El hombre que recrea el pasado de la mano de la madera y los arcos primitivos

Fausto Javier Frazante quiso ser ingeniero industrial y después antropólogo, pero descubrió que su pasión era tallar a mano. Trabaja artesanalmente en su taller de Bariloche.

La vida de Fausto Javier Franzante cambió a partir de esa experiencia. Pasó una década, pero cuando describe la escena parece que ocurrió ayer. Aún relata sorprendido la pericia de aquel militar retirado estadounidense, de impronta seria, que se comunicaba con un español rústico, para tallar con un hacha de mano un tronco de madera y en unas pocas horas obtener un arco. Ocurrió en 2011 durante un taller que cursaba siendo estudiantes en el Club Universitario de Arquería, en Buenos Aires.

Volvió a sentir aquella fascinación por los arcos que había desarrollado siendo un niño, pero que había quedado olvidada con el paso del tiempo.

Fue otro momento de ruptura. Ya había dejado la carrera de Ingeniería Industrial y Civil, que cursó durante 9 años, para estudiar antropología en la UBA.

Resolvió dejar su trabajo en la fábrica de Peugeot y mudarse con su familia a Bariloche.

Fausto desarrolla una pasión por la arquería. Foto: Chino Leiva

Hoy, Fausto desarrolla su pasión por los arcos históricos y primitivos en un taller al que le dio forma y en el que la madera es la protagonista excluyente. Pero con una impronta muy particular.

No usa herramientas eléctricas. Elabora sus arcos con el mismo método de hace siglos.

Dice que su relación con los talleres viene de la mano de su historia familiar. Creció en esos espacios de herramientas, viruta, olores intensos y esfuerzo.

“Puedo estar sin parar, no sé, diez horas haciendo un arco. A veces no me dio cuenta”, explica.

El artesano de los arcos no utiliza herramientas eléctricas para sus creaciones. Foto: Chino Leiva

Alterna parte de su historia con la evolución del hombre y los hitos tecnológicos. Sostiene que cada desarrollo evolutivo importante del hombre surge a partir de un hito tecnológico. “A diferencia de los animales, el hombre es un ser que hace herramientas”, destaca.

Cuando estoy frente a la madera siento respeto y una oportunidad. Cuando terminó un arco siento que estuvo bien aprovechada”.

Fausto Javier Frazante.

El trabajo no es sencillo. Los troncos apilados en un rincón del taller a simple vista no dicen demasiado. Pero llevan años de secado silencioso. Fausto los observa con paciencia. Analiza cada detalle de la corteza y los anillos de la madera, para definir de dónde obtendrá el lomo del arco.

Estudia la forma en que sacará las piezas que darán vida a esos arcos cargados de historia. Fausto asegura que tiene arcos que son “iguales a los que se utilizaban hace 15 mil años”.

El rincón de las herramientas manuales que utiliza para crear los arcos tallados a mano. Foto: Chino Leiva

Explica que “los únicos modernismos que tienen puede ser algún detalle especial” que coloca de acuerdo a su preferencia.

En el taller de Fausto, ubicado en la avenida Bustillo al 3200, hay arcos que usaron los pueblos sioux o cherokee en Norteamérica. Según Fausto, en las paredes de su taller se pueden encontrar arcos que personas usaban hace miles de años para la cacería en las planicies americanas.

Indica que son arcos hechos de una sola pieza. Y, sobre todo, afirma que son primitivos. Allí sintetiza con su otra pasión: la arqueología.

El primer paso es elegir una madera y definir dónde se hará la fractura para sacar las cuatro piezas que darán vida a los arcos. Para desmembrar ese tronco usa cuñas de hierro.

Todo hecho a mano, en el taller de Fausto Frazante. Foto: Chino Leiva

Recomienda tener respeto por la forma natural de esa madera. Es un aspecto muy importante. “Tenés que hacer lo que el palo te da”, explica. Golpea con una maza la cuña, mientras los anillos de la madera se van separando.

Fausto dice que terminar un arco puede demandar semanas, meses y hasta un año. Utiliza maderas duras y semiduras, como maclura pumífera, rubinia pseudoacacia (acacia blanca), fresno y maple. “Se requiere tranquilidad, inspiración y mucha paciencia”, sostiene. Aplica la técnica de desbaste y astillamiento de manera de respetar las formas naturales de la madera y la integridad de las fibras que la componen.

“Cuando trabajaba en Peugeot cada dos minutos salía un auto terminado. Acá es todo lo contrario, no hay nada en serie”, asegura.

En una de las paredes están las cuñas, cepillos, hachas de varios tamaños que son esenciales para sacar las lonjas de cada madera. Es una labor meticulosa de transformación de la madera.

El espacio donde trabaja también ayuda a generar ese clima especial. Fausto afirma que no tiene nada eléctrico. De hecho, no había ninguna herramienta moderna en el taller que parece una especie de refugio vikingo.

Un refugio vikingo, el taller de fausto para crear arcos de madera. Foto: Chino Leiva

“La idea es replicar en lo posible la misma situación en la que hace miles de años, los pueblos indígenas fabricaban sus arcos”, aclara. Los talleres que dicta para chicos y adultos tienen como objetivo que cada alumno haga su propio arco “y viva una completa experiencia en un entorno dedicado exclusivamente al conocimiento de la tecnología primitiva”.

Muestra con orgullo un arco que asegura usaban los selknam, en Tierra del Fuego, para cazar lobos marinos.
Para las cuerdas de los arcos utiliza fibra de bambú, tendón de animal que antes machaca.

Hago mis arcos, los uso y logro con ellos cierta convivencia porque tengo que medirle la velocidad, corregirlos y hasta que se estabiliza puede tardar hasta un año”, relata. Puede costar desde 20.000 pesos hasta varios miles de dólares. “Cada arco es único e irrepetible”, destaca.


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