“Después del túnel… ¿más túnel?”

Terminada una nueva cosecha y ante la situación terminal de los productores independientes de frutas del Alto Valle que se han visto reducidos en número de aproximadamente 4.500 a menos de 2.500 hace pocos años y en la actualidad aún menos de 1.500, cabe la reflexión de la sociedad toda sobre el peligroso proceso de concentración económica. Si recordamos que crecimiento no es lo mismo que desarrollo, habrá que prever las consecuencias de este proceso en el caso de persistir su profundización, lo cual no puede atribuirse exclusivamente a la voracidad de las empresas ni a la apatía del sector oficial ni al individualismo extremo de los productores. En efecto, sin tratar de endilgar culpas que seguramente estarán repartidas entre los diferentes actores de la actividad, el hecho es que un modelo de desarrollo que fue concebido fundacionalmente como una estructura de explotaciones minifundistas con gran repartición de la riqueza, ya consolidado y que diera probados buenos resultados que se concretaron, dando prueba de ello el gran desarrollo de las importantes ciudades que hoy se erigen en Alto Valle, se ve amenazado por un proceso de concentración involutivo que parece imparable, aun los vanos intentos de morigeración desde los ámbitos de gobierno y de asociaciones de productores. Sin ahondar demasiado sobre los diagnósticos que hoy abundan sobre la fruticultura, resalta a simple vista que urge la formulación de una solución definitiva para la principal actividad de la región y, dado que esperar que esta surja de un consenso de sectores en pugna es por lo menos ingenuo, resulta imprescindible la intervención del Estado en la implementación de políticas promotoras del desarrollo local y el bienestar general sobre los intereses sectoriales. En este marco deben asegurarse primero la continuidad y la previsibilidad de la actividad como primer requisito para garantizar a los actores las condiciones para las inversiones a largo plazo que se requieren con premura tanto en el sector de la producción como en el empaque y la conservación. Dicho de otra manera, no es posible encontrarnos cada año con un panorama diferente en cuanto a la relación de precios de mercado que determina la oferta mundial respecto de los costos internos como también, íntimamente ligada a esa ecuación, la relación de estos últimos con los vigentes en los otros países productores de frutas de hemisferio sur que constituyen nuestros principales competidores. Por ello es que toda retención fija resulta inadecuada, pues si bien pudo estar justificada en un momento como pudo ser luego de la pesificación por una situación puntual de devaluación del peso vs. los costos todavía atados a la anterior situación, hoy por ejemplo resulta insostenible su aplicación en un cuadro muy diferente, como bien sería posible que mañana o en un futuro cercano pueda recuperar su perdida justificación. Como consecuencia, ningún empresario o productor puede planificar seriamente y racionalmente su futuro sino que se ve obligado a navegar una realidad de cimas y depresiones y de un extremo a otro a pura intuición y mucho menos comprometerse a un contrato. Es más grave todavía cuando, por la aplicación del concepto de lo que queda, es para la fruta la variable de ajuste y por lo tanto quien efectivamente paga esa retención es quien produce, manteniendo los otros sectores la rentabilidad propia aun en una situación de quebranto de la actividad primaria. Por ello sería para pensar en la conveniencia del mantenimiento de una retención móvil que actúe en definitiva como un seguro de cambio atado a un índice que refleje la relación de costos internos respecto al de nuestros competidores, pudiendo eventualmente convertirse en valores negativos, o sea un eventual subsidio, dotando a la actividad de verdadera competitividad, es decir de igualdad de condiciones para competir. Pablo Segovia, DNI 5.083.808 – Regina

Pablo Segovia, DNI 5.083.808 – Regina


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