial”.

Avner Ben-Zaken, historiador y presidente del Institute for Israeli Thought (IIT), considera que “no es la presencia de estos distintos grupos la que supone un problema, sino la estructura misma del Estado”. Las elecciones, sostiene, se rigen por un sistema de representación proporcional que, según él, se presta al clientelismo y a la competencia entre distintos grupos sociales que llegan a “odiarse”.

Ben-Zaken también critica el hecho de que no haya Constitución. “No sabemos qué es este Estado”, alerta. Para él, es necesario “definir la identidad del país como israelí”, y no solo como judía y democrática, en una Constitución pues es “el punto en común” para todos los grupos.


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