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El fascismo que no se atreve a decir su nombre


Los centennials (menos de 25) y los millennials (de 26 a 45) son a la vez las generaciones más prósperas que han existido jamás y las menos tolerantes con las frustraciones.


En 1921 Francis Scott Fitzgerald narraba la vida lánguida y divertida que él miraba desde los bailes del Plaza Hotel de Nueva York. En ese escenario los ricos norteamericanos festejaban el triunfo de su país en la Primera Guerra Mundial. Fitzgerald lo llamó la Era del Jazz, esa época de libertad sin frenos en la que todas las audacias existenciales parecían posibles, regadas con mucho alcohol (algo que estaba prohibido, pero que se conseguía en todas partes). Pero la Era del Jazz era un ideal que solo podía disfrutar al sector más vanguardista de los ricos neoyorquinos: en buena parte del planeta era directamente impensable.

Cuando el mismo Fitzgerald fue a Europa vio que el mundo estaba virando hacia el fascismo, lo contrario absoluto de su ideal libertino. En esos momentos, los italianos apoyaban a Benito Mussolini mientras sus camisas negras marchaban por las calles de Milán aterrorizando a los que se les oponían (o, simplemente, a los que no los aplaudían).

Cuando el crack de la Bolsa de Nueva York en 1929 sumió al planeta en la mayor crisis económica de la era moderna, Mussolini dejó de ser un pintoresco político italiano que a algunos daba risa y a muchos miedo: se convirtió en la inspiración de varios de los movimientos políticos en todas partes. En 1933 los alemanes, para castigar al gobierno democrático por la crisis económica, votaron por Hitler. Lo que siguió es historia conocida.

Cuando los pueblos se hartan de los gobiernos suelen pasar estas cosas: votan a los peores. Ha pasado un siglo desde los 20 en los que se mezcló la Era del Jazz con la violencia fascista, pero estamos en una encrucijada muy parecida. En todo el planeta. No es una cuestión nacional ni regional. Y no se reduce solo ni simplemente a los comicios para elegir presidentes o diputados. Abarca la vida cotidiana, la forma en que se enseña en las universidades, la relación entre padres e hijos, los conflictos entre vecinos, el odio que circula (y que estimulan) las redes sociales: en todas partes estamos a punto de estallido. Por suerte, aun no ha aparecido un nuevo Hitler, pero el espíritu de la época lo está esperando.

Los centennials (los que tienen menos de 25) y los millennials (los que tienen de 26 a 45) son a la vez las generaciones más prósperas que han existido jamás y las menos tolerantes con las frustraciones. Eso los hace especialmente aptos para adoptar todas las ideologías extremas: al menos el 35% de los menores de 40 años con estudios al menos terciarios cree en EE.UU. que la Tierra es plana y que las vacunas hacen daño. El 80% de los alumnos universitarios norteamericanos (son unos 15 millones de individuos) es partidario de la corrección política en grado extremo: organizan campañas -muchas veces violentas- en las que se persiguen a otros alumnos, a profesores o a autoridades de la universidad por una simple palabra o por un punto de vista que ellos no toleran.

Esta semana el MIT (Massachusetts Institute of Technology), que siempre figura entre las 5 mejores universidades del mundo, prohibió que Dorian Abbot, un destacado científico que investiga el cambio climático y la vida extraterrestre generando modelos matemáticos, participara de un encuentro académico (al que había sido ya invitado) porque un grupo de alumnos protestó contra él. ¿Cuál era el crimen del que acusaban a Abbot? Que ha escrito artículos en los que defiende que para contratar investigadores o dar becas a los mejores alumnos se tenga en cuenta el mérito y la ideoneidad por sobre cualquier otra cuestión.

En la Argentina aun no podemos entender esta cuestión en toda su dimensión porque los casos similares (que existen) no toman estado público. Pero en EE.UU. esto es masivo y se discute ya en la calle y en los medios. Cuando alguien no está de acuerdo con tomar preferentemente mujeres, negros o personas de etnias minoritarias para un cargo se las considera machistas o racistas y se las condena a perder el trabajo y hasta la vida social.

Los alumnos norteamericanos (y los argentinos que piensan del mismo modo) no lo saben, pero esta forma de actuar es exactamente igual a la que impuso Mussolini (y que luego adoptó Hitler) en su lucha por tomar el poder e imponer esta forma totalitaria de pensar el mundo a todos los ciudadanos. Por suerte hoy todavía no parece que exista un Hitler.

Pero la ideología totalitaria que lo pide a gritos ya está plenamente desarrollada y es masiva entre jóvenes de clase media en todo el planeta.

Solo falta que el líder se suba al podio y los arengue.


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