Bourdieu para politólogos
El Día Nacional del Politólogo –y las politólogas– se conmemoró el pasado 29 de noviembre, por la fecha de fallecimiento de uno de los referentes de nuestra disciplina: Guillermo O’Donnell, indiscutido teórico cuyo aporte ha sido fundamental en nuestra formación. Pero en este caso, nobleza obliga, quiero rescatar una reflexión de Gabriela, politóloga y esposa de O’Donnell, porque interpela a la disciplina, su organización, y da cuenta de lo que vivimos en Río Negro desde que un grupo de profesionales intentamos colegiarnos.
Se trata de la necesidad de nuevas formas de organización, de la inclusión, de la democratización, de la federalización y correspondiente autonomía subnacional –versus el monopolio centralista de la Sociedad Argentina de Análisis Político– de la disciplina y de asumir desde ya en el ámbito local nuestro fracaso, que el año que viene cumple veinte años.
Veinte años no es nada… Unos noventa graduados y graduadas, una matrícula en grave descenso, escasísimas actividades académicas y mucha rosca y acomodo.
Cuando advertí la “oposición” que encontró el proyecto de ley de creación del Colegio Profesional de Ciencia Política de Río Negro, en mi mente apareció un solo nombre: Pierre Bourdieu.
Un proyecto que se pensó, se discutió, se repensó, se reescribió muchas veces y claramente convocó y motivó a algunos y a otros no como era previsible, pero se esforzó por construir consensos.
No somos ni dos ni tres, somos bastante más que simplemente tenemos dos objetivos que, consideramos, no harán más daño que el ya causado por acción o por omisión: 1) dar a conocer la profesión, sus incumbencias, los ámbitos donde es posible desempeñarse y 2) mejorar la situación profesional/laboral de las y los colegas.
Sobre todo de esa gran mayoría que no accede al Conicet, entre otras…
Bourdieu no era politólogo pero desarrolló la teoría de los campos sociales en la que describe a la perfección el funcionamiento y lógica de competencia del campo científico. Un imperdible realmente.
Aplicado a nuestra disciplina, erigida básicamente en la academia, es increíble cómo los encumbrados y detentadores del monopolio de la ciencia política terminan siendo los competidores dominantes que, a través de estrategias de conservación sienten amenazado su prestigio y su posición en el campo con el doble interés de hacer ciencia (política) para sostener su prestigio y capital.
Y también los que Bourdieu llama “pretendientes” o recién llegados que, a través de estrategias de sucesión, persiguen el camino y el estatus de los dominantes: ambos se necesitan para mantenerse “unos” y escalar otros. “Unos” está escrito adrede porque el monopolio lo ha detentado históricamente el varón politólogo.
Finalmente aparecimos nosotras –muchas de nosotras, mujeres, y muchos varones– quienes asumimos que se han hecho las cosas lo suficientemente mal como para seguir haciendo lo mismo tan estoicamente y que, a partir de una estrategia de subversión, sacamos a la ciencia política de su contexto habitual, tradicional, conservador: la academia.
Nos convocó el hecho de politizar la vida misma, algo impensado para una institución tan rígida en sus reglas, conservadora, academicista y que tan poco le ha aportado al crecimiento de la disciplina en nuestra provincia.
A tal punto que casi nadie sabe qué hace un politólogo transcurridos veinte años. Politicemos entonces la ciencia política rionegrina.
Ya no estamos en el campo científico, la ciencia política tiene que estar en todos lados y las reglas de la academia ya no corren para el terreno de la política pública: la ciencia política puede ser una política pública y una oportunidad para que la profesión sea conocida, sea necesaria, y por ende que las y los colegas que no están pudiendo ejercer la profesión puedan por fin hacerlo. Para eso estudiaron.
*Politóloga, artículo no académico
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