Cuando el funky invade el cuerpo y el alma
El jueves se presentó en Neuquén Maceo Parker, uno de los mejores músicos de funky de todos los tiempos. El ex saxofonista de James Brown demostró de dónde nace su fama. Su banda hizo bailar a todos y suspirar a las damas.
Dicen que afuera llovía. No nos consta.
Resulta que Maceo Parker (foto) acaparaba tiempo y espacio entre las paredes de Ticket, un boliche de Neuquén. El y su saxo en principio. Pero sería injusto olvidar al resto de sus secuaces en esto de cautivar el ritmo cardíaco y la fluidez de la respiración.
El recital del jueves comenzó a las 22.30 en punto y terminó casi tres horas más tarde. «¡Tres horas, yo pensé que había sido media», dijo Ernesto, joven, pelo largo, «chic». Uno de los tantos que pagaron su entrada para ver a quien fuera uno de los más célebres acompañantes de James Brown.
Son estos los artistas que justifican la discusión acerca de la real existencia del tiempo. Habrá que volver a leer una vez más esa obra maestra de la literatura, «El perseguidor», donde Julio Cortázar desmenuza el mito del tiempo y le hace decir a un personaje: «Esto lo estoy tocando mañana». Bueno, Maceo Parker tocó mañana lo que escuchamos antes de ayer.
El reloj hizo un parpadeo en la muñeca de unos cuantos. Y media. Sin aviso previo, Corey Parker arremetió desde lo alto. Literalmente, puesto que los músicos estaban allá arriba. Dolor de cuello asegurado. Luego, una presentación al estilo boxístico y finalmente él: Maceo Parker.
Hay que establecer un paralelo. La semana pasada estuvo en Neuquén otro artista de excepción, Tomatito. Si en el currículum de Parker está James Brown, en el de Tomatito, nada menos que Camarón de la Isla. Pero ése no es el punto sino el yeite, la sangre, el calor que es capaz de imponer un músico sobre lo que le es propio. Eso que mejor conoce. Para escuchar el verdadero y furioso funky hay que ver un espectáculo como éste. Con el flamenco ocurre igual, y si bien Tomatito viaja por la fusión, su guitarra es pura.
Parker explicó el funky. A sus cincuenta y tantos desplegó la energía que muchos añoraríamos tener ahora mismo. Otra vez puso en tela de juicio el calendario. Hace unos días dijo en una entrevista que él es un músico de funky, no de jazz. Aunque lleva el jazz donde se debe.
Es cierto, la virtuosidad del trompetista, el avezado Ron Tooley y del trombón Greg Boyer, es lo que más luce en buena parte del show; sin embargo, es la base rítmica, compuesta por Rodney Curtis en bajo y Jamal Thomas en batería, la que permite esto.
El funky es para algo más que mover los pies. Se disfruta mejor cuando también la pelvis interviene. El público que llenó gran parte del local lo entendió así y poco a poco fue dejando cualquier rastro de inhibición. Cuando cerró la primera parte del show había pasado un rato largo. Transpiraban los cuerpos. Entonces Maceo miró a su tribuna y dio a entender que el show acababa de empezar. Largamos.
Junto con la voz imponente y vertiginosa de Martha High floreció la sensualidad de las chicas.
La banda de Maceo es capaz de adaptarse casi a cualquier género aunque lo suyo esté bien definido. Quedó claro que son dos grupos en uno y si se apuran, tres. La participación de Corey, el hijo de Parker, le permitió introducir nuevas vertientes de la música negra.
«Loco, eso que están tocando parece Living Color», se le escuchó decir a un pibe de ojos saltones. En ese interludio de hard rock o casi, Bruno Speight mostró cómo se enciende una hoguera en una noche caliente. Su improvisación cerró el círculo.
Un punto aparte es el tecladista Will Boulware. Hombre de escuela, sutil y lleno de recursos armónicos, su relación con el órgano Hammond B3 es uno de los aspectos más interesantes del espectáculo. El resto es Maceo.
Fraseó con suficiencia. Con la sabiduría de los que han recorrido un extenso camino. Además, cantó y bailó sin perder la compostura. Mediante un pacto con las fuerzas oscuras del arte, hipnotizó a su público.
Claudio Andrade
Dicen que afuera llovía. No nos consta.
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