Después de Fukushima

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Pronto se cumplirán dos años del desastre ocurrido en el oriente de Japón, confluencia de un terremoto, un tsunami y gravísimos accidentes en los reactores nucleares en funcionamiento allí. El fenómeno natural desencadenante fue comparable en magnitud al famoso Great Kanto Earthquake de 1923; el consecuente desastre nuclear tuvo una gravedad comparable al de Chernobyl en la Unión Soviética de 1986. El siniestro se originó en el fallo de la insuficiente estructura de defensa del complejo Fukushima Daiichi contra un eventual fenómeno como el que ocurrió. Como se recordará, se produjeron, entre otras cosas, explosiones en los edificios que albergaban reactores, fallos en los sistemas de refrigeración, fusión de núcleos y liberación de radiación al exterior. Hubo, como se sabe, incontables pérdidas materiales y humanas –se cuentan todavía 2.800 desaparecidos– y subsisten riesgos difíciles de evaluar. La reacción de los japoneses en lo inmediato fue la previsible en un pueblo de su tradicional entereza y disciplina; ni siquiera versiones de un desastre mayor, como la de una explosión de hidrógeno radioactivo en Fukushima Daiichi al día siguiente de la primera fusión en instalaciones nucleares, provocaron mayores exteriorizaciones de pánico en las zonas aledañas. Todo el mundo confió en el control de las autoridades y la responsabilidad de la Tokyo Electric Power Co (Tepco), la gran empresa a cargo de instalaciones y servicios. Abundaron respuestas de personas según la fórmula de resignación popular ante desastres mayores: “Shikata ga nai” (no hay más remedio). Esto fue lo aparente, lo que trascendió en primera instancia al mundo. Los periódicos y medios de información aportaron a la calma. La cadena oficial NHK no emitió nada que fuese alarmante. La televisión comercial se cerró a un experto que cometió el pecado de insinuar, contra la versión oficial, un peligro de fusión de otros reactores poco después del inicio del desastre. Con el tiempo y a medida de que se conocieron datos fidedignos a través de los medios internacionales, se manifestaron –perfeccionando desconfianzas motivadas por sucesos ocurridos en años anteriores y silenciados o morigerados por Tepco y funcionarios– fuertes dudas. Finalmente cobró ímpetu una actitud social que históricamente estuvo ausente en el país cada vez que ocurrió algo gravísimo atribuible no tanto a la naturaleza como a falencias o errores del poder político o económico. Un fuerte movimiento ambientalista consiguió movilizar, según planes organizados, a miles de ciudadanos en demanda de clausura de las plantas de energía nuclear. En Tokio, por ejemplo, se reunieron meses atrás centenares de miles en el Yoyogi Central Park como parte de un movimiento titulado “Acción de diez millones de personas para decir adiós a las plantas de energía nuclear”. Cuando ya ocho millones habían firmado la demanda, el gobierno, aún reluctante y sin demasiada convicción, anunció que para el 2040 culminaría un proceso de cierre de las existentes. A semejanza de lo que fueron las demostraciones y ocupación de lugares en Wall Street, estos actos de protesta han tenido modalidades civilizadas. Una de las figuras líderes es el novelista Kenzaburo Oe, Nobel de Literatura en 1994 y pacifista enérgico desde siempre. Este influyente personaje ve la historia moderna del Japón a través del prisma de las hecatombes de Hiroshima y Nagasaki, y a las plantas nucleares (que cubrían antes del desastre el 30% de las necesidades de energía del país) como una traición a sus víctimas. Para él, y para sus seguidores, aquellas tragedias –que fueron objeto de férrea censura informativa y gráfica por los militares norteamericanos en tiempos de la ocupación MacArthur– anticiparon las características de lo ocurrido en Fukushima: fueron hecatombes fabricadas por el hombre. Su protesta se alimenta con la indignación de que existe en su país una larga historia de mentiras de los gobiernos, una impotencia de los ciudadanos en cuanto a evitar ser específicamente engañados sobre riesgos públicos, con la amargura de que la población ha sido conformada muchas veces a visiones interesadas de la realidad que se han demostrado al fin patentemente falsas. Japón tiene un nuevo gobierno y el conservador Shinzo Abe que lo encabeza ha anunciado que revisará lo del apagón atómico resuelto por el gobierno anterior. A pesar del recelo de la población y el vívido fantasma de Fukushima, el nuevo ministro de Energía declaró que habrá de conectar a la red (hay 36 reactores apagados y 17 desconectados debido al tsunami) los que reciban el visto bueno de la autoridad reguladora y que se reexaminará aquel objetivo de que Japón quede libre de reactores hacia la década del 2030. El país debate el tema nuclear entre el miedo de gran parte de la población y la tozudez de las cifras en una nación con recursos energéticos limitados. (*) Físico y químico

La foto que aparece en una revista actual muestra deudos de víctimas de la tragedia del 11/3/2011 en Japón. Como fantasmas, figuras humanas con vestimentas protectoras deambulan en un cementerio de la zona de exclusión nuclear.


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