Cristina y los pretorianos
JAMES NEILSON
La democracia sirve para repartir el poder para que nadie tenga demasiado. Es su razón de ser. Pero en la Argentina de la democracia recuperada, muchos quieren que todo el poder se vea concentrado en las manos de una sola persona: Cristina. Una y otra vez, los voceros gubernamentales se sienten constreñidos a asegurarnos que lo conserva intacto, que no lo comparte con nadie, que nada ha cambiado a causa de aquel golpe en la cabeza que, al provocar un hematoma pequeño, la obligó a ser operada en el quirófano de la Fundación Favaloro. La mera posibilidad de que la presidenta no resulte capaz de aferrarse al poder, todo el poder, hasta el 10 de diciembre de 2015, con la firmeza que sus dependientes creen necesaria, les motiva tanta angustia que insisten en que continuará tomando todas las decisiones significantes aun cuando los médicos le hayan recomendado guardar reposo por al menos un mes. Hasta que se derrumban, las dictaduras parecen ser más estables que la mayoría de las democracias. Son rígidas, mientras que las democracias cambian con frecuencia a veces desconcertante, de tal modo adaptándose a la realidad, que en el mundo actual siempre está en movimiento. Aunque la Argentina posee instituciones democráticas, los muchos que sienten nostalgia por modalidades más autoritarias siempre hacen cuanto pueden por privarlas de poder. Aquí sería inconcebible un drama parecido a aquel que ha puesto a Estados Unidos al borde de un default técnico; cuando de desatar un nudo gordiano legislativo se trata, no hay espada más filosa que un decretazo presidencial. ¿Son leales a Cristina los funcionarios y militantes que coinciden con el jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina en que “la única que tiene el poder es la presidenta”? ¿O sucede que están obsesionados por el poder? ¿Les importa más defender su propio lugar en el gobierno que la salud de la persona que juran venerar? ¿La respetan de verdad o sólo ven en ella una fuente milagrosa e insustituible de poder y dinero? ¿Son como aquellos soldados de la Guardia Pretoriana romana que, con el pretexto de que era su deber defender al emperador contra los muchos que querían usurpar su lugar, a veces lo mantendrían encarcelado y, en ocasiones, resultarían ser sus verdugos? Son preguntas legítimas. Hasta que Cristina se haya recuperado por completo de los diversos males que padece, el estrés le será un enemigo mucho más temible que los oligarcas, gorilas, derechistas, liberales, traidores y otros que los kirchneristas ven agazapados en las sombras a la espera de una oportunidad para arrebatarle la presidencia. Sería por lo tanto lógico que sus seguidores procuraran alejarla, por el tiempo que resulte aconsejable, de responsabilidades onerosas que podrían provocarle una recaída. Parecería que algunos no tienen la menor intención de intentarlo. Antes bien, dan a entender que la colmarán de trabajo porque la alternativa sería permitir que otros se encargaran, aunque sólo fuera pasajeramente, de ciertas funciones menores. Es de prever, pues, que la convalecencia de Cristina sea más breve de lo anticipado por los facultativos, que, presionada por los fieles, vuelva pronto al trabajo decidida a mostrar que sigue siendo plenamente capaz de prescindir de la ayuda ajena, lo que aumentaría el riesgo de que una vez más la traicione su salud que, a juzgar por la información disponible, es precaria. De estar acostumbrados los kirchneristas a pensar en el mediano plazo, comprenderían que les convendría permitirle delegar partes del poder porque de lo contrario no podría descansar, pero, como es notorio, todos, incluyendo a Cristina, son miopes por principio. Si la Argentina fuera un emirato pobre y apenas poblado en que la política se limitara a las ya tradicionales riñas familiares, la postura de los “militantes” no motivaría extrañeza, pero sucede que es un país de más de 40 millones de habitantes, de nivel cultural relativamente alto según las pautas internacionales, que aspiran a vivir mejor. Por lo demás, está pasando por una etapa muy complicada; entre otras cosas, el “modelo” económico se está cayendo en pedazos sin que el gobierno, o las fracciones opositoras más importantes, sepan muy bien lo que podría hacerse para impedir que el colapso que ven acercándose tenga consecuencias funestas. Para superar lo que para ellos es una emergencia alarmante, quienes conforman el núcleo duro del gobierno han improvisado un triunvirato: Amado Boudou, Carlos Zannini y Máximo Kirchner. Por razones constitucionales, le corresponde a Boudou, el presidente en ejercicio, actuar como el jefe, pero de acuerdo común el más influyente de los tres será Zannini. En cuanto a Máximo, es el hijo primogénito de Cristina: la Nación Argentina sí admite prerrogativas de sangre y de nacimiento. Si alguien lo dudara, le bastaría con echar un vistazo a la Cámara de Diputados, el Senado y las distintas gobernaciones provinciales: en todas pululan los parientes de políticos exitosos, y a menudo adinerados, que lograron fundar pequeñas dinastías locales. Con toda seguridad Máximo se preocupa por la salud de su madre, pero también le interesa el poder por entender que llegará la hora en que lo precisará para defenderse contra la jauría de opositores, juristas y abogados que ya están pisándole los talones. Como Julio Cobos, su antecesor en el cargo de vicepresidente, Boudou tiene derecho a considerarse condueño de los votos que obtuvo la fórmula presidencial que integraba. Puede que muy pocos se hayan debido a sus propios encantos, a la reputación que brevemente ostentó de ser un joven capaz, si bien un tanto desinhibido, más atractivo que otros imberbes kirchneristas. Aunque sólo se tratará de un detalle anecdótico, el resultado electoral brinda a Boudou una ventaja negada a Zannini: la eminencia gris del gobierno de Cristina nunca fue votada por nadie en el transcurso de su vida. Asimismo, los esfuerzos poco vigorosos de Máximo por seguir las huellas de sus padres, apoyando las candidaturas de miembros de La Cámpora, siempre han fracasado de forma humillante. La organización que en teoría le responde no ha conseguido abrirse camino en las malsanamente politizadas universidades y, tanto en su provincia natal, Santa Cruz, como en el resto del país, su mera proximidad es suficiente como para asustar al electorado, razón por la que, antes de caer enferma Cristina, mantenía un perfil bajo. A los kirchneristas siempre les ha gustado jugar a todo o nada; no sorprende, pues, que el triunvirato que han improvisado para reemplazarla por un rato se parezca a un vacío.
SEGÚN LO VEO
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