En la tierra de Guaidó luchan contra la “desesperanza”

Esteban Rojas

Lo vieron crecer en su natal Caraballeda. Trabajaron codo a codo con él. Hoy, tras un año de “presidencia encargada” de Juan Guaidó, dicen luchar contra la “desesperanza” que ven encarnada en el mandatario venezolano, Nicolás Maduro.


“Caímos todos en un letargo, en un momento de desesperanza, de tristeza, mucho más los que conocemos a Juan”, comenta María Belén Alcántara, subdirectora del Instituto Los Corales, colegio de la niñez del opositor, reconocido como gobernante interino por medio centenar de países.
Sentada en el patio de su casa en Vargas, estado costero rebautizado por el chavismo como La Guaira, Alcántara, de 63 años, se molesta cuando escucha “hablar mal” de un hombre que conoce “desde que era un pichurrito”.


“A veces decae” el ánimo, reconoce el dirigente vecinal Franklin Marín en la sede regional de Voluntad Popular, partido de Guaidó, una casa enclavada entre favelas con nombres como Marlboro o Canaima.
Esta zona a 45 minutos en automóvil de Caracas fue arrasada por gigantescos aludes que dejaron miles de muertos en 1999, en el peor desastre natural de Venezuela, conocido como la “tragedia de Vargas”.
La imposibilidad de desplazar a Maduro erosionó la popularidad de Guaidó –ingeniero de 36 años–, que cayó de 63% a 38,9% en 12 meses según la encuestadora Datanálisis.


Pero Marín conserva la fe. “Sigo creyendo en él”, dice este activista de 62 años, a cuyas espaldas se ve un viejo afiche de campaña con un jovencísimo Guaidó acompañado por su mentor, Leopoldo López.
Guaidó ha tratado de revitalizar las protestas contra Maduro, pero sus llamados han tenido débil respuesta, con unos cientos de manifestantes frente a las decenas de miles que movilizó un año atrás.


En contrapartida, esta semana ha recibido un fuerte respaldo internacional durante una gira en la que se ha reunido con el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, y el primer ministro británico, Boris Johnson.
“Comenzamos caminando los barrios cuatro personas”, recuerda Marín, mientras señala con un dedo precarias viviendas de bloques y zinc apiñadas en las montañas varguenses.


Elegido diputado en el 2015 en una región con gran influencia chavista, Guaidó saltó a los primeros planos ante la pérdida de las principales cabezas de Voluntad Popular por acusaciones que los llevaron a la cárcel, al exilio o a refugiarse en sedes diplomáticas como en el caso de López, liberado de la prisión domiciliaria por su delfín.


Entre los árboles de mango de su casa, Alcántara se emociona al recordar al líder opositor proclamándose presidente interino con amplio apoyo internacional, el 23 de enero de 2019 frente a una multitud en Caracas.
La mayoría parlamentaria había declarado previamente a Maduro como “usurpador”, acusándolo de haber sido reelegido fraudulentamente en 2018, en unos comicios boicoteados por la oposición.
“Creíamos que todo iba a suceder”, afirma esta mujer.
No fue así y la ruta de tres pasos planteada por Guaidó, “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones presidenciales libres”, ha perdido impulso.


“Tenemos que sincerarnos (…). Creo que es momento de revisar qué estamos haciendo”, comenta a la AFP José Miguel Rodríguez, un delgado abogado de 25 años que acompañó a Guaidó en la campaña de 2015.
Guaidó insiste en exigir nuevas presidenciales, pero el escenario es improbable.


Las calles güaireñas, a orillas del mar Caribe, están en calma. Nadie habla de votar. La oposición no ha decidido en bloque si participará. “Volvemos al mismo dilema”, lamenta Rodríguez.


Alcántara cree que Guaidó es capaz de reconstruir la esperanza, tal como hicieron los habitantes de Vargas con el colegio Los Corales y muchas otras edificaciones después de la catástrofe que le “cambió la vida a todos”. “Así somos los venezolanos”.


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