El planteo de Rudiger

Era de prever que tarde o temprano académicos extranjeros vinculados con los gobiernos de los países ricos propondrían que, por ser la Argentina claramente incapaz de manejar su propia economía, sea puesta bajo la tutela internacional.

También lo era que en cuanto comenzaran a difundir sus ideas acerca de dicha «solución», la reacción local se caracterizaría por una mezcla de indignación e incredulidad. Sin embargo, el planteo del economista germanoestadounidense Rudiger Dornbusch en tal sentido no carece de lógica. A esta altura, pocos negarían que la Argentina «está quebrada económica, social y políticamente». También parece indiscutible que a la clase política que se la arregló para quebrarla no le sería nada fácil sustraerse al abismo en el que se ha precipitado porque las reformas necesarias la obligarían a repensar su papel en la sociedad. Asimismo, el que el gobierno del presidente Eduardo Duhalde haya reiterado en tantas ocasiones que sin la ayuda externa la recuperación sería sumamente difícil y que, de todos modos, se haya esforzado tanto por complacer al FMI, significa que en verdad la economía ya está bajo tutela foránea, de suerte que la entrega del ministerio correspondiente a un equipo de extranjeros no cambiaría mucho.

Con todo, por ahora parece muy poco probable que prospere la propuesta de Dornbusch y de sus colegas del Massachussets Institute of Technology (MIT) de que un gobierno argentino, consciente de su inoperancia, acepte la intromisión de una comisión internacional encabezada por «un holandés», o sea, por el representante de un país pequeño que nadie acusaría de albergar aspiraciones imperiales. Es razonable suponer que de llegar la Argentina al extremo en que un rescate del tipo sugerido resultara factible, la sociedad misma ya estaría en condiciones de exigir medidas tan drásticas como aquellas que ordenarían los interventores. Desde luego que en tales circunstancias se daría el riesgo de que el país se entregara a una orgía de violencia y demagogia, pero de ser así las perspectivas frente a cualquier equipo salvador serían sombrías: para poder hacer su trabajo, tendría que venir acompañado por un auténtico ejército de ocupación.

Para que una incursión de este tipo tuviera algún sentido, los encargados de solucionar los problemas argentinos tendrían que dotarse de un «plan» coherente que sirviera para que el país se transformara en un miembro «normal» de la comunidad internacional cuyo destino no dependiera de la caridad ajena. Hasta ahora, empero, ni el FMI ni los gobiernos de Estados Unidos y los países de la Unión Europea se han animado a decir lo que en su opinión constituiría un proyecto viable. Por el contrario, han subrayado que a su juicio los únicos capacitados para formular uno son los argentinos mismos, lo cual hace pensar que ellos tampoco saben muy bien lo que nos convendría hacer. Así las cosas, sería difícil saber qué harían los técnicos de una eventual misión Dornbusch que no podrían hacer los argentinos mismos.

El planteo del economista del MIT se basa en el presupuesto de que un equipo extranjero, provisto de mucho dinero, que no se sintiera comprometido con el statu quo estaría en condiciones de concretar los cambios que por diversos motivos no han podido, sabido o querido instrumentar los gobernantes argentinos. Puede que en teoría esté en lo cierto, pero los obstáculos políticos en su camino serían tan enormes que sería mejor pensar en una variante: si la «comunidad internacional» está dispuesta a gastar mucho dinero manejando la economía argentina, podría ofrecerle al país ayuda material, asesoramiento técnico y los servicios de los mejores gerentes del planeta a cambio de respetar ciertas condiciones sin por eso vulnerar la soberanía nacional desplazando a las autoridades legítimas. Al fin y al cabo, el gobierno actual ya ha pedido la participación en la «mesa del diálogo» de un representante de las Naciones Unidas y la influencia en el ministro de Economía del FMI difícilmente podría ser mayor. Si algo falta, esto es un proyecto político-económico claro: de tener Dornbusch uno, debería describirlo en detalle, ahorrando así al país y al resto del mundo los costos de un operativo de rescate que, en el caso de que se pusiera en marcha, con toda seguridad resultaría ser contraproducente.


Era de prever que tarde o temprano académicos extranjeros vinculados con los gobiernos de los países ricos propondrían que, por ser la Argentina claramente incapaz de manejar su propia economía, sea puesta bajo la tutela internacional.

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