El populismo y el odio

Por Omar A. Rachid


La clase media del país presenta peculiaridades y deformaciones en su interior, de tipo intelectual y, sobre todo ideológicas, que han sido el motor que dio arranque a doctrinas populistas


Llamar neoliberal al proceso de globalización que, asociado al incontenible avance tecnológico y comunicacional, se produjo en las dos últimas décadas, implica un infantilismo regresivo de la neoizquierda pseudomarxista latinoamericana, nacida al amparo de la sobrevida del gobierno comunista de Cuba, después del derrumbe catastrófico de la Unión Soviética en los años noventa.

La madurez de esa globalización produjo un incontenible progreso social de conjunto en este continente desde esa época, basado en una conjunción de capitalismo-democracia que derivó en la expansión de una clase media representativa de las clases bajas que lograron visibilidad en su ascenso económico y social.

Las herramientas del teléfono celular/redes sociales más la ampliación del sistema educativo que se abrió a los sectores populares de todo el continente -Argentina fue una adelantada en este aspecto desde las primeras décadas del siglo veinte- pusieron en jaque a los ya avejentados agrupamientos ideológicos de izquierda y derecha, pero, también, al status quo de muchos de esos países que desestabilizaron naturalmente los sistemas de poder del siglo anterior.

Desde esta visión, la mal llamada derecha conservadora es la expresión política que representa los nuevos intereses de las clases medias que se apoyan fuertemente en los valores de la democracia, el capitalismo y las instituciones que regulan las relaciones sociales, la economía, la moneda y el sistema cultural que las sostiene.

La “ola de gobiernos progresistas y de centro izquierda”, como se autodenominan los populistas neomarxistas bolivarianos liderados por Cuba, que convergieron con cierto sincronismo en el poder en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay y Argentina se ha interrumpido en 2015, excepto, todavía, en los dos primeros.

Esto gracias a una concientización ciudadana que ha sabido traducirla en un voto popular que ha restablecido el republicanismo necesario para recuperar libertades y un progreso social de conjunto, que para ellos significa la instalación de una “política de odio propiciada por un complejo aparato discursivo… con la no menor colaboración de los medios de comunicación, líderes de opinión y estrategias paralelas en redes sociales” (“Los usos políticos del odio”, nota de opinión en diario Río Negro, 28/9/20, Alejo Pasetto).

No obstante, ese voto popular ha permitido este año la regresión de Argentina a su estadio anterior por motivos intrínsecos, que no caben en este análisis, pero que de ninguna manera significa una inversión en la tendencia. Sin embargo, una explicación teórica tentativa para esa regresión es que la existencia de esa clase media en nuestro país, que respecto del continente latinoamericano es tan preexistente, presenta algunas peculiaridades y deformaciones en su interior, de tipo intelectual y, sobre todo, parcialmente ideológicas, que han sido el motor que le dio arranque a doctrinas populistas que han derivado, en la acción política, al uso combustible de una mezcla de nacionalismo-fascismo-marxismo llamado peronismo que llevó al país, de ser sexto en el mundo en el primer cuarto del siglo XX a degradar al lugar 60/70 en los principios del XXI.

Esta pequeña porción de clase media, pero de gran visibilidad y que presume de intelectual de izquierda, tiene su origen en los 70 con Montoneros, infiltrada parcialmente en la Juventud Peronista, obtiene algún blanqueo con Menem en los 90 colándose en la Política de Reconciliación Nacional, pero sin lugares en el gobierno de inclinación liberal.

Ésta se integra sólidamente con la llegada al poder de un minoritario peronismo corrupto de izquierda hoy llamado kirchnerismo, como lo bautizó Felipe González, “regresista y reaccionario” que, bajo la burda máscara de los derechos humanos, han operado sobre la Justicia, la educación, la literatura y el imaginario colectivo, llevándonos a la decadencia más profunda como país, como cultura, como economía; y, consecuentemente, a una decadencia social extrema que los argentinos republicanos y democráticos esperamos no nos lleve a Venezuela.

* Diputado en Neuquén, MC períodos 2003/2011


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