El movimiento como antídoto a la fatiga del Zoom

MARCELO ANGRIMAN *


Aun en espacios reducidos, permite oxigenar el cerebro y resetearlo cuando este se encuentra hastiado de tanta información e impertérrita quietud.


Las videoconferencias, popularizadas por la herramienta Zoom, ya originan en muchos de sus usuarios frecuentes fatiga cerebral.

Ello se manifiesta con mayor intensidad en las reuniones laborales o profesionales, capacitaciones o aulas virtuales de educación superior, donde los componentes de obligatoriedad y de concentración plena aparecen en escena.

El hecho de que los participantes estén en sus hogares en una prorrogada cuarentena, sumado a que muchas de esas reuniones non stop suelen tener horario de inicio pero no de cierre, constituyen un combo que poco a poco va minando la atención del asistente.

La pérdida del lenguaje corporal de quienes interactúan tanto antes como durante el encuentro, la ausencia de recreos, la necesidad de estar impávidos dando el presente frente a una pantalla repartida en cuadrículas y en ocasiones varias veces al día, llevan necesariamente a un desgaste mental.

A ello se suma que tales encuentros suelen ser el preludio de un sinnúmero de tareas, que deben realizarse en forma digital y remota, en espacios socio-ambientales que no han sido ideados para ello (por sus dimensiones, por estar compartido con otros convivientes o sin la mínima ergonomicidad).

Tan es así que Eric Yuan, el fundador de la plataforma -que en diciembre de 2019 tenía 10 millones de participantes al día y hoy supera los 300 millones-, en una reciente conferencia confesó que la odiaba.

Si bien tales conexiones han sido una tabla de salvación para superar distancias y economizar gastos de modo racional, en otros son el control panóptico de quien supervisa sin límites, por lo que cada vez son más frecuentes las denuncias por distrés y hasta por el síndrome del born out.

A tal punto que no son pocos los juristas a nivel mundial que hoy hablan del “derecho a la desconexión”, como parte de la tutela que el ordenamiento jurídico debe asegurar a toda persona a fin de resguardar su integridad psicofísica.

Lo expuesto evidencia que, más allá de las enormes bondades que el medio posibilita ante el confinamiento que padecemos, su administración debe implicar siempre un ejercicio razonable.

Como paliativos a la sobrecarga de exposición se recomienda establecer la duración de la reunión, cuando esta sea extensa tomar nota en forma manuscrita y hasta seguir las charlas cuando se permita, solo por audio para no saturar la vista.

Otro gran recurso a posteriori es el del movimiento, recomendado desde antes de la aparición del coronavirus, para afecciones como la hipertensión, el infarto al miocardio, la diabetes, el colesterol alto, patologías respiratorias, fibrosis quística e incluso cáncer.

Con la llegada del covid-19 y una mayor propensión al sedentarismo, el movimiento -aun en espacios reducidos- permite oxigenar el cerebro y resetearlo cuando este se encuentra hastiado de tanta información e impertérrita quietud.

La segregación de dopamina, serotonina, oxitocina y endorfinas que conlleva el moverse nos permite a la vez liberar tensiones, rigideces y generar placer.

El movimiento por otra parte nos devuelve a la realidad de la completitud del cuerpo y de la mente y una velada rebelión a la disociación que nos devuelve la pantalla.

Recuerdo de chico la fascinación que nos provocaba ver los rostros recuadrados de los jugadores en un álbum de figuritas, en una suerte de Zoom estático de aquellos tiempos.

Quizás el atractivo consistía en poder ver con precisión la cara de quienes admirábamos por su despliegue físico.

Una ensoñación tan comparable, como la que hoy me produce imaginar a las personas que encuentro por Zoom, corriendo, pateando o bailando libremente, con una ligera brisa acariciando sus rostros.

*Abogado, profesor nacional de Educación Física, docente universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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