«El amor después del amor»: demasiada vida para una biopic

Basada en las memorias de Fito Páez, Netflix presentó esta serie de ocho capítulos que se transformó en un éxito inmediato de audiencia. Aferrada a las circunstancias más conocidas de su vida, se queda corto en los momentos menos narrados y por eso más interesantes de su biografía.

Yo puse las canciones en tu walkman”, nos dijo alguna vez Fito Páez y tenía razón. Casi veinticinco años después de aquella frase certera incrustada en la brillante “Al lado del camino”, Fito se quedó corto por dos motivos. Porque aún lo sigue haciendo y porque puso más que canciones en nuestros walkmans: puso su propia vida.  

Cada una de sus canciones es una biopic en sí misma. De hecho, lo primero que le escuchamos decir es “nací en el 63”. La primera frase de la primera canción de su primer disco solista es el comienzo de una biografía. ¿Qué no sabemos de la vida de Fito Páez, si hasta nos cantó el número de teléfono de casa de Rosario, el del 48595 que menciona en la ya citada “Al lado del camino”? ¿Qué no sabíamos de su vida que no hubiéramos escuchado antes en alguna de sus canciones? ¿Qué no sabíamos de Fito Páez antes de ver “El amor después del amor?  

La aclamada biopic del no menos aclamado músico rosarino que toma el nombre de su mejor disco y del más vendido del rock argentino, estrenada hace once días por la plataforma de streaming de Netflix es acaso la más innecesaria de todas las biopics posibles sobre la vida de Páez.  

Basada en el libro de memorias “Infancia y juventud” (Planeta), que Fito publicó el año pasado y bajo su propia curaduría, la serie se pierde en los lugares comunes y deja escapar circunstancias de su biografía mucho más interesantes de retratar como su niñez que, si bien están retratadas y son por lejos lo mejor de la serie, decide no profundizar lo suficiente  

Es cierto que, tal como fue planteada narrativamente, la serie funciona, sobre todo a partir de un gran trabajo de casting, vestuario y escenografías. Cada uno de los protagonistas, a su modo, se parece al original: Iván Hochman como Fito, Macarena Riera como Fabiana Cantilo, Julián Kartún como Luis Alberto Spinetta y Andy Chango como Charly García.   

Parecidos. Andy/Charly luce mejor de lo que suena y Julián/Luis suena mejor de lo que luce.

Parecidos, sí, pero eso que hace bastante creíble sus actuaciones también es uno de sus problemas porque funcionan como un distractor de la parte más interesante que tiene el modo en que los realizadores Felipe Gómez Aparicio y Gonzalo Tobal; los guionistas Francisco Varone, Lucila Podestá y Diego Fío; y el propio Fito, claro, pensaron la narrativa y es ese intercalado con los años del niño Páez, de su padre, sus “abuelas”, su familia y el resto de vida rosarina.   

Los momentos más interesantes de los ochos capítulos que la componen son aquellos que nos cuentan los días en la vida de Fito durante su infancia en Rosario. En cambio, la mirada termina puesta en qué tan parecido es Julián Kartún a Spinetta o Andy Chango a Charly García. O qué tan bien Macarena Riera pudo sacar a la Fabiana Cantilo de los años 80.  Así, las actuaciones sostenidas en los parecidos físicos se convierten en un cúmulo de clichés y lugares comunes. No es que hayan estado mal, al contrario, están muy bien, solo que no eran necesarios. Había cosas mejores que contar y mostrar:  

La casa de los Páez en Rosario se recreó en un set que fue reconstruido minuciosamente a partir de imágenes del archivo familiar que aportó Fito.

Los personajes principales, comenzando por el del propio Fito, quedan así en la superficie. Todo un desperdicio tratándose de uno de los artistas más importantes de la música popular latinoamericana. Sabemos del origen de su formación musical a través de la narrativa de sus propias canciones y de los cientos de veces que Páez la contó en entrevistas. Pero ¿cómo es que siendo adolescente fuera capaz de escribir una letra como la de “Puñal tras Puñal”? ¿O componer gemas del cancionero argentino como “Giros” con veinte años? ¿Cómo fue que Fito se convirtió en semejante compositor a tan corta edad? La serie no lo cuenta.  

Y el niño Páez, en la piel del sobresaliente Gaspar Offenhenden, ¿a qué jugaba, ¿cómo pasaba sus días? La serie lo cuenta, pero, urgida de encajar 30 años de una vida desbordante en tan solo ocho capítulos, se pierde de narrar lo más interesante de esa vida desbordante, la de los años en que no vimos ni escuchamos a Paéz. 

“El amor después del amor”, la serie, empieza y termina en el mismo lugar, la noche del 24 de abril de 1993, cuando presentó el disco homónimo. Del estadio Amalfitani, la serie viaja en el tiempo a Rosario en 1978 y un Fito quinceañero que escapa de casa para tocar con Staff, su banda de entonces cuyo baterista era el Pájaro Gómez, luego líder de Vilma Palma.   

