Andrea Camilleri: los animales y yo en doce cuentos

El autor de la saga de novela negra del comisario Montalbano sorprende con “La liebre que se burló de nosotros”, una obra atípica en él que lo traslada a sus propias infancia y adolescencia.

Andrea Camilleri (1925-2019), uno de los escritores más famosos de Italia que trascendió a nivel mundial por su saga de novela negra protagonizada por el comisario Montalbano, aparece en «La liebre que se burló de nosotros» con una obra atípica y deliciosa que lo traslada a su infancia y adolescencia en la que cultivó el amor por los animales, protagonistas de estos doce cuentos cargados de ternura e inteligencia.

El amor por los animales surgió de la convivencia en la Toscana y en Sicilia, de la mano de su abuela materna Elvira que le enseñó a observar la naturaleza «con una mirada atenta y fascinada, donde la magia tenía un papel principal», según cuenta el autor en una de las últimas entrevistas concedidas antes de morir.

«Mi abuela tendía a «humanizar» a todos los animales que encontrábamos y, por tanto, era capaz de entablar conversación, por ejemplo, con un grillo que yo observaba fascinado. Mi abuela hablaba con el grillo, le daba un nombre, escuchaba sus respuestas y, créeme, conseguía entenderlo y hacerse entender», manifestó.

Esta descripción que el autor hace del vínculo de su abuela con los animales es la que aparece en sus cuentos, publicados por Duomo Ediciones, y que no transitan el terreno de la fábula. En los relatos hay una persona que generalmente es el propio autor que interpreta la conducta de los animales que pueblan su cotidianeidad, y aparecen enamorándose, asustándose o recurriendo a alguna treta para no ser atrapados.

Tampoco faltan situaciones donde son rescatados de la crueldad, como ocurre con Barón, un pequeño gato que el autor rescató de la calle cuando un grupo de niños jugaba con él como si fuera una pelota de fútbol. Sin demasiadas esperanzas de que sobreviviera lo vendó como una momia, y pudo vivir casi veinte años y hasta se enamoró de una de las tres hijas que tuvo el escritor.

En otro de los cuentos, Camilleri evoca a un jilguero que ingresó a su casa, se acurrucó entre sus pies, y aceptó mansamente volver a vivir en una jaula, sobre la que para sorpresa de todos, un día se posó un pequeño papagayo con el don de imitar la voz del autor.

El humor también se hace presente en la obra, cuando relata la historia de un curioso perro en apariencia muy salvaje, que tuvo en vilo a toda la familia, o en el cuento de los cerdos que se emborracharon en una fiesta de vendimia en la viña de su abuelo.

En otros relatos, el escritor da lugar a una mordaz crítica social y política como en «Los pavos no dan las gracias» donde afirma que estos animales, que son alimento para los estadounidenses en el Día de Acción de Gracias, «tienen dignidad porque mueren pero no dan las gracias» mientras muchos jefes de Estado «sentados a la mesa del poderoso aliado norteamericano como invitados de honor, terminan igual que los pavos. Y ellos encima dan las gracias».

El cuento que da título al libro reconstruye una jornada de caza en la que acompaña a su padre y a un grupo de amigos, en búsqueda de alondras. De repente una liebre aparece entre unas matas de sorgo y su padre le dispara pero no la alcanza, ejecuta un segundo disparo de escopeta y, seguro de haber dado en el blanco, envía al joven Camilleri a buscar la presa que al caer hizo una voltereta, lo que indica para todo buen cazador que la liebre ha muerto. Pero cuando llega al lugar la astuta liebre ha desaparecido.

En otro de los relatos, el autor revela que en una oportunidad y luego de haber matado un conejo, se promete no volver a matar, pero continúa acompañando a su padre para disfrutar de estar al acecho sobre las matas de pasto y ver salir el sol. Solo disparará contra botellas vacías o latas oxidadas sobre las que practica su buena puntería.

Agudo observador de la realidad, Camilleri escribió estos cuentos, preocupado por el universo que estaba gestando la humanidad: «Si realmente un día logramos saber qué opinión tienen de nosotros los animales, estoy seguro de que no nos quedará más remedio que desaparecer de la faz del planeta, cubiertos de vergüenza», expresó el autor en el libro, dedicado a sus bisnietas Matilda y Andrea.

El escritor dice en el libro estar sorprendido de que los niños hayan perdido el contacto con la naturaleza, a tal punto que muchos desconocen cómo son los animales de granja o los peces, ya que sólo los vieron en las góndolas de los supermercados para alimento humano, lo que para el autor era una verdadera tragedia.

Con prólogo del español Fernando Aramburu (autor de «Patria») y bellísimas ilustraciones de Paolo Canevari, con cuyo padre Camilleri tuvo una larga amistad, estos cuentos son una especie de memoria escrita de su relación «con estos animales tan queridos» y que el escritor consideraba fundamental integrarlos «no solo a la niñez o a la adolescencia, sino también a la vejez», según manifestó.

El autor, que vendió más de 35 millones de libros a nivel mundial, se dedicó más de 40 años al guion y dirección teatral y televisiva, debutó tardíamente como novelista con «El curso de las cosas» pero no alcanzó notoriedad en su país hasta la publicación de la serie de novelas de género policial centrados en su personaje Salvo Montalbano. Con el primer libro de la serie llamado «La forma del agua» (1994) su obra trascendió gracias a su adaptación televisiva.


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