Bajo el signo del dólar

Es evidente que Menem apuesta a que la crisis económica y anímica se profundiza. Por eso insiste en la dolarización.

En el corto plazo, la estrategia dolarizadora que ha adoptado con entusiasmo el ex presidente Carlos Menem con el propósito de mantener vivas sus esperanzas de volver a la Casa Rosada, parece destinada a resultar un fracaso rotundo. Ningún otro político significante ha manifestado interés alguno por el planteo y entre los economistas sólo ha ocasionado extrañeza. En cuanto a sus adversarios, no han vacilado en acusarlo de querer entregar la Argentina a los Estados Unidos, «matando la moneda» y de este modo sacrificando la soberanía nacional. A la larga, empero, la dolarización podría reportarle muchos dividendos porque, bien que mal, constituye una propuesta concreta en un momento dominado por la ausencia de ideas importantes. Es evidente que Menem está apostando a que en los próximos meses la crisis tanto económica como anímica en la cual está debatiéndose el país se profundizará cada vez más y que en consecuencia se intensifica la voluntad de probar suerte con una «solución» tan contundente como lo fue en su época la convertibilidad misma.

Según Menem, de prolongarse mucho más la situación actual el gobierno de su sucesor, el presidente Fernando de la Rúa, tendrá que optar entre una devaluación que hará «estallar el país» y su propia receta, la dolarización. Por ahora, pocos están hablando de una devaluación porque, como Menem sabe muy bien, los efectos serían a la vez traumáticos y decepcionantes, con los más pobres pagando una proporción exagerada de los costos y muchos ricos, entre ellos los políticos, aprovechando la oportunidad para enriquecerse aún más. Pero si bien tal pronóstico alarmante puede considerarse típico de los formulados por ex presidentes y ex candidatos presidenciales resueltos a convencernos de que siempre tuvieron razón, a diferencia de los preferidos por Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde entraña una alternativa al parecer muy sencilla al statu quo. Asimismo, de resultar elegido en los Estados Unidos su «amigo» George W. Bush, Menem contaría con un aliado clave en el país a cuya economía quisiera integrar la argentina.

De más está decir que de por sí la dolarización no serviría para solucionar los problemas económicos nacionales, los cuales se deben en buena medida a la escasa productividad de una sociedad que sigue guiándose conforme a las pautas tradicionales hispánicas, no por aquellas de los países capitalistas exitosos. Como sabemos, salvando a los economistas mismos y, se supone, el propio Menem, virtualmente todos los influyentes – dirigentes políticos, eclesiásticos, intelectuales- coinciden en culpar al capitalismo «liberal» por la incapacidad del país de prosperar en el marco que brinda. Dicha actitud es claramente irracional porque, al fin y al cabo, el capitalismo está funcionando muy bien en otras latitudes, pero es comprensible. Modificar una cultura, empresa que requeriría transformaciones legales radicales, una reforma profunda del Estado y el abandono de una multitud de costumbres que los más creen naturales, nunca es fácil, y mientras la mayoría ni siquiera reconozca que podría tener algo que ver con la crisis será virtualmente imposible. Aunque es innegable que en el transcurso de los años noventa la población comenzó a adaptarse al sistema ya hegemónico, los cambios han tardado en consolidarse debido a la resistencia de sectores que no tienen interés en contribuir a desmantelar esquemas que les han permitido prosperar.

A juzgar por su retórica, el ex presidente Menem cree que el país está deslizándose hacia una crisis aún mayor que aquella que hundió al gobierno de Alfonsín y que hizo tan pesadillesco el primer año de su propia gestión. Otros, incluyendo a sus adversarios, parecen compartir la misma convicción. Sin embargo, a diferencia de los populistas congénitos, los cuales no se han dado el trabajo de plantear «salidas» factibles del desastre que según ellos se nos viene encima, Menem sí ha procurado hacerlo. Así, pues, aunque su propuesta resulte tan impráctica como afirman sus críticos, el mero hecho de que haya estado dispuesto a pensar de forma positiva en el futuro le permitiría desempeñar un papel menos estéril que aquel de quienes se limitan a pronosticar calamidades.


En el corto plazo, la estrategia dolarizadora que ha adoptado con entusiasmo el ex presidente Carlos Menem con el propósito de mantener vivas sus esperanzas de volver a la Casa Rosada, parece destinada a resultar un fracaso rotundo. Ningún otro político significante ha manifestado interés alguno por el planteo y entre los economistas sólo ha ocasionado extrañeza. En cuanto a sus adversarios, no han vacilado en acusarlo de querer entregar la Argentina a los Estados Unidos, "matando la moneda" y de este modo sacrificando la soberanía nacional. A la larga, empero, la dolarización podría reportarle muchos dividendos porque, bien que mal, constituye una propuesta concreta en un momento dominado por la ausencia de ideas importantes. Es evidente que Menem está apostando a que en los próximos meses la crisis tanto económica como anímica en la cual está debatiéndose el país se profundizará cada vez más y que en consecuencia se intensifica la voluntad de probar suerte con una "solución" tan contundente como lo fue en su época la convertibilidad misma.

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