Dublin: música, bares y cerveza

La onda informal de la gente, las bandas, las pintas de medio litro de cerveza, los pubs como atracción y como problema cotidiano, la lluvia, el sol y las nubes con diferencia de minutos y la historia en cada esquina de una ciudad a la que no se puede dejar de ir, en la sexta escala del diario de viaje.

Dublin es una ciudad que no tiene mucho para ofrecer pero está muy bien vendida”. Ésa había sido la definición de un amigo sobre mi próximo destino, la capital de Irlanda, a la que sin embargo me dijo que no podía dejar de ir. Y tenía razón.

Dublin , con su millón de habitantes, es su lluvia, la onda informal y amable de su gente, las bandas de rock y pop en los pubs, la turística zona del Temple Bar, la música celta en sus bares y los artistas en las calles. Es entrar y salir en uno y otro bar, probar cervezas en pintas de medio litro desde 4 euros, comer en la calle, mojarse con la llovizna, acostumbrarse al cielo gris, sorprenderse con el sol y caminar a la vera del Liffey, el río que la divide en dos partes: en el sur están los más ricos y en el norte la clase obrera y con menos recursos.

“El tiempo es siempre así, llueve y hace frío. Pero la gente es divina”, me dijo una recepcionista polaca en el hotel River House, a metros de Temple Bar. Ella, rubia, voluptuosa, amable y sonriente, poco tenía que ver con el compañero que la reemplazó en el turno tarde. “Míster Ppperrreyra”, me saludó el hombre que tomó su lugar en la primera noche. Era un irlandés inefable pero no me imaginaba lo que pasaría en la segunda noche, así que hasta entonces me parecía un tipo simpático aunque percibía que era un chanta: “Siga por el pasillo que está la discoteca”, me dijo sonriente, mientras levantaba sus cejas de modo sugerente. Era como si me estuviera introduciendo a unas tentaciones divinas. No me resistí demasiado: ignoré la escalera que me conducía a mi habitación y entré a la discoteca, en la que había apenas unas veinte personas en medio del humo. Sonaba Pulp. Tomé una cerveza y al rato subí a dormir.

La sorpresa llegó la segunda noche, cuando entré a mi habitación y vi un libro sobre la cama. No tenía idea de dónde había salido. Mucho menos sabía de quién era el corpiño, la toalla húmeda y los zapatos de mujer que estaban en el suelo. Ah, tampoco veía mi equipaje.

Salí de la habitación, me aseguré de que ahí había dormido la primera noche y bajé a la recepción. El hombre tardó diez minutos en decirme que me habían cambiado y recién después de una hora se disculpó porque el personal del hotel se había tomado la libertad de manipular mi equipaje y mudarme a otro cuarto. En eso, entró al hotel una morocha de unos 30 años acompañada de un chico. Vio la llave de su habitación en mis manos y tardó un rato en entender qué es lo que sucedía. Al final, volví a mi segunda habitación pero nunca recuperé un calzoncillo blanco que había dejado en mi primera habitación. La chica juró que no lo vio y el recepcionista del hotel se comprometió (!) a enviármelo a Buenos Aires. Tal vez llegue para Navidad.

A PIE

La segunda mañana fui hasta City Hall, a la vuelta del hotel. Ése era el punto de encuentro para un tour a pie. Lo había descubierto porque era gratis. Bueno, en realidad no lo era pero eso lo sabría rápido. “Me llamo Juan, soy gallego, estoy licenciado en historia y llegué a Dublin hace unos meses. Ya éramos muchos en la cola del paro así que vine a ganarme la vida”, se presentó el guía de Sandemans Tour. Enseguida explicó que el tour en realidad es libre, no gratis: “Si les gusta, pagan al final. Si no, se van sin pagar. Es voluntario”.

