Arte entre hierros y alambres

Nadia Guthmann abre la puerta al fascinante mundo de su creación en la galería Farrarons Fenoglio.

CULTURA

Por Teresita Méndez

teremendez@live.com.ar

Villa Los Coihues alberga un taller especial. Allí nacen las obras con las que Nadia Guthmann expresa. De sólida consistencia, su lenguaje es vehiculizado en tela metálica, hierro desplegado y alambre. El mensaje arriba claro, emulando transparencias que permiten descubrir contenidos profundos.

Desde el jueves la galería Farrarons Fenoglio Arte Contemporáneo –local 21 del Paseo de la Catedral- alberga “Coexistencia, Diferencia y Repetición” que permanecerá a consideración del público hasta marzo, lapso que será propicio para el desarrollo de charlas, visitas guiadas, cursos y talleres.

Desde la palabra escrita, el folleto al que pueden acceder quienes respondan a la invitación introduce a una definición de la artista y doctora en Biología. “Con el uso de tejidos metálicos, conceptos biológicos y escultóricos confluyeron para hablar de cuestiones humanas, trazando paralelos entre ecología, sociedad y psiquis. Los tejidos metálicos remiten a tejidos biológicos, la piel de los animales. La piel, el tegumento, la membrana, asegura la unidad del organismo, delimita el individuo, lo separa del entorno y a la vez lo conecta. Pero la inclusión de un animal dentro de otro rompe la idea de individualidad y sugiere otro tipo de unidad, la coexistencia en sistemas, como ecosistemas. Encontramos también que la piel puede ser adquirida, una piel social, producida para delimitar la función y funcionamiento del individuo en el sistema. Estos animales, de una forma u otra, confrontan lo civilizado con lo salvaje del cuerpo y espíritu humano”.

La curadora, Mercedes Vaccarezza, considera desde el texto que en sus criaturas “el metal no está llamado a brillar sino a convertirse en membrana elástica que dilata sus poros hasta volverse translúcido, de tal manera que el límite que supone la piel se pierde y somos otro. Al mismo tiempo, el metal resiste y sostiene, la piel se conserva para permitirnos la conciencia de que, ese otro, no es más que el aspecto de una auto-repetición fundamental. La esencia no es más que la inseparabilidad de la diferencia y la repetición”.

Como obedeciendo a un llamado imperceptible para otros oídos, los niños presentes durante la inauguración parecían sentir la necesidad de explorar aquellas figuras. Profundizar la percepción mediante el tacto constituyó un rasgo distintivo. Como ocurriera con Victoria, de tres años, ante “En peligro (Endangered)”, contundente escultura que recibe a quien ingresa al recinto. Ella dedicó varios minutos a observar detenidamente, desde distintos ángulos, al mono carayá de considerable tamaño que contiene la figura de un niño. Sus manos recorrieron detalles mientras le hablaba.

Manifiesta conexión en la que la artista halla satisfacción. “Los mensajes llegan más allá de lo que puedo ser consciente. Cuando hice esa obra estaba pensando que el mono carayá es una especie en peligro de extinción por la deforestación de la selva y la fragmentación del hábitat. Uno tiende a pensar que es una especie la que está en peligro cuando en realidad somos nosotros, el ser humano, el que va llevándose al peligro en ese descuido por lo ambiental. Por eso el niño, como la parte más inocente del ser humano, está contenido. El mono pasa a ser el hábitat, el ambiente, la selva, el ambiente. Está apoyando las manos en el piso, no subido a un árbol, que es un poco también bajar a nuestro nivel y encontrarse, un encuentro cara a cara.

“Lo que me pasa siempre con las obras, ésta es reciente, es que van apareciendo otras lecturas. Muchas veces son los niños y su desprejuicio a la aproximación a la obra, los que me llaman la atención, incluso las incorporo y vuelvo a pensarlas”.

La instalación “Gota de agua” atrae desde los verdes, las formas circulares y reproducidos seres microscópicos suspendidos. Y las sombras. “Como estudiante de Biología cuando me encontré con una muestra de agua bajo la lupa de gran aumento, sentí una emoción, una fascinación por ese otro mundo… Fue como poder entrar en otra dimensión. Quise generar esa sensación, llevarlo a una escala donde uno pudiera meterse”, describe.

El material utilizado, metal desplegado y tela metálica, “tiene ese aspecto que me gusta, poder ver a través, el interior, lo que hay detrás y jugar con la proyección de la sombra. Empiezo dibujando lo tridimensional, del dibujo vuelve a tres dimensiones y en las sombras vuelve a dos, sumando el movimiento”. Elementos que contribuyen “a profundizar la mirada”.

Algo similar ocurre ante “Mantis religiosa. Parece que reza/decapita su presa” donde la luz traspasando tenuemente la tela metálica reproduce la antenada cabeza en el ángulo de la pared blanca. O en “Amantes de la naturaleza”, los caracoles que, enlazados, celebran en perpetuo movimiento de rotación.

Ya ascendida la escalera, aguarda el impactante “Pegaso” con desplegadas alas. El caballo que en Grecia nace como resultado de la derrota de un monstruo: la Medusa, reseña el texto que acompaña. “Lo horrible no soporta mirarse a los ojos, reconocerse lo destruye. Toda la potencia que allí había se torna en alas y el brío del caballo de los dioses. Lo que se arrastraba, ahora se eleva”. El caballo mágico de la artista, continúa, “es el del juego, el de la invención de reglas, el de la inocencia que desconoce el prejuicio. Es la certeza de que somos un ave que le cumplió el sueño de volar a un amigo grande y pesado, o de que somos un caballo que se dio cuenta que tenía alma de pájaro y podía volar. (…) Es el mundo donde la caricia es la confirmación de lo posible”.

Ya en palabras de Nadia, “los escultores, de otro mundo traemos una presencia para compartir el espacio. El trabajar a gran escala permite establecer una relación como más corporal”.

Simbólicas, sus obras reflejan experiencias propias, culturales y particulares. “Me interesa que haya diferentes planos de lectura, poder expresar desde el plano biológico y ecológico pero al mismo tiempo estar hablando de cuestiones sociales o psicológicas. Porque también al mostrar animales domesticados con salvajes, el agresivo y el manso, que son aspectos que cada uno puede tener, está la fauna de cada persona que puede estar interactuando y conviviendo.

“La existencia de aspectos diferentes define a cada uno. Así como en ecología la liebre no sería liebre si no existiera un predador que la persigue y viceversa, en la sociedad ocurre lo mismo. Uno existe con otros, evolutivamente las especies llegan a ser lo que son por haber evolucionado con otras especies, los individuos con otros individuos”, refiere.

Metal desplegado hallado en un taller prestado en el que ensayara el contorno de una cabeza de caballo selló la perdurable relación con los materiales allá por 1990. “Una vez tuve un sueño. Soñé que el enemigo era sólo mío y apareció la confianza. Seguí soñando y ya no tuve temor al miedo. Y apareció la belleza”, describe “Atrapasueños” donde un ratón atisba desde un gato.

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