Dos neuquinos en la Isla de Pascua, marcada a fuego

Rodolfo Eve y Beatriz en el 2018 viajaron a Chile para conocer la isla que los impactó en cada vértice.

La llegada a la Isla de Pascua fue por la noche a un aeropuerto pequeño. Nuestros anfitriones estaban esperándonos con guirnaldas de flores, una amplia sonrisa y un vehículo para llevarnos a las cabañas en donde nos alojaríamos y donde estaban nuestros compañeros de viaje.

La isla tiene forma de triángulo con un volcán apagado en cada uno de sus vértices y posee una única población llamada Hanga Roa, en la que viven casi todos sus habitantes. Es una ciudad, pequeña, prolija y muy pintoresca, con un sólo un sitio con señal de wifi, la plaza del pueblo.

Rodolfo y Beatriz en la cima de su volcán Maʻunga Terevaka.

La primera visita fue a Orongo, la aldea ceremonial emplazada sobre la ladera del volcán Rano Kao. Este asentamiento era donde los originarios de la isla acudían todos los años a cumplir su rito más importante, a través del cual de decidía quien sería el nuevo rey temporal de la isla, título que caducaba el año siguiente, cuando se repetía el ritual.

Es casi imprescindible ir con un guía para que cuente los detalles del rito y nos señale los grabados que hay en cada piedra, que son sencillamente hermosos.

Para cualquiera, decir Isla de Pascua es sinónimo de moái, esas gigantescas estatuas de piedra. Es indiscutible, como también lo es la sensación que se siente al enfrentarse a ellos por primera vez. No son tan altos como creía, pero son majestuosos.

Se encuentran distribuidos por toda la isla y cada moáis representa a un gobernante que está enterrado a los pies de la estatua. A excepción de sólo un grupo que está orientado mirando hacia el mar, todos los demás miran hacia adentro de la isla, velando por sus habitantes.

Toda la isla está rodeada de los moáis.

Más allá de los misterios que los rodean, se sabe con certeza dónde los tallaron. El vértice norte de la isla está coronado por el volcán Rano Raraku, que es la cantera donde esculpían los moáis. Allí, a medio arrancar de las laderas del monte, podemos encontrar infinidad de estatuas recién comenzadas, a medio hacer o casi terminadas, que fueron repentinamente abandonadas cuando estallaron las revueltas internas que castigaron a los habitantes de esta tierra aislada del resto del mundo.

El origen de la isla hace que todas sus costas sean de piedra volcánica, de colores negros, azules intensos o rojos oscuros. Todo el perímetro de la isla es igual, a excepción de Anakena, que es la única playa de Isla de Pascua. Es íntima y pequeña, con palmeras altísimas. El agua es tan cristalina que parece no tener color y, como premio adicional, la protegen 7 moáis. No se puede pedir más. Hay varias cosas para hacer en la isla: desde el puerto de pescadores se pueden contratar excursiones de buceo y snorkeling.

También se pueden tomar clases de surf, paseos en cabalgatas y visitas guiadas a cada uno de los sitios en donde se encuentran los moáis y las cuevas de lava que horadan la isla, pero una de las actividades más interesantes es un trekking hasta la cima de su volcán más alto, el Maʻunga Terevaka. La excursión se puede hacer a caballo o a pie es muy accesible.

Una vez en la cima, un amontonamiento de piedras y palos, alimentado por cada viajero que llega a ese lugar y deposita su humilde ofrenda, marca el punto más alto de la isla, en donde se descubre un paisaje impactante, en un punto en donde podemos girar 360° y ver la totalidad de la isla, rodeada por un horizonte interminable, lo que nos recuerda que estamos, literalmente, en el medio del océano, un lugar que está considerado como el más remoto del mundo.

Aunque muchos opinan que con dos o tres días es suficiente para conocer la isla, nosotros estuvimos 9 y todos fueron necesarios para captar la esencia del lugar. La gastronomía es sencilla pero deliciosa: no es extraño estar almorzando en uno de los varios restaurantes y ver entrar a un pescador con un enorme atún al hombro, recién pescado y dirigiéndose a la cocina del establecimiento para, un rato después, poder disfrutarlo en tu plato.

Su gente es amable, de sonrisa rápida y amplia. Hablan entre ellos en su lengua, el rapanui, pero en español con los turistas. Todos están dispuestos a contar su historia y a compartir su cultura y costumbres.

Anakena, que es la única playa de Isla de Pascua

Aun cuando la isla depende política y territorialmente de Chile, atentos a su estirpe y a sus raíces, remarcan su independencia con una frase: “no hay Rapanui chileno, ni chileno Rapanui”, y orgullosos de sus ancestros y de su tierra.

Aseguran vivir en un sitio único en el mundo, bautizados por ellos mismos como Te Pito O Te Henua, que significa, literalmente, “el ombligo del mundo”.

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