Aluminé: la emocionante historia detrás de un épico rescate de 300 animales atrapados en la nieve

Los cuatro hijos de Orlando y Teresa Romero querían llegar como sea hasta el puesto a 59 km del pueblo en Pulmarí Pampa Inda, donde sus padres estaban aislados por metro y medio de nieve. Tenían dos misiones: asistirlos y salvar a sus 90 vacas, 200 chivas y 7 caballos. Así lo lograron.

La que salió rajando primero fue Noemí, ese jueves que se vino la tormenta que no esperaban. A 59 kilómetros al norte de Aluminé rumbo a Ñorquinco por la Ruta 11 estaban sus padres, aislados por metro y medio de nieve en el puesto de 276 hectáreas en el que vivieron los últimos 25 años, en ese valle cordillerano de araucarias, ñires, lengas y arroyos de deshielo que se llena de amigos en el verano, cuando las laderas rebosan de verde.

Tuvieron que palear para despejar la Ruta 11 y el acceso de 2 km. Tardaron 30 horas en llegar.

Aluminé
Con 38 años, Noemí había visto lo suficiente como para saber que habría problemas de los grandes: si en la madrugada se habían acumulado 30 cm de nieve en el pueblo, habría por lo menos metro y medio allá arriba. Juntó a la tropa solidaria (el Gera, Martín, Lucas y Franco) y salieron en la chata a las 9 de la mañana. Todavía no había pasado la máquina de Vialidad, así que no quedó otra que palear y palear para liberar la 11. Pasaban las horas con pocos avances y ya había anochecido cuando cayó la motoniveladora y todo se hizo más rápido. La seguía en su camioneta su hermano Héctor, que partió después del trabajo, encontró al Gamuza y a Adrián y después de un rato los convenció de ir para el puesto con la máquina.

Adrián y Gamuza abrieron camino con la motoniveladora de Vialidad.


Siguieron adelante hasta cerca de la medianoche, pero no pudieron llegar. Desandaron el camino y a la mañana salieron a intentarlo otra vez, con los muchachos de Vialidad a la cabeza.


Desde la ruta son otros dos kilómetros hasta el puesto El Nano en Pulmarí Pampa Inda: llegaron al mediodía y solo se veía una parte de las paredes que levantó con sus propias manos don Orlando (el comedor de material desde hace cinco años, el dormitorio aún de madera) y el techo (ahora de zinc en vez de chapas de cartón).

Otros cambios:el baño está dentro de la casa, ya no es una letrina a 300 metros. Y la gran noticia: la luz llegó este año y tienen heladera. Usan las garrafas para cocinar, la calefacción es a leña.

El agua viene de un arroyo, la acumulan en un tanque de mil litros y desde ahí viene en manguera por declive. Y no hay señal de celular: por eso la desesperación de llegar y verlos.

Don Orlando Romero, 79 años.


Después de los abrazos y de comprobar que estaban bien, que Teresa, de 65 años, tenía su insulina para la diabetes, les hicieron prometer que irían con ellos a Aluminé al cuidado de sus otras dos hijas, las mellizas Silvia y Yanina, hasta que aflojara la nieve.

Don Orlando apenas pudo se volvió al puesto. Doña Teresa a cada rato preguntaba lo mismo: “¿Cómo estará el Viejo?”

Noemí palea en el techo delmpuesto

Cutral Co
Esa historia de amor lleva cuatro décadas, cuando se encontraron en Cutral Co. Teresa era madre soltera de Héctor, que tenía un año. A los 12, ella había escapado de una vida dura y triste en Chile, escondida en un camión cargado de bolsas de harina para que no la detectaran en la frontera. La dejaron en El Bolsón, se empleó como doméstica y de a poco se las ingenió para salir adelante, hasta que un día llegó a la ciudad neuquina y conoció a Orlando. Él era criancero desde chico, pero también había trabajado en obras pioneras para llevar las líneas eléctricas al interior neuquino, por eso lo cargan si se corta la luz. “Pusiste mal un cable, Nano”, le dicen y él se ríe.

Orlando y Teresa durante el verano, cuando el puesto se llena de amigos y familiares.

Dejó esa vida hace 35 años y se dedicaron juntos a la crianza, en tierras rotativas concesionadas por la Corporación Pulmarí, hasta que hace 25 años llegaron a este campo, por el que pagan un canon anual: el último fue de 18.000 pesos. Allí, en estos días, no pueden pastar los animales que son su sustento: el alimento está tapado por la nieve, no hay fardo que alcance y ya cuestan 230 pesos cada uno. Las 90 vacas, las 200 chivas y ovejas y los siete caballos se habían desperdigado y había que encontrarlos. Estaban en peligro.

Pampa Inda
El paso siguiente fue organizar la búsqueda de los animales, dispersos en unos 20 grupos en hasta cinco km a la redonda. Solo se podía en tramos muy cortos a caballo.

