Cataluña, un año después

Hace un año, los independentistas catalanes unieron fuerzas para sacar adelante el referéndum ilegal con el que justificaron la posterior proclamación de una república que no vio la luz. Ahora, el movimiento se encuentra dividido y sin una estrategia definida.

“Nos lo jugamos todo para poder hacer el referéndum, les creímos ciegamente y ahora vemos que todo lo prometido era falso”, lamenta Adrià, un furibundo independentista que protesta contra el gobierno regional presidido por Quim Torra.

Junto a otra veintena de personas, este joven de 23 años, que no quiere dar su apellido por miedo a represalias policiales, lleva días acampado frente a la sede del gobierno regional, en el centro de Barcelona, para exigir la república prometida un año atrás. “Estaremos aquí hasta la independencia. Solo les pedimos que vayan hacia la república o que dimitan y se vayan a su casa”, insiste.

“Hito ” insuficiente

Pero un año después de poner en jaque a Madrid con un referéndum ilegal marcado por la dura acción de la policía estatal mandada para evitarlo, la “situación está encallada”, opina el analista político Josep Ramoneda.

La votación del 1 de octubre supuso un “hito histórico”: si bien el sufragio no tenía garantías electorales, el gobierno regional anunció una participación de 2,3 millones de personas sobre un censo de 5,5 millones (90% para la secesión) y las imágenes de la violencia policial dieron la vuelta al mundo.

“El 1 de octubre fue una desgracia para todos porque la imagen de España sufrió mucho”, reconoció recientemente el ministro de Exteriores, Josep Borrell.

“Es un momento que estará en los anales del independentismo pero también demostró sus límites evidentes: con 2 millones de personas no tiene los instrumentos necesarios para imponerse por la vía unilateral”, añade Ramoneda.

La declaración de independencia del 27 de octubre lo evidenció: ningún país reconoció a Cataluña y el gobierno español destituyó al presidente Carles Puigdemont, disolvió el Parlamento regional y convocó nuevas elecciones.

Puigdemont y otros dirigentes marcharon a Bélgica y el resto del gobierno regional permanecido en Cataluña fue encarcelado días después acusados de rebelión.

En diciembre, los independentistas renovaron la mayoría absoluta de la cámara, aunque el porcentaje de votos se quedó por debajo del 50% (47%).

Incapaces de volver a escoger a distancia a Puigdemont, invistieron como presidente a Quim Torra, un fiel de su grupo parlamentario Juntos por Cataluña que formó una coalición con el partido progresista ERC.

Pero las estrategias divergen.

Los fieles de Puigdemont y la izquierda radical CUP, que ha retirado su vital apoyo al gobierno, apuestan por mantener vivo el conflicto. En cambio, ERC y algunos sectores del partido del expresidente propugnan la moderación y aseguran no disponer de apoyos suficientes para seguir por la vía unilateral.

Nacionalista romántico, calificado de supremacista por sus adversarios, Torra combina un discurso encendido, llamando a la movilización de sus bases y atacando a Madrid, con una incipiente negociación con el nuevo jefe de gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, menos beligerante que su antecesor, el conservador Mariano Rajoy.

“Por debajo de la mesa hay cooperación con el gobierno central pero el discurso oficial sigue siendo el mismo”, señala Joan Botella, profesor de ciencias políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona.

“El independentismo está dividido en tres partidos y además hay una divisoria entre los líderes que están fuera de España, los que están en prisión, los que no…”, explica. “Cuando hay muchas divisiones, la situación se bloquea y nadie tiene capacidad para tomar la iniciativa”, concluye Botella.

Entre las asociaciones que durante años movilizaron a multitudes independentistas en constantes protestas empieza a cundir la preocupación.

Hoy celebrarán una manifestación en Barcelona y reclamar que “se haga efectivo el deseo de la mayoría del pueblo de Cataluña”.


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