«El desaparecido alteró el progreso lineal del tiempo»

Acierta Luis Alberto Romero al decir que el libro de Emilio Crenzel es un "aporte tan preciso como sólido" para colocar en el hoy un pasado que es presente, un tiempo desbordante de dolor, sangre y muerte que la Conadep develó.

Redacción

Por Redacción

ENTREVISTA

– ¿Se sigue leyendo el «Nunca más»?

– Sí. A noviembre del 2007 se habían vendido 503.830 ejemplares. Hoy superan los 640.000. De mi investigación surge que no menos de 45.000 se editaron en el exterior. Por supuesto, no es una lectura fácil. No por temas de estilo, forma de relato; sino por el hecho de que hay que ir a su lectura al menos con un piso mínimo de interés por un tiempo que aún late…

– Entonces no es pasado…

– Hay memoria colectiva sobre lo sucedido. Está.

– En su libro usted se referencia con el pensamiento de Maurice Halbwachs sobre la memoria colectiva. ¿Por qué la vigencia de esa línea, de los años «20, cuando ese siglo produjo a posteriori atrocidades que quizá incidieron en el funcionamiento de la memoria?

– Porque como bien lo señalo en mi trabajo, lo de Halbwachs fue revolucionario. Marco brecha. De hecho, con él, la memoria comienza a ser pensada en términos de un proceso plural, es decir activada en distintos planos de la sociedad. Lo inmutable -o sea el pasado- perdía esta condición. La memoria -siempre en línea a esto- lo recuperaba para darle una significación que a su vez establecía lucha de opiniones. Para Holbwachs, que reflexionó en un marco de debate sobre este tema, los individuos no recuerdan determinados fenómenos que signan la historia que han vivido o no, en forma aislada, sino en grupos que les acreditan sentido a esas experiencias. Sostuvo, además, que la historia, al ser recordada, lo era desde un proceso de selección vinculado a intereses y valores del presente en que era recordada. Esto, claro, implica, tenerte condicionada la voluntad… el pasado no podía ser recordado a voluntad y en su totalidad. Siempre en términos aislados… de ahí lo de un quehacer plural.

– ¿En ese marco interpretativo, qué es el «Nunca más»?

– Yo investigué la historia del «Nunca más» asumiendo en el ir de esa tarea que de hecho conformó un nuevo régimen de memoria. Quiero insistir en que yo no cuento la historia del «Nunca más», no hago historia de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Trabajo ese documento, su excepcionalidad -creo que vale el término- en cuanto a proyección. Ahora, qué defino por «nuevo régimen de memoria». Hace a fijar, retratar «memorias emblemáticas». Se instalan como hegemónicas porque, de hecho, vía su práctica, su discursividad, definen mucho la selección de lo memorable y cómo evocarlo en términos de relato. Desde esta perspectiva, el «Nunca más» promueve una forma de reflexionar el conjunto de la violencia política en Argentina y las desapariciones como una de sus expresiones más extremas.

– Su libro recuerda permanentemente a una reflexión del dictador Videla que, con acompañamiento de una gestualidad de brazos y postura física, de civil, orillando la sonrisa que siempre emerge en televisión, se pregunta: «¿Qué son los desaparecidos, dónde están?». Él sabe que los desaparecidos eran asesinados. Creo que esto se relaciona, desde otra moral, claro, con los desaparecidos como suspensión entre la vida y la muerte. ¿Cómo es eso?

– El desaparecido fue un quiebre en relación a la concepción de la muerte en la Argentina. No me independizo de relacionarla con la violencia política…

– ¿Por no tener mayor identidad en materia de número de víctimas? Porque si uno pasa revista, al menos del «55 a marzo del «76, están Ingalinella en los meses previos a la caída de Perón en el «55; un obrero, Felipe Vallese en tiempos de Guido; Baldú, los Verd, Martínez, Centeno con Lanusse; el radical Mor Roig en Interior y docenas con Isabel…

– Yo hablo de esa historia. Pero digamos que primero relaciono la desaparición en relación a la concepción tradicional de la muerte que impera en nuestras sociedades. El desaparecido quebró lo que yo llamo la «condición fronteriza entre vida y muerte… Lo quebró en el espacio en que impactaba el desaparecido. Concretamente, el desaparecido altera lo que yo defino como «el progreso lineal del tiempo»; el momento del fin natural de la vida, o sea la muerte, quedaba en suspenso…

– No había vida, no había muerte…

– Esas ausencias alimentaban el dolor, la angustia, reproducción incesante de la incertidumbre, angustia en familiares, amigos… El desaparecido, incluso, borro ritualidades. Un caso: el cementerio como vínculo entre vivos y muertos en términos de ritualidad… En términos de violencia política, el funeral de un caído en esas luchas era un ritual donde esa muerte tenía un sentido, un lugar para el dolor pero también para la reafirmación a seguir luchando por parte de quienes compartían ideales con el caído.

– ¿La Conadep trabajó, investigó, en una sociedad con inmensas porciones cómplices de la dictadura?

– Bueno, creo que al menos desde mi perspectiva para sostén de mi investigación, vale lo de Guillermo O» Donnell. Es decir, la dictadura liberó, dio permiso para que se siguieran reproduciendo culturas que formaban parte de Argentina, estaban en la sociedad: anular garantías constitucionales, cárcel para lo diferente, tortura.

– ¿Con ese plafond de aceptación filtró la desaparición?

– Por supuesto.

– ¿Usted no está de acuerdo con que las desapariciones fueron la expresión de «un derrumbe civilizatorio» muy puntual por parte del poder militar, como opina el psiquiatra Hugo Vezzetti, un estudioso del tema?

– Él apela a Norbert Elias para dar ese encuadre. Creo que para definir, dar encuadre al horror, la violencia con que se ha dirimido la política en Argentina a lo largo de mucho de sus historias, lo de «derrumbe civilizatorio» a partir del «76, no dice mucho. Reflexionemos, por caso, lo sucedido a partir del golpe del «30. Nacionalismos, integrismo católico, conservadores, dieron forma a una cultura de desprecio con lo diferente, de persecución, cárcel, tortura… desprecio por la alteralidad, la ley… y así siguió nuestra historia y se reprodujeron estilos y formas de dirimir política vía la violencia… No creo en eso del «derrumbe civilizatorio» a partir de un punto de nuestra historia…

– ¿Habló con militares sobre desapariciones, el accionar de la Conadep?

– Sí, pero más allá de algún reconocimiento de la gravedad de lo hecho, reconocimiento en off por otra parte, sigue imperando el espíritu de cuerpo. El «era la única solución».

– Usted entrevistó al grueso de quienes trabajaron en la Conadep. ¿En algún momento le hablaron de los estados emocionales que los invadían mientras escuchan el relato de las víctimas?

– Sí, sí… no era para menos. Todo era duro, pero en esa dureza había extremos.

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com


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