Acorralados por la nieve: crónica de un rescate en el Norte neuquino

Darío Franceschini y Nadia Ponce pasaron dos días en Laguna la Leche, en el Norte neuquino, atrapados por un temporal de nieve y lluvia. Cuentan cómo fue el rescate en el que, a fuerza de voluntad y en caballos prestados, un grupo de hombres les salvó la vida.

“¿Cómo puedo amar tanto algo y desear que se termine?”, se preguntaba Nadia Ponce mientras miraba por la ventana del puesto, los copos de nieve que caían, caían y cubrían de blanco el paisaje del Norte neuquino. Sobre la mesa había dos imágenes religiosas: San Sebastián y la Virgen de Luján parecía que la miraban. “Nos vamos a morir”, decía entre llanto a las cinco de la mañana. Su marido, Darío Franceschini le juraba que todo pasaría pronto.

El fin de semana del 1° de mayo, era el cumpleaños del mayor de sus tres hijos. Nadia y Darío fueron de Zapala a Chos Malal a festejarlo a casa del abuelo Jorge. Él sábado cuando despertaron pensaron que era un buen día para ir a Laguna la Leche a pescar. Hacía tiempo tenían ganas de conocer ese lugar, y según lo que leyeron, hasta mediados de mayo se podía ir sin problemas.

Cuando estaban en Laguna la Leche comenzó a nevar.

Miraron el pronóstico. Decía lluvia y posibles neviscas, pero nada alarmante. Los chicos se quedaron, ellos se abrigaron y echaron a andar. A la altura del mirador La Puntilla, le avisaron a su papá que llegarían a la laguna. Hasta Las Ovejas llovía, luego paró. Se sentía el frío y el cielo estaba apretado de nubes grises.

Iban por un camino angosto de cornisa. Pasaron un puesto de invernada y entre mallines, rocas volcánicas y arroyos la laguna los esperaba, cristalina. Las montañas parecían abrazarlos. Estacionaron a la orilla y Darío se puso el wader, Nadia agarró un libro y se acomodó en la cabina tibia de la camioneta. Mientras él tentaba a los peces con su mosca, vio como comenzaban a caer unas gotas.

“Me contaron que bajó mucho el caudal y que donde estacionamos era el antiguo lecho de la laguna. Pero era tierra firme, más allí vi un arroyo que alimenta a la laguna, y comprobé que había terreno blando, al caminar me enterré hasta la rodilla”, dijo Darío.

Cerca del mediodía decidió ir a la camioneta a comer con Nadia. Ya nevaba. Mientras masticaban unos sandwiches veían que el blanco comenzaba a pintar todo. Bajaron, se sacaron unas fotos como cualquier turista, pero no con ingenuidad: conocen la cordillera y la respetan.

Laguna la Leche: para llegar, hay que avanzar unos 45 kilómetros después de la localidad Las Ovejas.

“Se está cerrando. Vamos que se puede complicar para salir”, dijo se sacó el wader, cargó la caña y pensó. “Hago marcha atrás para agarrar la misma huella por la que entré y salgo tranquilo. Pero la rueda se hundió y ese fue el principio de otra historia.

Era una 4×4 pero cada acelerada se enterraba más. “Comenzó a nevar y nevar. Ninguno de los dos se protegió, y nos empapamos de pies a cabeza”, dice Nadia. En la camioneta tenían una pala pequeña, plegable, que sirve para emergencias y pusieron manos a la obra. Era sábado a las tres de la tarde.

En la nieve


Las 19 llegaron con prisa, y en esa inmensidad, parecían un par de moscas en la leche. El frío se metía en la tela mojada y se congelaba, la piel de los dedos ya estaba fucsia y dolía. Se desesperaron miraron cómo el día se apagaba y pensaron que ya no había tiempo.

“Refugiémonos en la camioneta. Tenía gasoil de sobra porque llevo de todo para emergencia y había cargado dos bidones con 50 litros. Teníamos que quedarnos, secar la ropa con la calefacción y pensar una estrategia para salir”, pensó Darío con la cabeza fría.

La camioneta se encajó al costado de la laguna.

Ni bien amaneció se pusieron bolsas en los pies, la ropa de pesca y armaron ponchos con bolsas. A las 9 de la mañana Darío paleaba y Nadia juntaba piedras y sacaba el agua de abajo de la rueda con el tupper de los sanguches. Tardaron tres horas en mover la camioneta. Era domingo a las 12 del mediodía.

No había forma de seguir

Los copos de nieve caían más rápido, más lento, pero no se detenían. A 150 metros se encajó por la nieve. Pusieron las cadenas y siguieron hasta el puesto de veranada de la familia Alonso. Desde ahí, había que trepar el terreno. Trataron de rastrillar la nieve para despejar, había unos 30 centímetros de nieve.

