Asalto al fortín de la Confluencia

Por Héctor Pérez Morando (*)

Tiene larga y amena historia este fortín que estuvo emplazado en el paraje conocido como Confluencia, ejido municipal de Cipolletti, provincia de Río Negro. En la actualidad, una reconstrucción puede observarse en la rotonda de las rutas 22 y 151, cercana a los «tres puentes» sobre el río Neuquén y a corta distancia del río Negro. El primero fue levantado en el estratégico punto geográfico a fines del siglo XIX, porque en el Neuquén se encontraba «el paso» o «paso de los indios», parte de la rastrillada aborigen que nacía en la cordillera de los Andes y se prolongaba hasta la actual pampa bonaerense. Terminar con los grandes arreos producto de robos y malones fue el principal objetivo de la rústica edificación para albergar a uniformados y caballadas. Y el de otros fuertes y fortines. Quien inicialmente vislumbró la importancia del lugar fue el navegante español Basilio Villarino, quien en enero de 1783, navegando, anotaría en su diario: «En el paso sería muy conveniente una guardia». Y años después -por 1796- el también español Sebastián Undiano y Gastelú mostró preocupación por el conocimiento y afianzamiento de estas tierras para la corona española. Diría en un informe al Rey: «En la confluencia del Diamante (Neuquén) con el Negro sería bien poner la mayor fuerza, ya por ser éste el punto más remoto de nuestras fronteras actuales, ya también por oponer la mayor resistencia a las avenidas de los indios…».

Dos leyes

Consideramos que el Fortín Primera División tuvo -con otros similares y también fuertes- su certificado de nacimiento en 1867, cuando el gobierno de entonces notó la necesidad de extender las fronteras y asegurar el poblamiento para poner fin a las avanzadas aborígenes y de manera especial a los devastadores malones. Por eso, el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación dieron a luz la ley Nº 215 el 13 de agosto de aquel año, la cual disponía en su art. 1º la ocupación «por fuerzas del ejército de la República de la ribera del río «Neuguen» o «Neuquen», desde su nacimiento en los Andes hasta su confluencia en el río Negro, en el océano Atlántico, estableciendo la línea en la margen septentrional del expresado río de cordillera a mar» .

Seguidamente se hacía salvedad que a las «tribus nómadas» existentes entre la línea de frontera de entonces y la que se proyectaba extender, se les concedería «todo lo que sea necesario para su existencia fija y pacífica». A continuación otro artículo daba lugar a la construcción de fortificaciones al decir: «A la margen izquierda o septentrional de los expresados ríos y sobre todo en los vados o pasos que puedan dar acceso a las incursiones de los indios, se formarán establecimientos militares en el número y en la distancia que juzgue conveniente el Poder Ejecutivo para su completa seguridad».

La ley 215 también autorizó inversiones para la compra de «vapores adecuados y en la exploración y navegación del río Negro, como una medida auxiliar en la expedición por tierra». Y se completaba la misión con la construcción de línea telegráfica que uniera «a todos los establecimientos dispuestos a las márgenes del expresado río» (Negro). La guerra con el Paraguay demoró el cumplimiento de dicha ley, hasta que en 1878, durante el gobierno de Nicolás Avellaneda -no habiendo dado resultado la famosa zanja defensiva de Alsina y algunos pactos con aborígenes-, se decidió dar cumplimiento a lo resuelto once años antes. Y asomó la ley Nº 947 (5/10/1878), con largo y justificado mensaje y proyecto que firmaron el nombrado presidente y ministro de Guerra y Marina, Julio A. Roca: «El Poder Ejecutivo procederá á dar ejecución á la Ley de 23 de Agosto de 1867, estableciendo la línea de frontera sobre la márgen izquierda de los ríos Negro y Nauquen» (sic). Se autorizaba la inversión de «un millón quinientos mil pesos fuertes, de rentas generales, o usando del crédito en caso necesario». También se disponía la mensura de tierras y la reserva de lotes de las mismas «para las tribus amigas y los indios que se sometan».

Ataque al fortín

La precaria construcción que nos ocupa tuvo tres emplazamientos, pero siempre en puntos cercanos dentro de la Confluencia del lado rionegrino. Y cuatro denominaciones: Confluencia, Limay, Neuquén y finalmente Primera División, que es la que perduró. Durante la campaña de Roca (1879), en cumplimiento de ambas leyes, se decidió dejar una guardia en el lugar, cercana al «paso» en el río Neuquén, que pudieron conocer. En 1881, durante la visita del vapor «Neuquén» -el primero que navegó por la zona- Santiago J. Albarracín, uno de sus tripulantes y encargado del «diario» y otras anotaciones, dejó testimonio escrito, reproducido en su conocida obra: «Se largó el bote con el teniente Rohde, su asistente y dos marineros aguas abajo, en comisión al fortín del Neuquen, que se encuentra cerca de la Confluencia». «Los mandó enseguida al fortín de la Confluencia». «El teniente Rohde y su asistente fueron al fortín». Hay otras referencias al mismo durante la forzosa estadía del vapor en improvisado amarradero en el río Neuquén, como ser: «Desde el mangrullo que hemos establecido, se alcanza a distinguir hasta el fortín de la Confluencia» (30/3/1881). Prueba de la existencia de la sencilla construcción, empleando sauces y mimbres de las costas.