Tras la breve y fresca introducción, Juan rompió el hielo y comenzó a ganarse la atención del grupo. Unas 25 personas lo escuchaban con atención. Puso algunas reglas de convivencia y eligió a otro español como colaborador, al que llamó “Corneta”. Cada vez que el guía dijera “Corneta”, su ayudante debía gritar tres veces “¡Familiaaa!”. Era la señal para que el grupo se reuniera. “Si no me quedo afónico muy rápido. Mejor tener un esclavo”, se rió Juan. El sistema funcionó perfecto: el grupo permaneció completo durante las cuatro horas que duró la visita guiada. Para que todo saliera bien, fue determinante la pasión del guía por su trabajo. En pocos minutos conquistó a su público, mezclando conocimiento y cierta destreza de cómico de stand up.

Al iniciar la recorrida, contextualizó y repasó la historia de Irlanda, desde miles de años atrás hasta el 1600 a.C.: “Éstos fueron los años más importantes: ahí están los celtas, que marcaron la música, la comida, todo. El orgullo de Irlanda es ser celta”, aseguró. Relató algunas de las teorías de los orígenes del pueblo celta y, con una sonrisa, dijo que la más sólida es que los celtas son descendientes de los gallegos y vascos: “Por eso son tan simpáticos”.

Su relato fue extenso y dinámico. Habló de la llegada de los vikingos y los ingleses. “Les voy a pedir que se acuerden algunas fechas, y una de esas es 1801”, dijo y se explayó sobre el Acta de Unión de 1801, el documento que formalizó la unión de Gran Bretaña y de Irlanda para crear el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Contó que, a mediados del 1800, en cuatro años Irlanda pasó de 6 a 3 millones de habitantes por una hambruna. Luego llegó el Levantamiento de Pascua en 1916, cuando el pueblo irlandés se rebeló contra la autoridad del Reino Unido con la intención de lograr la independencia.

Juan paraba a cada rato frente a diferentes monumentos y edificios para contar alguna historia. Pero no solo habló del pasado, también mencionó clásicos lugares turísticos sugeridos para visitar. Como si fuera un amigo que te recibe en su ciudad, dio su opinión: esto lo haría, esto no vale la pena, allá vayan a tal hora, en aquel otro sitio aprovechen que no se paga tal día. Tal vez por esta sinceridad hay otros operadores turísticos que no simpatizan con los guías de Sandemans, que también ofrecen tours a pie en Londres, Edimburgo, Amsterdam, Berlín, Munich, Hamburgo, Praga, París, Madrid y Jerusalén.

“Nuestro objetivo es ayudar a los viajeros a descubrir la belleza y la riqueza histórica. (…) Los expertos guías locales comparten sus historias personales y propios puntos de vista durante sus intrigantes tours. Ya que trabajan con propinas, cada tour es constantemente el mejor”, se presenta la empresa en su web www.neweuropetours.eu/es/.

CRAIC, MúSICA Y ALCOHOL

Caminamos por calles adoquinadas y veredas pequeñas. A cada rato paraba para hacer fotos de los incontables grafitis. Mientras, Juan no paraba de hablar pero no por eso se convertía en un pesado, todo lo contrario. Recomendó “Los viajes de Gulliver”, la novela del escritor irlandés Jonathan Swift que se publicó en 1726. “Es una crítica a la sociedad del momento”, consideró sobre esta obra, un clásico de la literatura universal.

Los temas y la temporalidad se fueron mezclando durante el recorrido, en el que pasamos por la Catedral Vikinga, a la que se ingresa pagando 6 euros: “Aunque, y esto es personal, yo no la recomiendo”, dijo.

Al rato nos topamos con una pared: “En Dublin hay música en cada esquina. Ahí empezó a tocar U2. Pero bueno, nadie es profeta en su tierra. La banda no es muy querida ni tampoco escuchada fuera del área turística de la ciudad”. A pocos metros también está la terraza del Hotel Clarence, propiedad de los líderes del grupo, Bono y The Edge. Allí U2 grabó el clip del tema “Beautiful Day” en el 2002, emulando el último concierto espontáneo de Los Beatles, cuando John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr tocaron en una azotea en pleno Londres en 1969. El video de U2 simula un show improvisado en Dublin , donde los transeúntes se detienen a escucharlos.

