El Covid-19 se llevó lo que más amaban

Sebastián Huichaqueo fue el primer policía que murió por coronavirus en Río Negro. Una semana después, también murió su padre. Su familia busca fuerza para seguir y piden “que se cuiden”.

Blanca Ester Grigor se para con alguna dificultad y se acerca a la puerta de su casa en Cervantes. Sus hijas y sus nietas la flanquean. Mira el patio seco, donde juegan dos perros castaños y señala la reja. Recuerda que una de las últimas veces que vio a Sebastián, su hijo, su Huicha, su navegante, estaba ahí. Eran como las 12 de la noche y limpiaba con lavandina la reja. Después de eso, llegó el 20 de julio, la fiebre, el Covid-19 y todo fue pérdida y dolor.

Sebastián Huichaqueo fue el primer policía que murió por coronavirus en Río Negro. Cumplía funciones en el destacamento de Colonia Fátima, tenía 45 años y 10 de servicio. Su mamá dice que se contagió trabajando, o yendo a trabajar. Vivía con su familia y todos se enfermaron. Una semana después de su muerte, su papá Roberto Huichaqueo, de 71 años, también murió de Covid-19.

Blanca, revisa entre fotos y sus recuerdos. Fotos: Juan José Thomes

“Fue un golpe muy duro. Estuvimos todos enfermos, todos internados. Desde marzo estábamos encerrados, salíamos a regar nada más, hasta que Sebastián empezó con síntomas. Él era muy cuidadoso, tenía mucho miedo, pero estaba expuesto por su trabajo”, dice Blanca con una fortaleza que ilumina.

Su hija Marcela, a su lado, cuenta que cuando Sebastián enfermó, aislaron a su mamá y su papá en el hospital, a Mayra en un hotel, a Verónica su hija, que vive allí con Lucas su bebé, en la casa. En la parte de atrás del terreno, hay una construcción en la que vivía su hermano y allí quedaron su cuñada María del Carmen Seguel y su sobrina Emilia, de 8 años.

“La única que no quedó aislada fui yo, que los asistía. No sabíamos que mi hermano tenía diabetes y ahí nos enteramos. Estuvo con fiebre en la casa hasta que lo internaron. Fue un camino muy duro y solitario, porque esta enfermedad, lo que tiene, es que te deja solo. Perdimos a papá y a mi hermano”, dice Marcela y su mirada cae al piso.

Blanca, enfrenta dos pérdidas con mucha fortaleza. Fotos: Juan José Thomes

A su lado, su mamá retoma el relato y dice que “hay que seguirla luchando por los que quedan”. Mayra le pone la mano en el hombro y recuerda el día que llegó con sus papás al hospital. A ellos, los dejaron ahí y a ella la mandaron a un hotel. Y otra vez la soledad.

“A veces andan enojados por la cuarentena, pero hay que tomar conciencia. La gente del hospital está colapsada y dentro de ese cansancio, nos atienden tan bien. A mis papás los trataron con un cariño hermoso, muy afectuoso. Por respeto a los que están en primera línea, que tienen una familia atrás, como tenía mi hermano, hay que cuidarse”, dice y se mete a la casa.

Marcela escuchó por ahí que algunos gritan que la enfermedad es inventada y le da impotencia. Miró a su familia desde la vereda, sin poder abrazarlos. Un día se llevaron a su hermano, después a su papá, no pudo darles un beso y no volvieron nunca más. “Fueron días enteros, de soledad, esperando un parte médico por día, por el teléfono”, escupe.

Marcela, su hija Verónica y su hermana Mayra en la puerta de su casa. Fotos: Juan José Thomes

María del Carmen permanece alejada mientras hablan, el dolor salta el barbijo y aparece en sus ojos, está tatuado en su mirada. Con su hija pasaron la enfermedad con síntomas leves, pero con preocupación. La última vez que vio a su marido, fue un domingo. “Me despidió. Siempre tenía miedo cuando iba a trabajar”, es lo único que alcanza a decir antes de que se le quiebre la voz.

«La familia está agradecida con la policía porque los ayudaron con todo, lo mismo el pueblo, personal del hospital y el Registro Civil».

Marcela Huichaqueo

Cuando les avisaron que Sebastián había muerto, Marcela le dijo a los médicos que tenía que darle la noticia a su mamá y ellos, con los enfermeros, la prepararon para que le hable atrás de la puerta. Blanca se tragó el dolor una semana, sin decirle nada a su Roberto. Dice que estaba delicado, y se la bancó porque tenía que salir adelante y era débil.

Ayuda y cariño

De repente, un auto para en la vereda y una mujer se baja. Hace señas, y Marcela sale a recibirla. Trae, desde Cipolletti, el baúl lleno de alimentos. Hicieron una colecta porque saben que son muchos y que en este momento necesitan. Bajan un cajón de naranjas, una bolsa de zapallos, y más. Las pensiones están en marcha, pero todo demora.

Marcela, María del Carmen y Blanca. Fotos: Juan José Thomes

Marcela no paró ni un segundo estos últimos meses y cada mañana debe salir a hacer miles de trámites. Por lo que le explicaron, su hermano cayó en cumplimiento del deber y lo van a ascender. En un mueble de la casa guardó una carpeta llena de papeles, con los que deambula hace un tiempo desde hospitales, a registros civiles. Los trae, y los muestra. Blanca la sigue y de adentro también trae algo para enseñar.

“Todos pasamos el covid, más grave, más leve. Tomen conciencia. Se enojan por la cuarentena, pero hay que cuidarse”.

Mayra Hichaqueo

Con sus manos grandes, sostiene un cuadro pequeño, con una foto de años atrás. En la imagen posa con Roberto, ella despliega una larga pollera floreada, ambos están vestidos con su ropa de baile folclórico. Recuerda que recorrieron vario escenarios juntos y ese fue uno de los primeros, por eso estaba muy nerviosa. Piensa, y suma que juntos pasaron una vida de sacrificio y felicidad.

“Él fue peón rural hasta que se hizo policía. Yo portera de la escuela. Construimos esta casa ladrillo a ladrillo y criamos a nuestros hijos Viviana, Pablo, Marcela, Mayra, Vero (que es como una hija) y Seba para que sean personas de bien, educados, para que sean alguien”, dice y agrega que Seba, siempre le dio alegrías.

Blanca fue la portera de la escuela y todos en el pueblo la conocen y le dan afecto. Fotos: Juan José Thomes

Sebastián siguió los pasos de su papá, en la policía y el folklore. Los sábados a la mañana conducía su programa El Navegante, en radio la Barcaza. Además de policía, era profesor de folklore. En el pueblo, todos conocen a esta familia y el afecto que se ganaron, se materializa en la ayuda de los vecinos, gente de la provincia, de la policía, del Club de Leones, que llega a raudales.

Antes de partir, las mujeres recuerdan que el día que Sebastián murió no hubo velorio, pero le rindieron honores. El cortejo fúnebre que lo llevó de Roca a Cervantes, era una cola de patrulleros, con sirenas que lo acompañó hasta el cementerio.

En las casas de Cervantes la gente escuchaba y pensaba en el Huicha, en su zapateo, en su paso firme por las calles vestido con su ropa de policía. Ese día sintieron la cumbia o la zamba que les ponía cada sábado a la mañana en la radio, y con un nudo en la garganta le dijeron adiós.

Con este video, el pueblo despidió a Sebastián.


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