Crecimiento y distribución, la llave contra la pobreza

Cuatro de cada diez argentinos es pobre y uno de cada diez no puede comer. Se impone la necesidad de encontrar un sendero virtuoso al desarrollo económico.

Contraste. Unos tanto, otros nada. La realidad social que atraviesa al país.

El contraste fue elocuente este fin de semana. Una imagen fuerte, cruda, que muestra claramente el panorama socioeconómico que atraviesa hoy el país. El mismo día en que miles de argentinos se lanzaron a las rutas para disfrutar unas mini vacaciones por el fin de semana largo, se conocieron los datos oficiales de pobreza e indigencia para el segundo semestre de 2020.

Todos y cada uno de los que viajó en semana santa con seguridad merecen el descanso, y lo solventan en base al fruto de su trabajo. Con el gasto que realizarán en estos días, ayudan además a recomponer al menos marginalmente la situación de uno de los sectores más golpeados por la pandemia, el sector turístico.
Nada de ello invalida el claroscuro: unos tanto y otros tan poco. Unos con excedente para el esparcimiento, otros impedidos de comer o vestir.

La comparación pone sobre la palestra una vieja discusión. ¿Es acaso la solución quitarle al que logró progresar en base al esfuerzo para darle al que no tiene nada? La respuesta requiere matices, sin embargo existen de antemano dos certezas. La primera es que los recursos están distribuidos de forma extremadamente desigual. La última medición de Indec revela que el 20% más rico de la población recibe el 49% de los ingresos (casi la mitad de la torta), mientras que el 20% más pobre recibe solo el 4,4%, y que la distancia entre el 10% más rico y el 10% más pobre de la población es de 21,6 veces. Semejante grado de desigualdad no encuentra sustento únicamente en la meritocracia. La segunda certeza es que solo si la torta es progresivamente más grande, los que menos tienen podrán recibir una porción cada vez mayor, sin que ello implique necesariamente la lógica “robinhoodesca” de quitarle a unos para darle a otros.

Siendo quizá el tema más sensible que traspasa el tejido social en su conjunto y significa una realidad precaria para millones de personas, es necesario poner los datos en perspectiva económica y política.

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Datos que estremecen


La foto que dio a conocer el Indec esta semana en relación a la pobreza en Argentina es dramática. No había una igual desde el año 2006 a la salida de la peor crisis económica en democracia. Los números son estremecedores. La pobreza alcanza al 42% de las personas, lo que equivale a 12 millones de personas que no logran acceder a una canasta básica que incluye alimentación, vivienda, vestido, transporte, educación, salud y esparcimiento. Existe además un 10,5% de la población en condición de indigencia. Son tres millones de personas que no tienen los recursos suficientes para poder comer, en un país cuya producción principal, aquella que se exporta al mundo, son los alimentos.

Los datos son todavía más duros cuando se observa que el 57,7% de los niños de entre 0 y 14 años son pobres en Argentina, y que el 11,9% de los adultos mayores de 65 años, revisten la misma condición.

Extrema. La pobreza que experimentan millones de argentinos a diario.


La lectura política de los datos permite diversas interpretaciones, con la seguridad de que cualquiera sea el color partidario del interlocutor, existe un fracaso colectivo para encontrar una respuesta conjunta a la necesidad extrema de una enorme porción de la sociedad.

No obstante, la interpretación política es crucial en la busca de soluciones y los datos cobran aún más valor puestos en perspectiva, lo cual se logra al observar la serie de tiempo y la evolución de los indicadores. La medición de pobreza oficial quedó cuestionada en Argentina desde la intervención del kirchnerismo al Indec en 2006, y se interrumpió su publicación en 2013. Si se toman los datos desde la recomposición de la medición en 2016, pueden obtenerse algunas conclusiones. Tras la baja registrada entre el segundo semestre de 2016 y el segundo semestre de 2017, cuando la medición era de 25,7%, la pobreza trepó 10% en apenas dos años hasta fines de 2019. Implica que sin que mediara la incidencia de las restricciones impuestas por la pandemia, las políticas económicas de corte neoliberal en base al gradualismo con mega endeudamiento externo aplicadas durante el macrismo, se tradujeron en 3 millones de nuevos pobres en Argentina. A ello se le sumó la llegada del Covid. El gobierno de Alberto Fernández no logró hacer pie con la estrategia sanitaria, trastabilló con el plan de vacunación, y no ha logrado desenmarañar la economía. El resultado luego de un año, es un 7% más de pobres que el que dejó la gestión anterior. Ello pese al enorme flujo de recursos que el estado destinó en 2020 a la contención de los efectos de la cuarentena vía Aporte al Trabajo y la Producción (ATP), Repro e Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), sin los cuales el crecimiento de la pobreza y la indigencia hubiese sido aún mayor.