El resto a pie, con unas chiguas de plástico improvisadas: no había tiempo de armarlas de caña, como deben ser. Igual se las ingeniaron para hundirse solo unos 20 cm en la nieve y así poder avanzar.

Hugo franco y noemi

Por suerte, el frío aflojó un poco, salió el sol y se hizo algo más tolerable andar mojados todo el día.

Se comunicaban vía handy, con dos equipos repartidos entre los 15 rescatadores (se sumaron Mimí, Sheila, Olga, Bebo, Alejo, Juan, Eduardo, Hugo, Alex y Víctor, todos familiares y amigos).

Y también don Orlando, a sus 79 años experto conocedor del terreno, con su intuición certera de los lugares donde podían estar, con la misma exactitud con la que predice el día que va a atacar el puma, que pese a todo cada año encuentra la manera de cobrarse entre 5 y 10 chivas y ovejas.

Don Nano Romero.

“La desesperación era llegar, ayudar a los viejos. Mi papá me crió desde que tengo un año. Con muy poquito, me dio todo. No llevo su apellido, pero estoy orgulloso de ser su hijo”.

Héctor Marrero, 43 años. Trabaja en el Municipio de Aluminé.

Hay que turnarse para hacer guardia para proteger al rebaño y una vez Noemí lo tuvo a tiro, pero le dio pena disparar y lo espantó con ruidos en otra invernada. Pero en este julio, de a poco fueron recuperando animales. Para aflojar la tensión, le ponían humor a los apodos en las comunicaciones vía handy: “Base, base, van saliendo las vacas por la loma hacia su querencia”, decía por ejemplo el Gera. “Copiado Halcón 1, ahí salgo a verlas”, respondía Noemí. Y Halcón 1 largaba la carcajada.


El peso de la nieve acumulada en las ramas de las araucarias complicó todo:las vacas comían las puntas y lograban tragarlas de día, pero a la hora de rumiar, a la noche, no lograban expulsarlas: tuvieron que sacrificar a cinco que agonizaban. En la desesperación, ella llegó a meter la mano en la boca para tratar de extirparlas, pero no pudo.


Y después de las lágrimas, venían las alegrías, como cuando Alex, Lucas y Alejo salvaron de una muerte segura a Gaucho.

Al rescate de Gaucho.

El caballo de Sheila estaba inmóvil con la nieve hasta el cuello.

Las últimas dos vacas las hallaron 11 días después de empezar el rescate: estaban en un cañadón, encerradas por la nieve a 5 km y fue necesario cavar un camino de un kilómetro y metro y medio de alto para que volvieran al puesto.

Les llevó cuatro días: había un corte de barda y tuvieron que sacarlas por arriba. Recién entonces pudieron descansar, con la satisfacción de la misión cumplida, el dolor por los animales que perdieron, la alegría de ayudar a sus padres y la bronca de siempre cuando escuchan que alguien dice que la vida del criancero es cómoda.

Como los caballos se hundían en la nieve, la mayor parte del rescate lo hicieron caminando. En el grupo estaba, a sus 79, don Orlando. “Somos cuatro hijos unidos que seguimos con orgullo los pasos de nuestros padres. Aquí estamos, dando la pelea”, dice Héctor. Todos tienen un trabajo y durante la semana se turnan para ir al puesto. Sábado y domingos van todos.

“Mi papá es mi héroe. Por que nos enseñó la humildad, la honradez, el trabajo de criancero, todo lo lindo de ser una familia campesina”.

Noemí Romero se quedó en el campo para que sus padres vayan a Aluminé.
Noemí alimenta a uno de los guachos.

Sigue: “Es una vida sacrificada la del criancero, no todos lo saben. En el verano es lindo y viene mucha gente, en el invierno hay que pelearla con la familia y los amigos. La guerrera de la familia es Noemí, es la que más empeño le pone, la que siempre está en las pariciones, el tiempo malo. ¿Yo quien sería? Y, el soldado de Noemí. Con Olga, mi señora. Y los hijos de todos. La remamos juntos”.

Tras la última parición, no lograron vender los 35 terneros. Lo habitual es pagar con ese ingreso parte del forraje para la invernada. Pero en los últimos tres años casi no tuvieron ventas. “No hay plata”, explica Héctor. Surgió entonces la chance de tomar un crédito que el Iadep ofreció a los crianceros de Pulmarí. “Papá dijo que no –dice Noemí–. ¿Por qué? Porque no estábamos seguros de poder devolverlo. Así nos enseñó”.

Hay que pagar más fardos (indispensables con las pasturas tapadas por la nieve, valían $ 180 en febrero y hoy están en $ 230, tiran 30 por día), la sal, los tres dosis de remedios para los animales, el canon de $ 18.000 y reparar los daños. Por ejemplo, la segunda gran nevada les tiró el techo del galpón y murieron dos chivas. Otro dato: el ternero por el que les pagan $ 6.000 es vendido en $ 15.000 a la carnicería.


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