La cultura mira el trabajo doméstico

Desde best-sellers transformados en series hasta crónicas que llegaron a la pantalla grande o investigaciones académicas hacen foco en el trabajo invisibilizado de las empleadas domésticas y las tareas de cuidado.

Historias de vida en distintos formatos e investigaciones académicas posan su mirada sobre el trabajo invisibilizado de las empleadas domésticas y las tareas de cuidado, desde best-sellers como “Mucama” de Stephanie Land -convertido en la serie “Las cosas por limpiar”- o “El muelle de Ouistreham”, un texto de la periodista Florence Aubenas que acaba de llevar al cine el escritor Emmanuel Carrère, hasta “El ala interior” -una obra que Mercedes Azpilicueta y Agustina Muñoz presentan en la Bienal de Performance- o “Como de la familia”, una investigación del sociólogo Santiago Canevaro.


Desde esa modernidad que impulsa el progreso y desplaza cuerpos al trabajo doméstico en las grandes casas de la oligarquía porteña, a los vaivenes contemporáneos que tensionan el lugar de la mujer como trabajadora y empleadora -una fuerza laboral femenina lanzada al ruedo con fuerza en Argentina desde los 60-, la invisibilización y desvalorización de este tipo de trabajo indispensable, cotidiano, doméstico, contrasta con una emocionalidad comprometida y el quehacer mismo en los ámbitos privados de este universo laboral.

Estas tensiones entre afectos, invisibilidades y deseos por salir adelante ante una situación de violencia familiar, es el marco de la novela norteamericana “Mucama” (”Maid: Hard work, low pay, and a mother’s will to survive”, 2019), de Stephanie Land, que puede verse por estos días en Netflix en su formato de serie como “Las cosas por limpiar” y que toma elementos de la novela autobiográfica para perfilar la historia de superación de la joven madre de una niña pequeña que muestra al pasar las realidades del trabajo doméstico, la mala paga y las fallas del sistema social.

Un caso diferente es “El muelle de Ouistreham” (2011), basada en la investigación que la periodista Florence Aubenas realizó en 2007 en Normandía, norte de Francia, sobre este tipo de trabajos. El libro, centrado en la precariedad e invisibilidad de las trabajadoras domésticas, fue adaptado al cine y estrenado recientemente en el país europeo por el escritor Emmanuel Carrère, autor de títulos como “Limónov”, “El adversario” y “De vidas ajenas”. La película tiene en el rol protagónico a Juliette Binoche y a pesar del tiempo transcurrido desde la publicación del texto “la realidad que refleja es todavía más actual”, según ha referido recientemente el director.

La incursión en esa intimidad de la maternidad y los cuidados del trabajo doméstico, los agotamientos y alegrías, está también muy patentes en “Madres paralelas”, el último filme del español Pedro Almodóvar, que entrelaza estos temas con los de identidad y memoria de un país y la herida dejada por el franquismo.

Madres Paralelas, el film de Almodóvar que toca este tema.


Otro formato para esta temática tan transitada actualmente es el adoptado por Mercedes Azpilicueta y Agustina Muñoz en el “El ala interior”, una obra recién estrenada en el marco de la Bienal de Performance que corporiza durante sus 45 minutos la realidad de las trabajadoras domésticas a través del lenguaje y la voz de tres las performers -Daniela Basso, Laura Peralta y Guillermina Etkin, además coautoras- vestidas de riguroso blanco que atraviesan las distintas décadas según el vestuario ideado por Lara Sol Gaudini y la música de Ailin Grad.

“Nodrizas, amas de leche, costureras, cocineras, lavanderas, planchadoras, ayudantes de cocina, amas de llaves, empleadas domésticas”, describe el texto de la performance que comenzó a presentarse este fin de semana en el Museo Enrique Larreta del barrio de Belgrano, a partir de una investigación sobre la actual casa museo que cruza lo artístico con lo académico, basada en material del archivo y aportes del Archivo General de la Nación.

Es que Mercedes Azpilicueta y Agustina Muñoz, ambas artistas y performers, posaron sus miradas desde la mujer de hoy hacia esas tareas de servicio y maternidad que remiten a vocaciones, sueños y deseos subsumidos al espacio privado de las grandes casas de la Belle Epoque porteña. Y para ello tomaron como base de su guion las conversaciones con las antropólogas rosarinas Julia Broguet, Lali Corvalán, Manuela Rodríguez, y la historiadora Patricia Nobilia, que se desempeña en el Museo.

