Entrevista: Diana Bellessi, la poeta que caminó América

La poetiza santafesina Diana Bellessi (Zavalla, 1946) estudió Filosofía en la Universidad Nacional del Litoral y a fines de los sesenta se lanzó a andar América, a pie, por más de seis años.

POESIA

En el 72 publicó en Ecuador su primer poemario, “Destino y propagaciones”. En 1975 retornó a Buenos Aires, donde sobrevivió con pequeños trabajos, aprovechando el inglés aprendido a lo largo de su viaje por el norte del continente, y redactando notas de prensa.

Desde muy joven se identificó con las posiciones feministas, aunque literariamente siempre negó la existencia de una poesía femenina específica. Integró la redacción de Revista Feminaria desde su fundación, perteneció al equipo del Diario de Poesía hasta 1991 y fue una de las fundadoras de la Cooperativa Editorial Nusud.

Durante dos años trabajó en talleres de escritura en cárceles de Buenos Aires, tradujo obras de Ursula K. Le Guin, Denise Levertov, Adrienne Cecile Rich y Olga Broumas.

Diana logró las becas Guggenheim en Poesía (93), y la Trayectoria en las Artes de Fundación Antorchas (96). Ganó el Konex al Mérito en Poesía quinquenios 1999-03 y 09-13. En marzo de 2008 participó en el Cuarto Festival Internacional de Esmirna, Turquía, dedicado a Latinoamérica. Fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de BA en el 10 y en 2011 recibió el premio Nacional de Poesía.

Además de los textos citados, publicó “Tributo del mudo”, “Contéstame, baila mi danza – Antología de poetisas estadounidenses” , “Danzante de doble máscara” y “Paloma de contrabando”, libro escrito por presas y presos de cárceles porteñas, “Eroica” , “Buena travesía, buena ventura pequeña Uli” y “Días de seda”, traducción y selección de poemas de Úrsula Le Guin (91), “El jardín” (94), “Lo propio y lo ajeno” ensayos, entre otros.

“Éste es un recuerdo suntuoso: tendría dos años, o tres, es una mañana de septiembre y brilla el sol sobre las cosas. Mi mamá me despierta y me lleva en brazos a los fondos de la casa; siento su olor, su calidez; allí me dice dulcemente ‘voy a mostrarte qué es la primavera’. Me señala las flores de paraíso y me hace sentir su perfume, la tibieza del sol y la frescura de la sombra, y bailamos apretadas una en otra bajo el cielo de la primavera. Sobre un árbol que aún no había brotado, se posaban decenas de jilgueros. Fui feliz, el momento más feliz de mi vida, y en el ritmo y el silencio del amor de mi madre se selló mi destino de poeta, canté en mi corazón”, escribió esta poetisa.

A mitad de camino entre Casilda y Rosario, la Comuna de Zavalla queda sobre la ruta nacional 33, a 187 kilómetros de la ciudad de Santa Fe. Su casco urbano de 140 manzanas con 5.500 habitantes, creció en torno a la estación de ferrocarril erigida en 1883.

“Sencillamente me he puesto a recordar algo que debe haber existido, supongo, porque se fijó así en mi corazón. Prefiero las palabras simples y recordar me parece la mejor. Seguro es que debe haber un proceso ficcional enorme en la memoria. De todas maneras es la memoria personal de cada uno de nosotros… Es lo que podemos ver, lo que queremos ver, lo que sentimos de lo vivido, no? Ese librito (”Zavalla, con Z”) yo lo adoro, está escrito en prosa, pequeño, que sacó la Municipalidad de Rosario y ha circulado mucho allí, pero muy poco fuera. Algunas personas acá en Buenos Aires, lo han conseguido… Lo hice respondiendo a un pedido de la editora, que escribiera sobre la infancia en mi pueblo, y se ve que abrió una ventana tan enorme que incluso me compré, después, una casita en Zavalla (sonríe Diana). Y ahora voy y paso largas temporadas ahí. Vive mi hermana allí, una tía, mi cuñado y sobrinitos, la familia que tengo. Son misteriosos los pequeños caminos que se generan. Yo creo que siempre quise escribir sobre mi pueblo y esto me dio la oportunidad, y ahora -en un libro que he comenzado hace unos meses- me la paso hablando de él, allá, cuando voy”, le cuenta Diana a “Río Negro”.