La industria no solo nos vende a Bono sino que, en el caso del turismo, también esconde la oscuridad de ciertos lugares. Pero Dublin apenas puede disimular que su cultura de pubs, que la hace atractiva, es también un problema cotidiano. Mientras Juan hablaba de U2, la realidad estacionó delante del grupo. Era el mediodía. Un hombre de 40 años vomitaba en plena calle, frente al mítico Temple Bar. No se trataba de un desayuno que había quedado sin digerir: era un borracho escoltado por otros dos. Apenas se podían mantener en pie.

Igual, la “craic” debe continuar: “Con una sola palabra, los irlandeses se refieren a la diversión”, explicó el guía, y luego promocionó “El Tour de bares”, que conviene hacerlo si se toma más de una pinta de cerveza. Sin embargo, Juan no esquivó el conflicto. Aseguró que el alcohol “es un gran problema” en Dublin y contó que, en un intento por combatirlo, está prohibido vender alcohol en los negocios antes de las diez de la mañana. Lo cierto es que a toda hora se ven en las calles adolescentes y adultos tomando cerveza. “Beben o se suicidan”, es el comentario que repite mucha gente, aludiendo a la dura historia del pueblo irlandés.

Existe otra mirada sobre Dublin , que sostiene que donde hay vida cultural, hay bares. Acá es cuestión de levantar una piedra para que salga un músico o un escritor. “Los mejores escritores ingleses son irlandeses”, sentenció el guía, a la vez que dijo que fueron derribados sectores arqueológicos de la ciudad pero nunca los bares. Su comentario sirvió como introducción al Temple Bar, una de las discos de moda que concentra a los turistas con sus conciertos de música gaélica y la pinta de cerveza a 5 euros. En los alrededores, más aún en las afueras, los precios bajan hasta un 40 por ciento. “Para eso hay que ir con alguien local que te lleve”, aconsejó Juan.

Donde sea, lo cierto es que los irlandeses son buenos para contar historias y tampoco hace falta alejarse de la zona céntrica. Una muestra de la capacidad que tienen para la ficción es la placa al Padre Pat Noise, un ficticio sacerdote católico. Se trata de un homenaje a un hombre que nunca existió, algo que fue descubierto en 2006. Pero en ese entonces, el sitio -sobre el puente O’Connell- ya se había transformado en una atracción al punto de que los visitantes le tiraban flores conmovidos por la supuesta misteriosa muerte del religioso. “Es el monumento a la fabulación de los irlandeses”, resumió Juan.

El día había estado soleado pero de un momento a otro se largó a llover. Así es Irlanda: “Las cuatro estaciones en un día”, dicen los lugareños. La recorrida siguió por la emblemática Trinity College, una de las universidades más importantes del mundo, fundada en 1592 por la Reina Isabel I. El campus ocupa unos 190.000 metros cuadrados en los que sobresalen la Capilla, el campanario y la biblioteca, a la que se accede pagando 4,5 euros, aunque hay dos maneras de ahorrarse el dinero: cierra a las cinco de la tarde pero diez minutos antes el guardia de seguridad abandona la puerta; la otra opción es hacerse amigo de alguno de los miles de alumnos, ya que ellos pueden invitar gratis hasta tres personas.

Las historias y anécdotas no se terminan nunca pero voy a contar una más. En Dublin hay muchas casas iguales que solo se diferencian por los colores de sus puertas, como pasa en Londres. ¿Por qué pasa esto? Hay dos versiones que repiten los irlandeses. Una dice que fue por la muerte de la reina de Inglaterra, para molestar a los ingleses y demostrar alegría. La otra cuenta que un hombre volvió a su casa borracho, encontró a su mujer con otro hombre y los acuchilló a los dos. Al rato amaneció ensangrentado y ahí se dio cuenta de que los asesinados eran su vecina y su marido. Desde entonces, para evitar confusiones, los irlandeses pintan las puertas de diferentes colores. Juan podría haber enlazando relatos durante varios días, pero a mí me esperaba el tren para ir hasta Galway, el penúltimo destino de este viaje pero sobre todo un lugar que tampoco hay que dejar de visitar si uno está en Irlanda.

JUAN IGNACIO PEREYRA

pereyrajuanignacio@gmail.com

En las calles: puro arte


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