Crecimiento y distribución


Encontrar los resortes que permitan resolver definitivamente las carencias de millones de personas, es imperativo. En ese camino, crecimiento económico y distribución de los ingresos, son dos variables esenciales y determinantes.

Un estudio publicado por el economista Daniel Schteingart revela que existe una correlación inversa casi perfecta entre crecimiento económico y pobreza. En 15 de los últimos 17 años, cada vez que creció el PBI per cápita se redujo la pobreza y cada vez que el PBI per cápita cayó, la incidencia de la pobreza aumentó. Volver a crecer es condición necesaria para detener el aumento de la pobreza. Al respecto, los datos que muestran una progresiva reactivación del entramado productivo son una luz al final del túnel. De cumplirse las previsiones más moderadas, el 2021 podría finalizar con un crecimiento del 7%, que no llega a compensar la caída del 9,9% registrada en 2020, pero significaría revertir la tendencia.

Al agregar la distribución del ingreso al análisis, y frente a la imposibilidad sistémica de lograr una absoluta igualdad, surge entonces la necesidad de encontrar mecanismos que permitan reducir las brechas. Cuando esta noción se combina con crecimiento económico, comienzan a surgir los resortes virtuosos que pueden significar un cambio radical.

El economista Leonardo Tornarolli del Cedlas y la Universidad de La Plata, realizó una valiosa relación en base a datos del Banco Mundial, que permite no solo advertir el sendero deseable para la dinámica socio económica en Argentina, sino poner la situación actual de Argentina en contexto, frente al resto de los países de la región y del mundo.

En los gráficos que acompañan la nota puede apreciarse a los distintos países colocados en base al ingreso per cápita familiar con paridad de poder de compra de 2011 y al registro de Coeficiente de Gini como medida de distribución del ingreso. En el cuadrante superior izquierdo se ubican los países de bajos ingresos y alta desigualdad, en el cuadrante inferior izquierdo los de bajos ingresos y baja desigualdad, en el superior derecho los de altos ingresos y alta desigualdad, y en el inferior derecho los del altos ingresos y baja desigualdad. Este último sería el lugar deseable en que el crecimiento del producto per cápita signifique además una distribución más equitativa.


El primer gráfico coloca a los países latinoamericanos en perspectiva. Se advierte que Uruguay es el mejor rankeado de la región con altos ingresos per cápita y baja desigualdad. Chile también se ubica cómodamente en ese cuadrante aunque con una desigualdad mayor. Argentina es el tercer país ubicado en esa categoría, con baja desigualdad respecto a la mayoría de los países de la región, aunque con menores ingresos per cápita que Uruguay y Chile.

El dato pone un matiz a los datos de pobreza conocidos esta semana. Pese a la situación crítica que atraviesa el país a nivel social, resulta llamativo que en la comparación regional, la situación sigue siendo mejor que en Brasil (altos ingresos per cápita pero con altísima desigualdad), México, Ecuador y Paraguay (bajos ingresos per cápita con alta desigualdad).


Lejos de ser un consuelo de zonzos, los datos y en especial la ubicación de países de la región que lograron éxito, permiten tener perspectiva: en el concierto regional, Argentina sigue siendo de los países menos desiguales.

El punto queda todavía más a la vista cuando la lista de países se amplía para incluir a los países más desarrollados del mundo. En el escenario global, todos los países de América Latina se trasladan al cuadrante con bajos ingresos per cápita y alta desigualdad. El cuadrante “deseable” lo ocupan el Reino Unido, Francia, Suecia y Alemania, destacándose EEUU por ser el país con mayor ingreso per cápita, aunque con una desigualdad alta.

Lograr consensos básicos que trasciendan los gobiernos de turno y permitan erradicar la pobreza, significa encontrar un camino virtuoso, el del crecimiento con reducción de la desigualdad.

Dato

57,7%
El porcentaje de los niños de entre 0 y 14 años que son pobres en Argentina. De ese total, un 15,5% son indigentes, es decir, no comen.

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