El reloj ya está corriendo para Alberto


Si el candidato del Frente de Todos aún sueña con una “salida portuguesa”, le sería forzoso encargarse él mismo del trabajo sucio previo, un ajuste económico feroz.


Fernández con el primer ministro de Portugal, Antonio Costa .

Alberto Fernández no tiene apuro. Quiere que Mauricio Macri le entregue los símbolos del poder el 10 de diciembre, ni un día antes. Figurar como “presidente virtual” le molesta casi tanto como los esfuerzos de aquellos militantes impacientes que quisieran que la transición terminara bien pronto en medio de desmanes.

La razón es sencilla. Como el político avezado que es, entiende que todo mandatario nuevo disfruta de un período de gracia, una luna de miel en que puede hacer virtualmente cualquier cosa, que raramente dura más que algunos meses, de ahí la importancia que los especialistas suelen atribuir a los primeros cien días de una gestión.

Desgraciadamente para Alberto, en las PASO triunfó de forma tan contundente que a ojos de buena parte del mundo se convirtió en el hombre más poderoso del país, un juicio que se vio confirmado horas más tarde cuando en efecto devaluó el peso para entonces impedir que se evaporara. Desde aquel momento, el impacto de sus palabras ha sido mayor que el de las pronunciadas por Macri.

¿Cogobierna Alberto? Lo niega, pero pocos le prestan atención. Por injusto que le parezca, la mayoría supone que las medidas económicas y sociales tomadas por el gobierno macrista cuentan con su aval. En el exterior, todos lo tratan como un presidente electo, de suerte que sus declaraciones inciden en la actitud hacia la Argentina de los demás países.

Por injusto que le parezca, la mayoría supone que las medidas económicas y sociales tomadas por el gobierno macrista cuentan con su aval.

Alberto, pues, se encuentra en una situación rarísima. Por motivos comprensibles, no quiere que la gente crea que ya es presidente y que, por arbitrario que fuera, imagina que su luna de miel comenzó el 12 de agosto; en tal caso, habría llegado al fin de los “cien días” de libertad relativa semanas antes de celebrarse su boda oficial con el poder.

Es muy poco común que un dirigente político se vea constreñido a minimizar su propio poder, a jurar que nada que suceda en el país puede deberse a su influencia, pero Alberto no tiene más opción que la de hacerlo. Con todo, aunque se resiste a declararse a favor o en contra de medidas determinadas, las circunstancias lo están obligando a ensayar algunas definiciones. No le ha ido muy bien.

Lo mismo que otros kirchneristas, por un rato manifestó cierto entusiasmo por el “modelo portugués” que, según creían, fue producto de un alarde de heterodoxia por parte de una coalición izquierdista libre del yugo fondomonetarista; pero luego de ser informado de que para salir del pozo en que hacia una década había caído el país del “milagro” el gobierno que antecedió al actual había llevado a cabo un ajuste brutal que, entre otras cosas antipáticas, incluyó la congelación de los salarios de los empleados públicos y la eliminación del aguinaldo de quienes dependían del Estado, habrá llegado a la conclusión de que sería muy difícil copiarlo en la Argentina.

Como ocurrió aquí cuando Néstor Kirchner llegó al poder con una recuperación económica ya en marcha, el gobierno portugués, con cuyos líderes Alberto habló en el transcurso de su gira ibérica, se vio beneficiado por el ajuste feroz que fue aplicado por su antecesor. Si bien Macri trató de ordenar la macroeconomía, no quiso o no pudo llevar a cabo la clase de ajuste que el próximo gobierno necesitaría para que el país gozara de una etapa de expansión. Si Alberto aún sueña con una “salida portuguesa”, le sería forzoso encargarse él mismo del trabajo sucio previo.

Los kirchneristas esperan que Cambiemos pague todos los costos políticos de la “catástrofe social” que Alberto ha denunciado pero, merced a las PASO, no les resultará tan fácil distanciarse por completo de la fase presuntamente final de la gestión de Macri. La idea del “cogobierno”, aunque solo sea “virtual”, ya se ha instalado en la imaginación colectiva y los esfuerzos por desenraizarla podrían tener consecuencias indeseables al hacer todavía peor la herencia que Alberto confía en recibir.

Acaso lo mejor sería que los kirchneristas sí cogobernaran sin que nadie se enterara para que, como los macristas en diciembre de 2015, no fueran acusados de compartir responsabilidades por el estado desastroso de la economía nacional. Pudieron haberlo intentado si ganaban por muy poco las PASO pero, desgraciadamente para ellos, se anotaron una victoria tan abrumadora que no quedaron dudas en cuanto a su poder informal pero así y todo bien real.

Para más señas, la voluntad de Macri de probar suerte con medidas que hasta hace poco hubiera despreciado por populistas hace sospechar que Alberto y Cristina ya están ayudando, de manera subrepticia, a administrar el país, lo que, huelga decirlo, no es de su interés porque significa que sus adversarios macristas están privándolos de una parte tal vez sustancial de la luna de miel que esperaban disfrutar.


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