El docente policía

Desde la recordada masacre de Columbine de 1999 en la que murieron 12 alumnos y un maestro hasta el atentado de Parkland (Florida) en febrero pasado donde fallecieron 17 personas hay una enorme comunidad de jóvenes que han convivido bajo la amenaza constante de ataques. Por tal razón se la denomina “la generación de los tiroteos”.

Acostumbrados a realizar simulacros de código rojo, muchos de los integrantes de esta generación han sobrevivido a matanzas en las que perecieron amigos y profesores en circunstancias aterradoras.

Es que en EE. UU. rige la segunda enmienda constitucional que permite a sus ciudadanos contar con armas a partir de la adultez. De modo tal que a los 18 años cualquier joven puede adquirir un rifle de destrucción masiva, sin mayores prolegómenos.

La novedad de estos días es que las víctimas de estos atentados por primera vez se están organizando en forma masiva para protestar contra el acceso irrestricto a las armas. Con tal propósito, marcharán el próximo 24 de marzo a Washington DC exigiendo leyes de control de armas. Tan fuerte ha sido la reacción repulsiva de estos jóvenes que ya han conseguido el apoyo de personalidades como George Clooney, Oprah Winfrey, Steven Spielberg, Jerry Katzenberg, Whoopi Goldberg o Sofía Bush.

La cuestión divide a los demócratas y republicanos, al punto de sostener estos últimos que se trata de una mera campaña política.

Tal es la miopía del sector gobernante que el propio presidente Donald Trump adjudica los continuos ataques a escuelas a los videojuegos y sugiere como solución que los docentes sean entrenados en el uso de armas.

Lo descabellado de la propuesta conduce a razonar que el primer mandatario desconoce el significado del rol docente e ignora, a su conveniencia, las más elementales normas de prevención.

Pretender que un profesor vaya armado a clase es echar combustible al fuego, encendiendo aún más la mecha de la violencia. Quien abraza la vocación docente mal puede mutar de ser guía a policía, en una metamorfosis esquizofrénica propia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Semejante dislate ha sido objeto de fuertes críticas y es de esperar que el masivo movimiento juvenil afectado incida sobre la clase política para restringir definitivamente el acceso a las armas.

La fácil posesión de revólveres o rifles, tan cara a la idiosincrasia estadounidense, parece esta vez estar jaqueada por un multitudinario colectivo de jóvenes que tras la consigna del “Nunca más” están dispuestos a dar batalla.

En el país, miedo al abrazo

La idea del docente policía, afortunadamente, está lejos de entrar en la agenda educativa vernácula, ocupada por estos días en negociaciones salariales.

Más si se trata de cuestiones relacionales entre docentes y alumnos, es dable observar con preocupación el temor que exponen estudiantes de profesorados y docentes en abrazar a sus alumnos.

Concebidos como un segundo padre o madre, durante generaciones enteras, los maestros fueron ejemplos vivos de la demostración de afecto hacia sus pupilos. Así el abrazo o un beso a un educando era un canal natural de expresión y de enseñanza.

Pues bien, hoy en día muchos educadores temen ser sumariados o denunciados por quien ve en tales actitudes una intención dañina. Es frecuente el inicio de sumarios, basados en la percepción nociva de un denunciante, que luego no resisten el menor análisis. Allí es donde se deben distinguir los casos y castigar firmemente las conductas abusivas respecto de aquellas que, mayoritariamente, no lo son.

De lo contrario se estará obligando al educador a reaccionar frente a un sinnúmero de situaciones, como una máquina. Un señor o señora que parado frente a una clase se limitará a dar respuestas como opción sustituta de Google o Wikipedia.

Concebir al docente como policía o máquina es desconocer los aspectos afectivo-emocionales, cognitivos, motrices y expresivos de su función. Un síntoma de sociedades que, lejos de progresar, involucionan.

*Abogado, profesor nacional de Educación Física y docente universitario


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