Enfoque equivocado

El que la mera idea de un canal oficialista haya sido desacreditada no significa que al país no le convenga tener un buen canal estatal o público.+

Por fortuna, el presidente Fernando de la Rúa no tiene la menor intención de perpetrar los mismos errores que dieron por tierra con la gestión de su correligionario Raúl Alfonsín. Lejos de despreciar a los economistas, De la Rúa los aprecia tanto que representantes del gremio ocupan una proporción notable de los puestos clave de su gobierno. Por eso no resultó demasiado sorprendente la decisión de confiar la dirección de Argentina Televisora Color a un contador, Juan Carlos Abarca, hombre cuya trayectoria incluye períodos en empresas grandes como General Motors y Pérez Companc, de modo que es de suponer que es un ejecutivo competente. Sin embargo, no existe motivo alguno para creer que sus dotes de administrador, por impresionantes que éstas sean, lo habiliten para manejar un medio estatal donde los criterios comerciales sólo deberían incidir de forma muy indirecta.

Como es notorio, el estado financiero de ATC es lamentable. Una combinación de clientelismo, presiones sindicales y, es de suponer, corrupción sistemática ha redundado en una deuda superior a los cien millones de pesos. Por eso, es evidente que entre las prioridades de la intervención habrá de estar el saneamiento de las cuentas, el reemplazo de administradores inútiles y también, claro está, una poda drástica del plantel de más de 700 personas que viven del canal, pocos de los cuales parecen poseer las cualidades deseables para una institución de este tipo. Sin embargo, esta tarea, si bien urgente, importa mucho menos que la planteada por la necesidad de dar a ATC un papel definido en la vida cultural del país. ¿Estará Abarca en condiciones de hacerlo? A juzgar por sus antecedentes, la respuesta es no.

Si sólo fuera cuestión de transformar a ATC en una empresa ?competitiva? capaz de lograr una parte mayor del público, el desafío ante el canal sería mínimo. Puesto que ningún empresario televisivo, ni aquí ni en el exterior, ha perdido dinero subestimando la inteligencia de los televidentes, le sería suficiente apostar a una programación similar a la de los demás canales abiertos. Pero no se trata de esto. El país ya cuenta con un superávit de canales populacheros, de nivel cultural por lo común bajísimo, mientras que el fracaso de los gerentes menemistas de ATC debería atribuirse no a su afición a programas de contenido que podría calificarse para una minoría sino a su inoperancia. Por eso, Abarca no lograría nada valioso si aplicara las normas propias de las empresas comerciales con las que está familiarizado para dedicarse a mejorar el ?ráting?.

Los alfonsinistas intentaron hacer de la televisión estatal, entonces monopólica, un medio de propaganda radical progresista, repartiendo ?espacios? entre simpatizantes y marginando a quienes no compartían sus puntos de vista. Por fortuna, hoy en día tal actitud no serviría para mucho: si ATC se convirtiera en vocera de la ?cultura delarruista? pocos mirarían sus programas y no merecería el respeto ajeno que no tardaría en esfumarse. Con todo, el que a esta altura la mera idea de un canal oficialista se haya visto desacreditada no significa que al país no le convendría tener un buen canal estatal o público. Por el contrario, la experiencia de países como los Estados Unidos y el Reino Unido sigue mostrando que aun cuando la televisión pública no siempre pueda ?competir? exitosamente contra las ofertas múltiples de empresas privadas cuya razón de ser consiste precisamente en seducir a la mayor cantidad posible de televidentes, bien manejada puede desempeñar un rol muy importante produciendo programas que acaso no sean ?viables? desde la óptica de un contador pero que ello no obstante contribuyen a enriquecer la cultura nacional. La ATC del futuro, además de disfrutar de autonomía frente a la política partidaria sin caer en manos de alguna que otra camarilla, también debería gozar de un grado razonable de independencia ante ?el mercado?, motivo por el cual es de esperar que en cuanto Abarca termine saneando las finanzas del canal sea reemplazado por una figura – siempre y cuando resulte posible ubicar una -, que encarne un enfoque que no sea ni ?economicista? ni político.


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