Como venimos diciendo, el fortín se había levantado en lugar por de más estratégico y junto con sus similares bordeando el río Neuquén por el noroeste, más Fuerte Roca, Chinchinales, (Chichinales), Choele Choel y otros pasaron a constituirse en pesadilla para los trasandinos maloneros y arreadores de hacienda. De los varios escritos y documentos consultados surge, sintéticamente, que el capitán Juan José Gómez -Regimiento 7º de Caballería de Línea- había recibido orden de relevar a los uniformados del 5º de Caballería afectados al fortín (31/12/1881). De sus treinta hombres dispuestos para el lugar, diez debieron regresar a la comandancia en Fuerte General Roca y cinco al mismo punto, para llevar racionamiento y víveres. El 15 de enero de 1882 se presentó en la guarnición una tropa de carros de Domingo López, regresando de «Paso de los Indios» a donde habían llevado material para la construcción de la línea telegráfica: capataz y trece peones (10 a 13 según algunos autores). Más cinco soldados de custodia.

En la cercana isla del río Neuquén pastaba la caballada del fortín y la de los troperos visitantes, más su boyada. Una «descubierta» a cargo del cabo Manuel Contreras y cuatro soldados a la madrugada rumbeaba para «La Picasa» (Cinco Saltos) husmeando gente de toldos nómades. Era el amanecer del 16 de enero de 1882. El capitán Gómez había salido con su zaino a trotar por los alrededores y de pronto clarín y disparos de fusil lo alertaron. El ataque era inminente. «Unos 50 indios se encontraban entre él y su fortín». Algunos soldados, sorprendidos, salieron del fortín para protegerlo. La escaramuza no se hizo esperar. Su revólver dio cuenta de uno de los aborígenes, pero dos chuzasos en la frente y en una pierna aceleraron su entrada al fortín, donde comenzó a organizar la defensa. Algunos escritos dicen que eran entre 800 y 1.000 los atacantes y que pertenecían a las tribus de Namuncurá, Ñancucheo, Reuquecurá y Sayhueque. Tenemos nuestras dudas en cuanto al número y casi con seguridad ninguno de esos caciques estuvo al frente del ataque. No obstante «la diferencia numérica era asombrosa. Lanzas, cuchillos, sables, revólveres y fusiles, los medios para ganar el combate. La «descubierta» por el norte, de regreso, se sumó a los atacados. El alboroto de alaridos y disparos produjo el regreso de los tres soldados que cuidaban la caballada en la isla. Cinco lanzasos de muerte para Juan Robledo. Similar suerte para otro llamado Montecino y su compañero Mercado, gravemente herido, moriría al día siguiente. Sangre en la tierra de la Confluencia. Un grupo a caballo, de los que imaginamos torso desnudo, llegó al foso defensivo y se dejó caer en él para tratar de cruzar la empalizada. Son repelidos. Heridos y muertos de ambos bandos. Parece que hubo dos factores que decidieron la retirada de los atacantes: uno, la extrema decisión de Gómez -vida o muerte- de quemar varios cadáveres de los lanceros en una pila de leña y la muerte del «principal cacique» (no se supo el nombre ni procedencia). Fue el espanto y abandono del asedio al fortín».

Los atacantes se llevaron heridos y cincuenta caballos. Cuatro muertos y quince heridos entre los fortineros y pérdida de la caballada, que para el jefe constituía falta grave. Tal vez el fin de la carrera militar de Juan José Gómez. Pero no fue así. La defensa fue elogiada por los superiores y el riojano comandante ascendido a sargento mayor. Ocurrió hace ciento veinte años y fue el «último malón», con la Confluencia por escenario. Hoy tres puentes -uno ferroviario y dos carreteros- cruzan el Neuquén, cerca del famoso «paso» o «vado».

La reconstrucción del Fortín Primera División se inauguró en 1967.

Bibliografía principal. Villarino, B. Diario, 1782-83. Undiano y Gastelú, S. Informe, 1796. Diario Sesiones Congreso Nacional. Raone, J. M. Fortines, 1969. Prado, C. Guerra, 1907. Pérez Morando, H. Varios. Albarracín, S. J. Estudios, 1886 y Conquista, 1912 y otras publicaciones.

(*) Periodista. Primer Premio ADEPA

1998 en Cultura e Historia.


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