El piqueterismo expropiador va al paraíso

Por Gabriel Rafart

Han cambiado las formas de la protesta social en la Argentina? ¿El piqueterismo, como práctica y hecho político, ha extraviado su rumbo? ¿Entramos en una nueva fase en la historia de la protesta social o sencillamente observamos una metamorfosis en la comunicación de sus actos? ¿La democracia de audiencias que hoy tenemos incorporó al paraíso de los medios al piqueterismo más radicalizado en métodos y discursos?

Quienes podrían agotar con sólidas interpretaciones estos interrogantes no siempre son consultados, conservando un lugar distante del mundo que alimenta la opinión pública que, además de volátil, se halla gobernada más que nunca por el imperio de los sentidos. Lo cierto es que cada vez son menos los argentinos que pueden aceptarse como agudos y desapasionados observadores para así obtener una respuesta adecuada acerca del sentido de futuro que hay en esa «realidad social» que es la protesta protagonizada por quienes ya no sólo cortan calles o levantan barreras de las estaciones de peajes. En efecto, el repertorio de la protesta se ha incrementado notoriamente -junto a la visible pérdida de efectivos movilizados-, sumando a sus acciones «clásicas» la selección de nuevos objetivos. Es por ello que el preferido parece ser la sede de la petrolera Repsol-YPF. Le siguen la ocupación por horas de locales de McDonald's y el más reciente, ingresar en uno de esos lugares de nuestra urbanidad provinciana donde se quiere imitar con sus luces y ruletas nocturnas a un casino devaluado de Las Vegas. Solicitando «garrafas sociales», alimentos para los comedores, dinero contante y sonante, algunos movimientos se parecen mucho, con la actualización del caso, al anarquismo expropiador de la Argentina pre-peronista.

Y las acciones de ese piqueterismo expropiador son cada vez más espectaculares. ¿Son espectaculares o constituyen auténticos espectáculos? Son las dos cosas al mismo tiempo, aunque si no fueran pensadas para una audiencia dejarían de tener entidad. Son espectáculos dirigidos al universo de ciudadanos que se comporta cada vez más a modo de audiencia que aplaude o repudia el daño a la propiedad privada o en las fachadas de las instituciones públicas por efecto de piedras o precarias molotov, audiencia que a su vez es convocada a que urgentemente levante la voz del orden votando todos los días en las urnas de cuanta agencia de sondeos de opinión. Y todo ello para que con esos sondeos de opinión se «informe» al gobierno cómo funciona una auténtica democracia de audiencias donde los medios -sobre todo visuales- son su verdadero paraíso.

Y la protesta social vive la hora de la metamorfosis cuando una parte de sus protagonistas ha decidido ingresar en el paraíso mediatizado de esa democracia de audiencia.

Ciertamente, no son pocos los líderes de ese mundo piquetero -los «expropiadores»- que han comprendido la lógica de este tipo de democracia. Es que, así como muchos de sus seguidores, son parte de la audiencia y no necesariamente están comprendidos por el lenguaje del orden que conforma la santísima trinidad de la propiedad privada, ni tampoco por la escandalización de ocupaciones y exigencias innegociables. Es cierto que en los líderes expropiadores funciona un discurso carente de originalidad porque pertenece al repertorio de esos movimientos muchas veces efímeros e inorgánicos, de corte prepolítico, incapaces de dejar un vestigio que valga la pena en la historia de las luchas sociales. Sin embargo, ingresaron en el paraíso, en ese mundo que cuenta, en el lugar donde se existe, en el grandioso escenario de los espectáculos.

A los hombres y mujeres del piqueterismo expropiador ahora se los ve, se los ve por la tele y también en la tapa a todo color de algún medio gráfico. Fuera de esa «cartelización» entre semanarios y programas de la «telebasura» -atentos sólo al color de la prenda íntima o a una suerte de mito creador de un sex-simbol plebeyo-, la exposición glamourosa de la compañera de Raúl Castells es un punto de ruptura para entender a los recién llegados al paraíso de la democracia de audiencia.

La protesta social vive su metamorfosis. Muy lejos en el recuerdo y en la imagen de viejas películas quedan aquellos filosos puñales de la lucha social dirigidos a las clases dominantes y al orden capitalista cuando legiones de socialistas, anarquistas organizadores, comunistas de antes del peronismo, se exponían con sus marchas ordenadas, prolijas, de actos y rituales que debían ejemplificar, que hacían pedagogía. También distantes en el tiempo se encuentran las páginas de esa herejía ambigua que fue el primer peronismo con su lenguaje plebeyo y presencia tumultuosa, aunque el poder instituyente de la «revolución nacional y popular» transformó la calle en el gran escenario, tanto para alagar al líder como para festejar conquistas ciertas. Ninguno de esos momentos de la historia de la lucha social contaba con una democracia metamorfoseada por la presencia fulgurante de los medios audiovisuales. Pero sí entendían que ciertas exposiciones y acciones debían ser abandonadas al carecer del valor de la ejemplaridad.

Este viajar al paraíso del piqueterismo expropiador no es una buena señal porque puede agotar el menú actual que le permite estar en el lugar donde se lo ve. Hoy esa voluntad del piqueterismo expropiador por construir una audiencia sólo sirve para escandalizar, no a los enemigos de la equidad distributiva sino a gran parte de aquellos que en un tiempo los aplaudían o tenían una actitud de prescindencia benevolente.


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