El derecho a disentir


Lo que en principio parecía un avance social que le otorgaba una voz a los oprimidos se está convirtiendo en infierno de intolerancia, delirio y persecución al que piensa distinto.


Después de 250 años de lucha por el derecho a la libertad de pensamiento -derecho que figura en cada Constitución del mundo democrático- estamos frente a una escena que hace poco tiempo nadie hubiera imaginado: los movimientos feministas, de los gays, de la gente trans y de los negros hoy son los más firmes oponentes de este derecho. En EE.UU. hoy no se admite que los que piensan distinto a los militantes de lo políticamente correcto tengan derecho a expresarse. Y en la vanguardia de ese movimiento en contra de la libertad de pensamiento están las feministas, los jóvenes militantes gays, los líderes de la comunidad negra y la gente trans.

Si no fuera peligroso nos parecería una burla irónica de la historia: aquellos que ayer eran los perseguidos hoy son los perseguidores. Aquellos que ayer aprovecharon los beneficios de la libertad de pensamiento para poder organizar sus protestas contra la discriminación que sufrían hoy son los que quieren prohibir pensar libremente a todos los que no aceptan sus puntos de vista como los únicos válidos. El pensador Andrew Sullivan, que fue un destacado vocero del movimiento de liberación gay en los años difíciles -cuando ser gay estaba prohibido y, además, visto socialmente como algo monstruoso- cuenta en su blog cada semana historias sobre el combate contra los intolerantes que militan por lo políticamente correcto.

En su columna de hace dos semanas narraba la manifestación ante la sede central de Netflix que hicieron los trabajadores trans de la empresa (y militantes trans que los apoyaban; en total eran menos de 30 personas, pero la noticia estuvo en todos los medios de EE.UU. en un lugar destacado) pidiendo que la cadena de streaming prohíba el show del humorista Dave Chapelle porque ofendía a la gente trans. En medio de la manifestación apareció un hombre con un cartel que decía “Nos gustan los chistes y nos gusta Dave”. Se le fueron encima varios manifestantes, le rompieron el cartel y el hombre quedó en sus manos con el palo que sostenía su pancarta. Entonces, los manifestantes lo acusaron de estar “armado” (con un palo, que fue lo único que le dejaron de su cartel) y lo fueron a patotear y a golpear hasta que lo sacaron de escena.

Es una pequeña anécdota del clima en que se vive en EEUU. Varias universidades advierten que no permitirán que se presenten estudios con evidencia que contradiga los principios políticamente correctos que ellas sostienen (por ejemplo, que debe haber cupo femenino, que permite que las mujeres obtengan vacantes solo por su sexo, porque consideran que las mujeres sufren discriminación, aunque hoy ocupen el 63% de los puestos universitarios).

En las escuelas primarias y secundarias hay rituales de humillación para que los pequeños (tanto las niñas como los niños) blancos se arrodillen ante sus clases y les pidan a los niños negros, latinos y asiáticos perdón por las violaciones que hicieron sus antepasados (las hayan hecho o no -por lo general no se sabe y ni se investiga-, ya que en el mundo políticamente correcto toda persona blanca fue violadora, malvada y explotadora, y ahora sus descendientes deben pagar por ello).

En varios Estados de EE.UU. se presentaron proyectos para sacar de sus Constituciones estaduales el “principio de debido proceso y de igualdad ante la Ley” ya que la crítica feminista considera que la Justicia actual es patriarcal y que mantener esos principio es una forma de opresión.

Por eso proponen que, además de quitar de las Constituciones el principio de debido proceso, se condene inmediatamente al varón que sea denunciado solo con el testimonio que dé la mujer que lo denuncie (o, en caso de ser una disputa entre dos varones, que se tome como válido el testimonio del que pertenece al grupo social y cultural más oprimido: por ejemplo, la palabra del negro debería valer más que la del blanco, la del pobre más que la del rico). Es un retroceso no a la época del absolutismo monárquico, sino a la época de Hammurabi (en la Babilonia de hace casi 4000 años).

Joe Biden acaba de perder en el Estado de Virginia que hace poco había ganado por 10% a su favor. En todo EE.UU. hay un profundo hartazgo por este despropósito que está llevando adelante la izquierda demócrata, hoy en el poder, en apoyo del feminismo, de la militancia trans y del movimiento Black Lives Matter (las vidas de los negros importan).

Lo que en principio parecía un avance social que le otorgaba una voz a los oprimidos se está convirtiendo en un infierno de intolerancia, delirio y persecución al que piensa distinto.

La fábula del aprendiz de brujo (que desata fuerzas que luego no sabe controlar) está más viva que nunca en la política contemporánea: cuidado con las “buenas causas” que apoyas porque pueden terminar devorándote.


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