China se frena

Dijo una vez Napoleón Bonaparte que “cuando China despierte, el mundo temblará”. Acertaba: el regreso de China al centro del escenario mundial luego de una ausencia prolongada ha obligado a todos los demás países a adaptarse a una realidad muy distinta de aquella de apenas treinta años atrás. Sin embargo, no bien se acostumbró el resto del mundo a la idea de que la economía china seguiría creciendo por mucho tiempo a una velocidad sumamente rápida, comenzaron a producirse señales de que en cualquier momento podría frenarse en seco, reeditando así la experiencia de otro gigante asiático, el Japón, que en los años ochenta del siglo pasado pareció encaminado a desplazar a Estados Unidos como el país más rico y dinámico del planeta. Según el primer ministro Wen Jiabao, la economía china ha entrado en una etapa de desaceleración que atribuye a la “presión a la baja relativamente enorme” causada principalmente por la caída de la demanda en Europa. Aunque las autoridades chinas afirman estar convencidas de que la tasa de crecimiento continuará superando el 6% anual, un guarismo que en otras latitudes motivaría envidia, distan de ser confiables las estadísticas confeccionadas por el régimen comunista cuya legitimidad a ojos de la ciudadanía depende de su presunta capacidad para garantizar un ritmo de expansión muy alto. En opinión de muchos analistas, tanto chinos como occidentales, un aterrizaje forzoso ya está en marcha y existe el peligro de que China caiga pronto en una espiral deflacionaria, parecida a la que puso fin al supuestamente irresistible ascenso del Japón, que tendría un impacto muy negativo en la letárgica economía mundial. La situación en la que se encuentra China puede atribuirse al exceso de ahorro. En los años últimos, los chinos han invertido tanto en la construcción de fábricas que ya cuenta con un superávit industrial alarmante, apropiada tal vez para un mundo en condiciones de comprar las cantidades fenomenales de productos que es capaz de manufacturar, pero no para uno en que se ha puesto de moda la austeridad tanto gubernamental como privada al difundirse la convicción de que el consumismo desenfrenado, y el endeudamiento resultante, están en la raíz de la crisis en Europa y Estados Unidos. Se prevé que, a fin de mantener operando a pleno las fábricas chinas, el gobierno procurará emprender una ofensiva exportadora que, además de entrañar el riesgo de hacer más fuertes las presiones deflacionarias en Europa y Estados Unidos, con toda seguridad provocará una reacción proteccionista por parte de otros países que haría todavía más complicado el ya sombrío panorama internacional. Puede entenderse, pues, que el FMI se haya entregado últimamente al pesimismo. Parecería que, como muchos otros, los técnicos del organismo habían apostado a que los países “emergentes”, encabezados por China, continuarían creciendo vigorosamente, desacoplándose del mundo ya desarrollado con la esperanza de terminar superándolo, pero a juzgar por lo que está sucediendo no sólo en China sino también en otros “BRICs” como Brasil y la India, se trataba de una ilusión o, por lo menos, de un vaticinio prematuro. Aunque es perfectamente posible que andando el tiempo algunos países pobres logren enriquecerse, dejando atrás a ciertos miembros del Primer Mundo, no les será tan fácil como hasta hace menos de un año previeron sus dirigentes actuales. Sin habérselo propuesto, los chinos han hecho su aporte a la crisis que tiene en vilo a todos los gobiernos. Al producir en gran abundancia bienes manufacturados destinados al consumo popular, ayudaron a frenar el aumento del costo de vida y mantener bajas las tasas de interés, de tal modo estimulando el endeudamiento de los occidentales que, convencidos de que los buenos tiempos se prolongarían por muchos años más, se negaron a preocuparse por lo que sucedía hasta que ya fuera demasiado tarde. Para solucionar los problemas causados por su propio éxito macroeconómico los chinos, como los alemanes y otros pueblos ahorrativos, tendrían que estimular el consumo interno para importar muchísimo más, pero, desde luego, no podrán modificar drásticamente sus propias pautas a tiempo para impedir que las distorsiones ocasionadas por sus hazañas exportadoras sigan entorpeciendo el funcionamiento de la economía internacional.


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