El feminismo en los años perdidos

Por Mabel Bellucci (Especial para "Río Negro")

La represión de Estado desatada durante el último período del gobierno peronista y que desembocara en una de las más crueles dictaduras que haya conocido la Argentina (1976-1982), acelera el decaimiento y desintegración de todas las organizaciones populares, entre ellas, las feministas. En esta década, mientras que el feminismo a nivel mundial ensancha sus fronteras internacionalizándose como pocas veces en su historia, en nuestro país las mujeres de las izquierdas y del feminismo ingresan al anonimato del silencio exigido por la violencia militar, o se retiran al exilio, dispersas por Europa y América Latina.

Aquellos que no tienen otra opción más que el exilio interno cultivan formas de resistencia cultural a la opresión imperante, integrando reuniones cerradas de estudio en casas particulares. En su gran mayoría están volcados a profundizar líneas de pensamiento político, social, artístico y filosófico. Esta modalidad autogestionada de soporte intelectual fue sumamente difundida en los circuitos de clase media urbana y se conoce bajo el nombre de cultura de catacumbas.

De este modo, en Buenos Aires, hacia 1976 se mantiene el Centro de Estudios Sociales de la Mujer Argentina, ligado al Frente de Izquierda Popular. Un año más tarde, se forma la Asociación de Mujeres Argentinas (AMA), constituida por integrantes del FIP-Corriente Nacional y otras sin militancia partidaria. Luego, en 1978, se transforma en Asociación de Mujeres Alfonsina Storni (AMAS) y para esta fecha surge en Córdoba la Asociación Juana Manso.

Ya en los finales de los setenta comienzan a salir de su encierro y se organizan en torno de unas pocas agrupaciones: Organización Feminista Argentina (OFA), Libera, Derechos Iguales para la Mujer Argentina (DIMA), Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer-25 de noviembre (ATEM) y Reunión de Mujeres.

Casi todas estas organizaciones se proponen la reflexión como meta, pero no por eso desconocen la posibilidad de acciones directas. A su vez, aquellas profesionales interesadas en debatir la producción mundial sobre las nuevas orientaciones académicas, se vertebran en el Centro de Estudios de la Mujer (CEM). También surge la Unión de Mujeres Socialistas, relacionada con la Confederación Socialista Argentina.

En este estado de cosas, en 1980, se inicia la primera demanda pública: reformar el régimen de patria potestad, el cual otorgaba sólo al padre derechos sobre los hijos. En sus inicios, esta campaña está integrada por DIMA y feministas independientes centrando sus acciones en difundir y sensibilizar sobre el problema a través de los medios de comunicación. Dos años más tarde la demanda decae. El CESMA y ATEM, junto con Reunión de Mujeres y OFA, relanzan dicho reclamo. Desde ya que, 1983, presenta un clima político totalmente propicio para instalar nuevos debates y esta demanda se impulsa desde múltiples espacios, entre ellos la Multisectorial de la Mujer. Colectivo, ésta, de una envergadura significativa, en tanto convoca a mujeres de sectores y extracciones diversas, tales como partidos políticos, sindicatos, organizaciones de derechos humanos, amas de casa, agrupaciones feministas y de mujeres, entre otras.

Dos años más tarde, se conquista la Patria Potestad compartida.

Iniciados los ochenta, en la mayoría de los países de América Latina el retorno al proceso democrático coincide con un marco histórico dinamizado por la injerencia universalizante de lo económico. Por lo tanto, todos los aspectos de la vida colectiva quedan sujetos a la lógica del mercado. En este sentido, se transita por un doble proceso: por un lado, se conquista la democracia política y, por el otro, se globalizan las políticas neoconservadoras. Constituyéndose un modelo que conlleva una reformulación de las relaciones entre economía y política.

Reaparecen con fuerza inaugural agrupaciones feministas y de mujeres. Por lo tanto, el nuevo terreno se nutre del protagonismo desempeñado, por un lado, por las mujeres vueltas del exilio, con el aporte de sus relaciones y experiencias en los feminismos de los países que las acogieron; por el otro, por el grueso de las feministas de los setenta que permanecieron en el país y que son las que, en buena medida, dan el puntapié inicial y, por último, por aquéllas sin trayectoria política anterior y que no se sienten atraídas por las estructuras jerárquicas de los partidos, pero sí, por la dinámica autogestionada de los movimientos sociales.

En sus albores, un amplio espectro feminista aplica la estrategia del entrismo, política ésta interesada en permear a las instituciones con su discurso. Algunas de las cuales ya participan, con mayor o menor grado, en instituciones formales, sean partidos políticas, organismos del Estado, sindicatos, universidades. Por lo tanto, reclamos que se enunciaban en el clásico estilo del feminismo de las décadas anteriores, pierden entonces su condición de imperativo categórico y de lemas críticos, considerándose- en estos momentos- como impresentables a la mirada dominante.

A su vez, a finales de los ochenta, técnicos de organismos internacionales comienzan a desplegar nuevas categorizaciones conceptuales, apuntando a desconflictuar temas conflictivos por su politización.

Más tarde, esas configuraciones se instalarán en el espacio académico. De allí pasan a formar parte del patrimonio lexical de determinados grupos de mujeres, así como de técnicas e investigadoras.

Junto a este proceso de resignificaciones surgen también «ultraespecializaciones» en determinadas temáticas, las cuales atomizan y aíslan cuestiones propias del género femenino.


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