En el tren del cielo

En Salta capital nos invitaron al “Tren a las Nubes”. Dejamos las bicis y nos fuimos a vivir esta alucinante experiencia que llega a los 4.200 metros de altura.

LA VIDA DE VIAJE | SALTA

Son las 6 de la mañana. A pesar de nuestro estado de somnolencia, estamos bien despiertos para vivir esta nueva experiencia en las nubes. Entramos caminando muy despacio a la boletería de la estación de trenes de Salta, retiramos los boletos, cruzamos una puerta y lo vemos. Ahí está él, dándonos la bienvenida con su bocina, 9 vagones y un traje naranja, blanco y amarillo. Subimos al vagón 4506 y caminamos hacia nuestros asientos 3 y 4D. Mientras levantamos las ventanillas, un motorista que recorre los pasillos nos dice: “¡Buen día! Feliz viaje” y como si lo hubiéramos ensayado, los dos le respondemos con una sonrisa al mismo tiempo.

JIMENA SÁNCHEZ

lavidadeviaje@gmail.com

Faltan minutos para la tan esperada partida y dentro del vagón, se escuchan los sonidos de las cámaras sacándole fotos a la vedette del día desde todos los ángulos posibles. Un folclore salteño saluda a unas españolas que revolucionan el tranquilo clima del 4506 por no saber dónde sentarse. ¿De qué otro lado del mundo vendrán a Salta para viajar por las nubes?, pienso. Giramos la cabeza y se asoman unos ojos japoneses a través de la ventana, luego espían el vagón y se acomodan a pocos metros nuestro. Vemos el reloj y ya son las 7 am. La bocina vuelve a sonar, señal de que el viaje está a por empezar.

UN VIAJE SIN IGUAL

Una vez en movimiento, el tren está empecinado en atravesar todas las nubes que cubren el cielo.

Estamos seguros de que el sol en algún momento dejará de jugar a las escondidas: a lo largo del día vamos a pasar por 20 estaciones, 29 puentes, 21 túneles, 13 viaductos y de los 1.200 metros de altura (donde está la ciudad de Salta) vamos a llegar a los 4.200, el punto más alto del recorrido en el viaducto La Polvorilla. Por medio de un audio que nos cuenta por dónde estamos pasando y la historia de este ferrocarril, nos enteramos que el nombre artístico “Tren a las Nubes” surgió durante la filmación de un documental en la década del 60. Cuando la locomotora estaba en las alturas, un chorro a vapor salió y formó una gran nube que quedó suspendida en el aire. Después de ver esa escena nadie lo podía llamar de otra manera.

Abrimos la ventana y nos quedamos escuchando el sonido de las vías. Justo cuando estamos atravesando las Yungas (la selva de la montaña), empieza el primer zig-zag. En el momento en el que estaban construyendo el camino, no contaban con el presupuesto necesario para crear un sistema de cremalleras (lo que utilizan los ferrocarriles para trepar), entonces se decidió que la mejor forma de vencer la pendiente era que el tren cambie de vías en un mismo lugar, sin girar. Con este plan, sube hasta completar 838 metros de recorrido, cambia a una vía paralela y sigue ascendiendo pero esta vez retrocediendo, luego pasa por un túnel para completar la maniobra avanzando de frente y cuando termina el zigzagueo, gana casi 56 metros. Esta maniobra se repite más adelante una vez más y junto con los rulos (otra genialidad para vencer la montaña), hacen que esta obra sea única en su especie.

Los paisajes van mutando de selvas a desiertos y de montañas a mesetas. El clima húmedo se queda en la ciudad mientras que el aire seco va ganando altura. Los colores sufren una metamorfosis de verdes a pasteles. Ante semejante belleza no podemos quedarnos quietos: caminamos hasta el último vagón para ver el viboreo del tren en cada una de las curvas.

Llegamos al sol a los 2.000 metros y el camino se envuelve en un aura que todos logramos ver. El tren avanza a 35 km/hora, velocidad suficiente para que cada uno elija la cara que más le gusta de tan inmenso paisaje y para que formemos un puente imaginario de sonrisas con las personas que viven en los pueblos cercanos a las vías.

Ya vamos casi siete horas de viaje y llegamos a la Puna, esa meseta de alta montaña donde los rayos del sol sólo iluminan, donde hace frío y corre muchísimo viento, donde todo es extremo y la Ruta 40 atraviesa una de las zonas más desérticas en su recorrido. A pesar de ver la dificultad del camino, no podemos evitar sentir la tentación de querer transitar ese tramo en bicicleta, así que hacemos una nota mental: aventurarnos por ese camino de tierra, altura e historias en un tiempo y sin tanto peso.

Empezamos a rodear uno de los pueblos más raros que vimos hasta ahora por su ubicación y clima. En medio de la soledad del desierto viven personas con vicuñas y alpacas, sus únicas compañías, en construcciones bajas de adobe, casi sin árboles, sin plazas, sin todo eso que estamos acostumbrados a ver. Así de extraño (y alto) es San Antonio de los Cobres.

Al llegar a la penúltima parada, la locomotora que desde un principio estaba delante de todo, pasa a estar detrás del último vagón. Con sigilosos movimientos, se mueve de un lugar a otro para lograr su último objetivo: llegar al viaducto La Polvorilla a los 4200 metros sobre el nivel del mar. Frenamos unos minutos y donde menos esperamos ver gente, señoras y nenes se acercan a las ventanas del tren cargados de ponchos, gorros y medias en un fugaz intento por vender sus tejidos.

EMOCIÓN EN LAS NUBES

Muy despacio el Tren a las Nubes avanza hacia el viaducto La Polvorilla, el más alto del ramal y del mundo, con 63 metros de alto y 224 de ancho. Sentimos emoción, vértigo, adrenalina. Nosotros desde el cielo y la 40 allá abajo, esperando que volvamos en poco tiempo. Todos los pasajeros bajamos del tren en la última estación y cantamos el Himno Nacional Argentino, mientras la bandera celeste y blanca flamea junto a la Whipala, el emblema de los pueblos originarios.

A la vuelta, parece que el tren va más despacio de lo normal. Ya la euforia de la ida se calmó y me pierdo (o me encuentro) en mis pensamientos. Empiezo a pensar sobre aquello que llamamos “vida” mientras la vida está enfrente mío en ese atardecer de montaña. Y empiezo a conversar con ella, sin voces, sólo con pestañeos y miradas. Susurrándome, me aconseja que no desperdicie ni un minuto de la vida, que cante, que baile, que me despeine, que ría, que llore de alegría, que viva. Porque para eso existe y existo. Porque para eso existen estos viajes a las nubes: para perdernos, encontrarnos y recordar que el cielo también se puede vivir en la tierra.

DATOS ÚTILES

• Las salidas en temporada baja se hacen sólo los sábados. En abril y julio también se realizan durante la semana.

• La salida del tren es desde la estación “Salta” (en Ameghino y Balcarce) a las 7:05 y regresa al mismo lugar a las 23:40.

• El almuerzo no está incluido (para los que no quieran llevar una vianda existe la opción de comer un menú fijo arriba del tren)

• Para más información visitar www.trenalasnubes.com.ar


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios