El suicidio imposible

Debería estar en lo cierto la diputada Elisa Carrió cuando dice que espera con serenidad «la autoaniquilación» de los candidatos peronistas a la presidencia de la República, pero a pesar de los esfuerzos realmente extraordinarios de Carlos Menem, Néstor Kirchner, Adolfo Rodríguez Saá y, de más está decirlo, Eduardo Duhalde por convencer a la ciudadanía de que el PJ ya no está en condiciones de manejar nada, en su conjunto siguen contando con la adhesión de una parte muy sustancial del electorado. Este estado de cosas tendría dos explicaciones. Una, que la gente descarta a los otros candidatos, entre ellos Carrió, por entender que ninguno tendría el poder político suficiente como para enfrentar a una oposición peronista que después de una breve luna de miel reeditaría el «golpe civil» que puso fin a la gestión de Fernando de la Rúa: tal actitud podría calificarse de cínica, pero sería innegablemente realista. Otra consistiría en que muchos, acaso un tercio del electorado, anteponen su lealtad hacia el peronismo a cualquier duda que podrían tener en cuanto a la idoneidad de sus representantes coyunturales: de ser así, el que millones de personas no pensarían en exigir a sus eventuales gobernantes nada salvo que sigan reivindicando los mitos peronistas significaría que al país le será sumamente difícil alcanzar la madurez democrática por depender ésta precisamente de la voluntad ciudadana de obligar a los «dirigentes» a respetar ciertas normas de conducta. Aunque desde hace más de un año está de moda descalificar a «los políticos» por su egoísmo e inoperancia, son como son porque el pueblo siempre lo ha consentido.

Es probable que la supremacía actual del peronismo se haya debido a una combinación de los dos factores. Es natural que la sospecha de que por ahora cuando menos ningún otro «movimiento» podría gobernar el país haya persuadido a muchos a limitarse a elegir entre los candidatos peronistas. Asimismo, como los resultados electorales en provincias ya resignadas a la miseria continúan recordándonos, en el país aún abundan aquellos que se niegan a permitirse influir por los frutos concretos de la gestión de miembros del movimiento dominante. Desde el punto de vista de quienes integran ambos grupos, los que, sumados, parecen constituir la mitad del electorado, el desprecio manifiesto de los protagonistas por la ley será un detalle menor no sólo porque les resulta fácil atribuir los fallos de la jueza María Servini de Cubría a su presunta militancia menemista sino porque en última instancia se trata de una lucha por el poder que, en opinión de los fieles, tiene forzosamente que estar en manos de un heredero de Juan Domingo Perón.

Para el resto del país, incluyendo a aquellos peronistas que preferirían que los políticos se dejaran guiar por reglas un tanto más claras que las inspiradas en la conveniencia coyuntural de los diversos caudillos partidarios, el que el PJ parezca ser incapaz de «autoaniquilarse» es un dato desconsolador. Mal que bien, ningún esquema político democrático puede funcionar adecuadamente sin que exista un sistema de premios y castigos según el cual quienes gobiernen bien serán recompensados con votos y los que hagan gala de su desdén por las normas se verán abandonados por sus simpatizantes. Si se cuentan por millones los dispuestos a brindar al partido de sus amores una carta de impunidad, negándose a castigar a sus líderes por impúdicas que hayan sido sus violaciones de las normas más básicas, la democracia no puede sino degenerar en una especie de farsa.

Entre las víctimas de la voluntad difundida de minimizar la importancia de la decisión de los duhaldistas de hacer caso omiso de los fallos judiciales por considerarlos maniobras menemistas están los muchos peronistas que temen que a la larga resultará que la diputada Carrió ha tenido razón porque, a pesar del realismo de algunos y la lealtad a prueba de todo de otros, una vez superada la etapa de depresión anímica actual muchos podrían comenzar a exigirles más respeto por la ley y, lo que les sería más penoso aún, a juzgarlos conforme a los criterios que suelen aplicar cuando es una cuestión de integrantes de partidos que carecen de la carga emotiva que tanto ha contribuido al protagonismo prolongado del peronismo.


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