-De modo oculto o visible, cada escritor tiene una mirada, una lectura, un pintar su aldea…

-Y esa manera de ver hace, en este mi caso, esa visión y la música que viene con las palabras, lo que me hace poeta. Creo… además uno es fiel a sus mentiras, de última. Digo, yo no he mentido, es verdad absoluta lo que he contado. Soy fiel a esa -comillas- verdad con la que he visto y aún veo el mundo. La poesía jamás miente, así que debe ser cierto, Eduardo.

-De muy joven te fuiste a pataperrear América, alejándote de tu tierra primigenia. Viviste, conociste mucho, conviviste con personas de otras culturas -me hace acordar al camino que hizo Ernesto Guevara con Alberto Granado, relatado en “Notas de Viaje por América Latina” por el propio Che- en un aprendizaje inmenso y modificador; y después de años, estás en el lugar donde diste los primeros pasos, capturaste los primeros aromas…

-Uno es viejito y se vuelve niño otra vez… (Ríe). Algo de eso sucede. Fue bueno recorrer una buena parte del mundo porque tengo el pago pequeño, porque tengo mi casa acá. Y ahora, cada vez que me voy por ahí, el momento más hermoso es cuando bajo del avión en Buenos Aires. Uno viaja para volver, me da esa impresión. Eso es lo que me diferencia de ser una aventurera, aunque me gustaría serlo, pero soy una viajera de las que les gusta volver y contar.

-Cuando regreso de algún viaje con mi esposa, no nos cuesta contar, sí que nos escuchen.

-Es verdad, por eso yo escribo (vuelve a reír muy suelta). Hay gente muy preocupada por su propio relato.

-¿Qué relación tenés con tu escritura? ¿Es pasional, es un viaje interior que fluye y te desborda?

-Procuro al menos, nunca se sabe, que ocurra eso que pretendo y sea hondo y simple. Hondo y simple. Escribo siempre capturada por una tensión emocional muy fuerte sobre algo. Después, por supuesto, he ocupado muchos años de mi vida en la construcción de un oficio, como lo haría cualquiera con el suyo, que esté al servicio de esa pulsión.

-¿Cómo trabajás?

-Lo que vuelco en un papelito o en la computadora, lo toco largamente, pero en cuestiones muy pequeñas, en minucias. La estructura sigue bastante ligada al original, en eso confío, en esa casa originaria que salió, aunque en el detalle puede haber muchas pequeñas complicaciones, modificaciones, para que el canto sea más terso. Y llegue… Soy una reescritora que nunca reescribe las estructuras… Creo que escribiendo me siento viva, ahí soy Diana. Ahí… Todo el resto parece una preparatoria para esos momentos en que las palabras van apareciendo.

¿Qué hago? No lo sé, eso tiene que decirlo el lector. Yo sigo algo, pero no sé muy bien qué es. En cada libro sigo algo, en su música… En la repetición y en la variación que genera una obra, porque sin ella no la habría. Es eso, una pequeña y constante variación sobre un espacio diminuto en el que me muevo, diría, internamente.

La retaguardia

“Los poetas somos como la retaguardia”, dice Bellessi. “Vamos siempre atrás, no sabemos bien qué generamos y a veces lo hacemos correctamente. A veces, no somos muy pacientes y nos vamos rápido, sin dejar que el tiempo circule, llegue al corazón y lo toque”, agrega.

Y sigue: “Son pocas las cuestiones humanas que nos mueven, las que mueven a otras. Una frasecita unida al atardecer, me mueve la vida entera y andá a saber qué oí. No sé, pero lo que tomé y escribí, movió mi mundo interno. Y con suerte va a mover a algún lector que tenga. Son momentos, además. Los poemas se vuelven a leer. Yo amo autores a los que releo siempre y ahora que estoy vieja, sigo menos lo nuevo y busco lo que ya leí… Me parece que se trata de buscar esas oportunidades, como el equilibrista que pega el salto y se encuentra con otros brazos que lo contienen. Algo así debe ser…”.

Eduardo Rouillet


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