Vacunas, ciencia y comunicación
El penoso espectáculo que se vivió días atrás, cuando una legisladora nacional promovió un acto antivacunas de ribetes circenses, puso en alerta a organizaciones médicas y autoridades sanitarias de todo el país, ya que se produce en un contexto donde las bajas tasas de inmunización hicieron reaparecer enfermedades que se pensaban erradicadas.
La polémica se desató cuando la diputada chaqueña por el Pro, Marilú Quirzo, organizó en el Congreso una jornada de supuesto debate donde no hubo evidencia científica sino más bien difusión de teorías conspirativas sin sustento real. La estrella fue un hombre que se adhirió objetos metálicos al torso desnudo para demostrar un supuesto “magnetismo” que le habrían generado las vacunas contra el covid-19.
La grotesca presentación en el recinto donde se debaten las leyes del país generó el inmediato repudio de nueve organizaciones médicas y científicas, entre ellas la Sociedad Argentina de Infectología la Sociedad Argentina de Pediatría, que ratificaron que todas las vacunas del calendario argentino “son seguras y salvan vidas”. También los ministerios de Salud de Nación y la Ciudad de Buenos Aires rechazaron esta actividad, preocupados por los efectos negativos que el sensacionalismo y la desinformación pudieran generar en la población.
La rápida reacción de las organizaciones, gobiernos y medios de comunicación no solo fue acertada sino necesaria. Lejos de ser un acto aislado, la propia diputada Quirzo admitió ser parte de una corriente de opinión, afortunadamente minoritaria pero muy ruidosa, que busca eliminar la obligatoriedad legal de la vacunación en todo el país.
La preocupación de los sectores científicos y de Salud tiene asidero. En los últimos años, las tasas de vacunación han caído a nivel mundial y con especial gravedad en nuestro país, que supo ser pionero y de vanguardia en la materia. Los datos de distintas asociaciones médicas indican que en 2024 ninguna de las vacunas del programa nacional alcanzó la meta del 95% necesaria para garantizar la inmunidad colectiva. La triple viral, que protege contra el sarampión, paperas y rubéola cayó un 44% en su cobertura. La aplicación del refuerzo contra la poliomielitis, que se aplica a los 5 años, bajó del 88% al 47% en los últimos cinco años. La triple bacteriana celular, también administrada a niños en edad escolar, pasó de 88% a 46%. Las autoridades de Neuquén y Río Negro, que hasta el año pasado mostraban índices superiores a la media nacional, también alertaron de un desplome en las cifras de algunas dosis del plan en este 2025.
Los efectos de esta carencia yase hacen sentir: este año se advirtieron 35 casos en distintos brotes de sarampión y hubo al menos 688 casos de coqueluche (tos convulsa) en distintas provincias, donde murieron seis bebés. De continuar esta tendencia existe un riesgo cierto de reaparición de rubeola y de casos de poliomileitis, que causan muertes o dejan secuelas graves.
Las vacunas, junto con los antibióticos, el agua potable, los sistemas de saneamiento y la salud pública fueron pilares para elevar la expectativa de vida global de 31 a 73 años en un siglo y medio. En el siglo XX la viruela mató a 300 millones de personas. Gracias a las vacunas desde 1980: cero. El sarampión redujo su mortalidad global en 94% desde 1990.
Los expertos destacan que las vacunas no son solo sistemas de protección individual sino también colectiva: la inmunidad de muchos ampara a quienes aún no pueden vacunarse, como bebés y embarazadas, y bloquea la transmisión de los virus, si hay tasas superiores al 85%. Ya con niveles de vacunación de 50%, que se consideran críticos, comienzan a generarse bolsones o focos de no vacunados que pueden generar brotes epidémicos.
Las menores tasas de vacunación son multicausales, aseguran expertos. Hay una menor percepción de riesgo, porque precisamente por su efectividad muchas enfermedades antes letales, como la viruela, han desaparecido y solo vivieron su impacto personas muy mayores. Por otro lado, tras la pandemia existe una creciente desconfianza hacia las instituciones en general, incluyendo las de salud. Los movimientos antivacunas no son la única causa, pero el negacionismo científico puede acelerar y potenciar este clima de escepticismo.
Es tarea urgente de las autoridades de Nación, provincias y municipios reforzar los planes de vacunación. Muchos recursos de la comunicación oficial podrían reorientarse para -con el apoyo de Salud, Educación y los medios- poner más énfasis que el actual en reforzar la percepción de riesgo y la comunicación científica para alentar la inmunización. Así se podrían despejar dudas y combatir la desinformación que tanto daño generan a la salud de la población.
El penoso espectáculo que se vivió días atrás, cuando una legisladora nacional promovió un acto antivacunas de ribetes circenses, puso en alerta a organizaciones médicas y autoridades sanitarias de todo el país, ya que se produce en un contexto donde las bajas tasas de inmunización hicieron reaparecer enfermedades que se pensaban erradicadas.
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