El disparador: Contagio

Juan Ignacio Pereyra

pereyrajuanignacio@gmail.com

“Si hubiera sabido arreglar caños, sería plomero. Pero sé tocar acordes, componer canciones, y soñar que eso produce un cambio”. Tras decir esto, el muchacho, que no debe llegar a los treinta años, se cuelga la guitarra y empieza a cantar temas propios y de otros. Su voz resuena en uno de los pasillos de la estación Plaza Italia de la línea D del subte. Algunas personas se detienen. Se suman un par más. Seremos ocho o nueve, en semicírculo, alrededor del músico.

Me acuerdo de la entrevista que le hice a Liniers hace unas semanas para “Río Negro”.

En la charla, en un tramo que no se publicó, el dibujante decía que la energía de la humanidad “es como si estuviera mal invertida”. Porque inventamos el avión, el auto, la electricidad, la pólvora, la penicilina y miles de cosas más. Hasta volamos a la luna. Pero no logramos crear un mecanismo para que la distribución de la riqueza sea algo más pareja y no haya millones de personas que se mueren de hambre. “En esto, todos decimos: ‘Bueno, ya lo vamos a hacer’. ¡Y no! ¡Hay que hacerlo!”.

Liniers contó que para domesticar la culpa que le generaba lo bien que le va a él en contraste con los desastres que ve a su alrededor –desde la pobreza hasta la guerra, pasando por los problemas ambientales y demás– le vino bien una película de Woody Allen, donde el protagonista, atribulado con el devenir del mundo, recibe un consejo: “Haz mejores chistes”. ¿Cómo? Sí, o sea, hacé mejor aquello que sabés hacer, y no importa qué es lo que hagas.

Digamos que uno siempre es capaz de generar algo –a mayor o menor escala– y luego puede sobrevenir el efecto contagio –para bien o para mal–, y así sucesivamente. En los pasillos del subte, el músico ahora está rodeado por unas quince personas que, antes de seguir su camino, lo escuchan cantar un hermoso tema de Raúl Trullenque que, con simpleza poética, sintetiza el drama existencial del ser humano: “La pucha con el hombre//querer ser tantas cosas//y nunca es más que cuando tan solo es él”.

Datos

“Si hubiera sabido arreglar caños, sería plomero. Pero sé tocar acordes, componer canciones, y soñar que eso produce un cambio”. Tras decir esto, el muchacho, que no debe llegar a los treinta años, se cuelga la guitarra y empieza a cantar temas propios y de otros. Su voz resuena en uno de los pasillos de la estación Plaza Italia de la línea D del subte. Algunas personas se detienen. Se suman un par más. Seremos ocho o nueve, en semicírculo, alrededor del músico.
Me acuerdo de la entrevista que le hice a Liniers hace unas semanas para “Río Negro”.
En la charla, en un tramo que no se publicó, el dibujante decía que la energía de la humanidad “es como si estuviera mal invertida”. Porque inventamos el avión, el auto, la electricidad, la pólvora, la penicilina y miles de cosas más. Hasta volamos a la luna. Pero no logramos crear un mecanismo para que la distribución de la riqueza sea algo más pareja y no haya millones de personas que se mueren de hambre. “En esto, todos decimos: ‘Bueno, ya lo vamos a hacer’. ¡Y no! ¡Hay que hacerlo!”.
Liniers contó que para domesticar la culpa que le generaba lo bien que le va a él en contraste con los desastres que ve a su alrededor –desde la pobreza hasta la guerra, pasando por los problemas ambientales y demás– le vino bien una película de Woody Allen, donde el protagonista, atribulado con el devenir del mundo, recibe un consejo: “Haz mejores chistes”. ¿Cómo? Sí, o sea, hacé mejor aquello que sabés hacer, y no importa qué es lo que hagas.
Digamos que uno siempre es capaz de generar algo –a mayor o menor escala– y luego puede sobrevenir el efecto contagio –para bien o para mal–, y así sucesivamente. En los pasillos del subte, el músico ahora está rodeado por unas quince personas que, antes de seguir su camino, lo escuchan cantar un hermoso tema de Raúl Trullenque que, con simpleza poética, sintetiza el drama existencial del ser humano: “La pucha con el hombre//querer ser tantas cosas//y nunca es más que cuando tan solo es él”.

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