Darío aceleraba por el camino de cornisa, y las cubiertas de atrás, donde tenían las cadenas se agarraban, pero como un toro embravecido cabeceaba para un lado, el otro y de golpe apuntaba al precipicio. Era mejor no avanzar y marcha atrás, por el camino angosto, hizo los 300 metros de vuelta al puesto.

Se bajaron, estaba cerrado. Se podían quedar en la camioneta pero no tenían provisiones. Por una ventana espió y vio mercadería, leña. Se decidió. Buscó entre las herramientas de la camioneta y forzó la cerradura.

En el puesto encontraron leña y comida.

Derritieron nieve e hicieron un caldo con fideos. Había un colchón de goma espuma y unas frazadas y se acostaron a dormir. Había que volver a evaluar qué hacer. Sabían que no hay que salir a pie en medio de un temporal.

“Sentimos que no cuidamos a la gente que pone el cuerpo para estas cosas. Lo hicieron con una calidad humana terrible y sin medios”

dicen Nadia Ponce y Darío Francheschini, agradecidos con los rescatistas.

A las 5 de la mañana, Nadia miró por la ventana y la nieve no paraba. Imaginaba a su papá con 77 años recorriendo lugares. Estaban bien, pero él podía pensar cualquier cosa. De repente, la chapa del techo sonó y fue la mejor música. “Llueve, va a lavar la nieve”, pensó Nadia y se durmieron hasta el lunes a las 7.

La nieve no para

Cuando despertó corrió a la ventana: nevaba, nevaba y se desesperó. Lloraba, pensaba en la muerte y Darío la tranquilizaba. Empezaron a organizar los víveres para pasar unos días ahí. Nadia se acordó del libro y pensó que podían leer para pasar el tiempo. “Salí a buscar el libro y veo tres personas a caballo. Para ese entonces ya había visto camionetas, motos y eran ideas mías, mi ilusión. Abría y cerraba los ojos . Me dijo ‘hola’. Yo lo miraba y respondía pero sin saber si era verdad. Me preguntó si yo estaba bien, si mi marido estaba bien, dije ‘si’”.

El hombre, desde el caballo tomó la radio y dijo “los encontramos sin novedad” y de inmediato comenzaron a festejar, con risas y gritos, mostraban la alegría de verlos con vida. Les convidaron un pucho, tortas fritas y les dijeron que había que volver. Uno de ellos cedió su caballo para Nadia, y caminó junto a Darío. A poco de salir un viento los asustó, pero solo duró cinco minutos. De pronto paró de nevar y salió el sol.

Todo a pulmón

Del rescate participaron personal policial de Las Ovejas y de la Dirección de Seguridad Chos Malal, guardaparques, un agente sanitario y personal de la Asociación de Fomento Rural.

“No supimos sus nombres, pero les agradezco infinitamente, hicieron semejante esfuerzo en nombre de la provincia y sin medios adecuados. Nunca nos retaron, nos trataban como si nos conocieran”, dijo Nadia. En el camino, ellos contaban los rescates que hacen, siempre que se acerca el invierno.

Todos los que participaron del rescate. Felices por la tarea cumplida.

“Salvan vidas y sentí que no cuidamos a la gente que pone el cuerpo para estas cosas. Lo hicieron con una calidad humana terrible. Los caballos se lo prestan los crianceros, a veces entre todos juntan plata y le compran alimento”, resaltaba con tristeza Nadia.

Con Darío analizaban que días después del incidente, debieron contratar a alguien para ir a buscar su vehículo que había quedado en el puesto. Se preguntaban si no era posible darle a esos hombres que trabajan en silencio y con voluntad, una movilidad así para hacer los rescates.

Al bajar, en un puesto había una ambulancia, patrulleros, en total 24 personas trabajaron para ellos. Los revisaron y los llevaron a la comisaría de Manzano Amargo. Unos policías le dijeron que le hable a su papá. “Un genio mi papá. Con 77 años, nos fue a buscar hasta el Arroyo del Toro en un Fiesta. El sábado a la noche recorrió el hospital de Andacollo, Chos Malal, Las Ovejas”, contó Nadia.

A caballo y en zapatillas un grupo de hombres fueron a buscarlos entre la nieve.

Le pidieron disculpas a Alonso por romperle la cerradura y se la cambiaron cuando fueron a buscar la camioneta. Mientras estuvieron perdidos, sus amigos velaron por ellos. Al llegar, desde la iglesia les contaron que habían hecho cadenas de oración a la Virgen de Luján y San Sebastián.

Juran que la tragedia no mató la belleza. “No vamos a dejar de decir que la laguna es hermosa y el Norte es mágico. Se conjugó una nevada excepcional en esta época del año, haberme quedado encajado, qué caigan nieve 60 cm, pero no dejen de ir, siempre con respeto a la montaña”, concluyó Darío.


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