Acorralados por la grieta

Lo que no tiene el peronismo federal es un líder indiscutido. Se trata de una deficiencia que, en un país tan presidencialista como la Argentina, podría resultarle fatal.

Tanto los macristas como los kirchneristas y sus amigos de la izquierda dura quieren hacer pensar que las suyas son las únicas alternativas frente al país. Por un lado está la reintegración en el orden occidental propuesta por Mauricio Macri que quiere llevar a cabo una serie de reformas estructurales para que la Argentina se asemeje más a los países considerados exitosos. Por el otro, está el voluntarismo de quienes, a pesar de todo lo ocurrido en el mundo, siguen creyendo en las bondades de un modelo parecido al chavista en su fase inicial.

La polarización les conviene a ambas agrupaciones porque el arma más poderosa en sus arsenales respectivos ya no es la esperanza de una Argentina mejor sino el odio, o cuando menos la animadversión, que sienten sus partidarios por sus contrincantes.

Los peronistas federales han declarado la guerra contra “la grieta” por entender que es lo que les impide crecer.

Dicen representar una opción superadora y están convencidos de que, si logran persuadir a la gente de que es absurdo dejarse obsesionar por el duelo entre Macri y Cristina Kirchner, podrían terminar imponiéndose.

Lo que parecen tener en mente es una versión más suave -nada de ajustes salvajes- de la política económica del gobierno actual combinada con el poder aglutinante que aún conserva el movimiento popular más arraigado de toda América latina, uno que a través de los años ha penetrado en todos los resquicios de la sociedad, incluyendo a muchos que hoy en día están ocupados por el oficialismo macrista.

Lo que no tiene el peronismo federal es un líder indiscutido. Se trata de una deficiencia que, en un país tan presidencialista como la Argentina, podría resultarle fatal. Aquí, hasta el programa de gobierno más genial vale poco a menos que lo apoye un caudillo. Desgraciadamente para los federales, ningún aspirante a cumplir dicho rol en el bloque mide bien en las encuestas de opinión. Por ahora, el mejor ubicado sería Juan Schiaretti, pero el recién reelegido gobernador cordobés jura no sentirse el “macho alfa” de la manada.

En cuanto a los demás -Miguel Ángel Pichetto, Juan Manuel Urtubey, Sergio Massa y, hasta hace poco, el altanero Roberto Lavagna que pidió ser ungido por aclamación sin tener que pelear en una interna-, por un motivo u otro, todos motivan sospechas. En cambio, los estacionados en ambos lados de la célebre grieta sí tienen sus respectivos jefes, Macri y Cristina, lo que para ellos es una ventaja muy importante.

Con todo, al difundirse la convicción de que en octubre y noviembre un sector sustancial del electorado votará en contra de uno de los dos, resignándose a respaldar al menos malo, algunos partidarios de Cambiemos comenzaban a hablar de la conveniencia de reemplazar a Macri por María Eugenia Vidal por ser a su entender una dirigente más atractiva, mientras que, por razones casi idénticas, Cristina optó por bajar un escalón y aceptar, si así lo quieren los votantes, la vicepresidencia, puesto que Alberto Fernández, un hombre que es dueño de una imagen pública menos urticante que la suya, encabezaría la fórmula electoral de su propia organización, Unidad Ciudadana.

¿La jugada le servirá a Cristina para reconciliarse con los muchos que la apoyaron en el 2011 pero dicen haberse arrepentido luego de enterarse de la corrupción apenas creíble que su gobierno institucionalizó? Es poco probable. Alberto Fernández tiene la reputación de ser un experto consumado en el arte de armar pactos oscuros, una especialidad que está mal vista por la mayoría. Lo que sí puede hacer el candidato presidencial es sembrar cizaña en las filas del peronismo federal donde los hay que estarían más que dispuestos a aliarse con las huestes kirchneristas para hacer frente a los macristas.

Al hacer aún más confusa la interna del “espacio”, la maniobra más reciente de Cristina los ha privado de al menos una semana, tal vez dos, tres o más, de las que necesitarían para transformarse en una opción electoral auténtica.

Por antipática que les parezca Cristina y por poco confiable a sus ojos sea Alberto F., la primera aún dispone de una cantidad nada despreciable de votos, lo que a su juicio importa mucho más que sus eventuales reparos éticos o ideológicos, y se creen capaces de convivir con su delegado con tal que respete sus derechos adquiridos.

Puede que sea injusto culpar a Macri por el estado lamentable de la economía nacional, pero la política es así. Aunque sería poco probable que los peronistas presuntamente moderados de Alternativa Federal la manejaran mejor, podrían triunfar en octubre o noviembre con un líder con poder de convocatoria. Pero tendrían que apurarse.

Al hacer aún más confusa la interna del “espacio”, la maniobra más reciente de Cristina los ha privado de al menos una semana, tal vez dos, tres o más, de las que necesitarían para transformarse en una opción electoral auténtica.


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