“La historia del cuidado es un capítulo de la historia del patriarcado y del feminismo que por suerte ha sido abordado”, sostiene Muñoz en diálogo con Télam y afirma que la performance colaborativa “es una pieza que tiene un espíritu de empoderamiento y de homenaje”.


Centradas en la casa y su historia, Azpilicueta y Muñoz se encontraron con que el nombre del escritor Enrique Larreta (1873-1961) define al museo, pero el título de propiedad viene por “herencia matrilineal” de parte de Josefina Anchorena de Castellanos, esposa del diplomático, que la hereda de su madre y ésta a partir de otra mujer -explica Muñoz-. Entonces, en la línea de la casa hay todas mujeres pero curiosamente el museo se llama Larreta por el nombre del escritor”, indica.

“Primero empezamos a pensar cómo había sido el lugar de la mujer en esas casas, qué sucedía a nivel doméstico y hogar, y enseguida llegamos a las otras mujeres que trabajaban y vivían allí, el personal doméstico, en las dependencias de servicio muy grandes”, relata.

Basadas en conversaciones con las investigadoras que trabajan con la performance y el cuerpo ligado a lo histórico, se enfocaron en el período de fines de 1870, década del nacimiento de Larreta, hasta 1920, cuando la vivienda termina de construirse y remodelarse para dejar de ser una casa de verano y convertirse en la residencia del coleccionista de arte español y su familia, que da origen en 1962, tras la adquisición del predio por parte de la ciudad, al Museo de Arte Español Enrique Larreta.

En cuanto a la delimitación temporal elegida, las artistas rescatan ese “período histórico crucial para nuestro país, la generación del 80, que construye esa identidad nacional, blanca, europea. Un período de muchísima violencia y de exclusión que marca a nuestro territorio y un relato”, explica Muñoz. Y esto se liga con la vida de esas mujeres que trabajaban en las casas de la oligarquía, donde “convivían muchísimas mujeres, idiomas, culturas, historias, como comunidades atravesadas por mucha vida e historia, que pasaban a trabajar al servicio de una familia, como la de Anchorena y Larreta”, sostiene.

Hay muestras que buscan reflejar la importancia del trabajo doméstico desde un costado artístico.


Los cuerpos contemporáneos, los que están en escena, “dan cuenta de una reivindicación, un reconocimiento y la idea de que muchas de esas historias continúan en el presente y que estamos en un momento en que las ideas de cuidado se vuelven a mirar desde un lugar de justicia a lo que implica esa labor, ese tiempo dedicado que incluso hoy es visto como algo dado”, indica Muñoz.

El libro “Como de la familia: afecto y desigualdad en el trabajo doméstico” (Prometeo), una investigación basada en la tesis doctoral del sociólogo Santiago Canevaro, testimonia el universo laboral centrado en la relación entre empleadas domésticas y empleadores, las tramas contractuales y por sobre todo las afectivas.

En el caso puntual del ingreso creciente de más mujeres al mercado laboral -dedicadas antes al hogar y la crianza-, la percepción en torno al rol de las empleadas domésticas o las propias mujeres que trabajan fuera de sus casas, tiende a la invisibilización como una figura presente.

Siguiendo los estudios historiográficos, apunta el investigador del Conicet, “el ingreso de la mujer al sector del trabajo formal en los años 60, 70, mayoritariamente, se produjo con la presencia de trabajadoras domésticas remuneradas en sus hogares. Eso hizo que las empleadoras se transformaran en trabajadoras, y esto es un elemento central”.


“Lo interesante es que son trabajadoras-empleadoras que se reconocen en tanto tales -explica a Télam-. Ahora, eso no es una condición sine qua non para que eso sea leído como algo positivo para visibilizar el trabajo, observado en los números de regularización del trabajo doméstico aún después de la nueva ley que tiene casi diez años y es pionera y de amplia difusión. Pero la regularización sigue siendo baja, a diferencia de otros países como Uruguay. Entonces ahí sí se ve que se sigue invisibilizando el trabajo”.

Entre las explicaciones de este fenómeno “no solo están las sociológica o antropológicas, también del mercado laboral específico de las trabajadoras domésticas, de los empleadores y los tipos de conformación de los sectores medios que contratan a estas trabajadoras”, apunta Canevaro, en referencia a sectores que “suben y bajan de la escalera social y no tienden a contar con los recursos para la regularización”.

Por otro lado, “sí hay una dimensión cultural que es muy fuerte aún con la mayoría de los empleadores varones y mujeres dentro del sector formal, pero es interesante como sigue siendo invisibilizado en términos de la regularización de un trabajo”, concluye.

Por Marina Sepúlveda, Télam.-


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