El funeral del papá de Fito recreado en «El amor después del amor».

Todo el primer capítulo que toma su nombre (“Cuando yo me vaya de aquí”) de una frase de “Un rosarino en Budapest”, tema que cierra “Del 63” narra las peripecias del jovencísimo Páez en Rosario, los días en el colegio (¿será la Fernández que se peinaba el peluquín la profe que aparece en la serie y que Fito nombra en “Normal 1”?) y en la disquería Oliveira y las noches de rock done aparece un Baglietto interpretado de manera formidable por su hijo Joaquín.  

Todo es sorpresa allí, revelaciones de un Fito y su entorno que, si bien conocemos por sus canciones (cuándo no) no sabemos más que eso. Y es por eso que las mejores partes de la biopic son las de aquellos años y es por eso que la mejor actuación sea la de Martín Campilongo, Campi, en el rol de Rodolfo Páez. Y la es no tanto por su parecido físico sino porque justamente no tiene que lidiar con eso. Su trabajo no estuvo acorralado por un catálogo de clichés como sí lo estuvieron los personajes centrales.   

Fito en Vélez. Una de las mejores postales mejor logradas de la biopic.

Nos la pasamos hablando de lo mucho (o no) que se parecen a los reales. En cambio, como sea que lo hiciera Campi iba a estar bien porque no sabemos cómo se movía y cómo se expresaba el Rodolfo Páez verdadero. Todo allí es novedad, la relación entre los adultos que rodearon a Fito y la de ellos con el propio Fito. De eso debió hablarnos más y mejor la serie.  

¿No hubiera sido mucho más interesante recorrer estos años, profundizarlos, ficcionarlos con aventuras de la niñez y la adolescencia de Fito de esas que él mismo canta en “Parte del aire”, “Normal 1” o Mariposa Tecknicolor”, solo por nombra algunas de las tantas posibles? En cambio, prefirieron el juego de los parecidos y de las anécdotas mil veces contadas por el propio Páez, como la que dice que Charly lo acusaba de copiarlo.  O la del instante en que Luis Alberto lo encuentra, errático, en la calle Florida y el mil contado “¿sos vos? ¿Y vos soso vos?”. 

La serie hace justicia con varios, pero sobre todo con Tweety González, el genio creativo detrás de El amor después del amor, el disco, pero también el hombre decisivo en los comienzos de Fito. La serie muestra cómo lo ayuda a desentrañar la genialidad detrás de “Ojos de videotape” y cómo logra destrabar “Giros” con un arreglo tanguero en el final del tema.  

La serie acierta en los muy bien caracterizados Virus como banda de sonido de las primeras fiestas de Páez en Buenos Aires y en la puesta en escena de Don Cornelio también (muy bien caracterizados, por cierto) como banda de sonido, pero de los años más oscuros de Páez, los posteriores al asesinato de su abuela, su tía abuela y la empleada que las acompañaba.  

Pero, una vez más, se queda muy a medio camino porque, como el propio Páez dice, fuero los años salvajes”, pero, una vez más,  avanza rápido por el tiempo porque el objetivo es volver a donde todo (esta serie) empezó: la noche de Vélez. Tiene razón Fabiana Cantilo cuando señala que la serie mezcló todos los tiempos. Así, la serie parece correr una carrera contra el tiempo cuyo objetivo es abril de 1993 y ofrece una mirada edulcorada y romantizada de esos años salvajes muy al modo en que Marcelo Piñeyro narró los comienzos del rock argentino en “Tango feroz”. 

La biopic brilla en su mejor capítulo, el 6, donde se narran los días y meses que le siguieron a los asesinatos en la casa paterna. En clave de thriller, se aparta de los lugares comunes para contar con precisión y pericia el momento de quiebre en la vida de Páez, un Páez que venía en claro ascenso y que, a partir de ese momento, octubre de 1986, su vida dio un vuelco trágico que, paradójicamente lo depositará, seis años después, en el momento más brillante. ¿Sin tragedia no hubiese habido El amor después del amor? No lo sabemos. Pero seguramente todo habría sido muy diferente.  

“El amor después del amor”, la serie avanza de anécdota en anécdota, la vida conocida de Páez y deja de lado la vida no (tan) conocida o nada conocida de Fito. Un final posible pudo ser llegada a Buenos Aires junto a Baglietto y compañía. O cuando, en España, recibe de parte de su tía la noticia que el asesino había sido capturado. Pero no, el final debe ser Páez en Vélez. Y ya que ese es el final, nada mejor que, acto seguido, buscarlo en YouTube y poner aquel show de Fito, el real, el de un Fito iluminado y agradecido de la vida. 


Videoteca

Las canciones que dieron título a los capítulos de la serie

Capítulo 1: «Cuando yo me vaya de aquí» de Un Rosarino en Budapest» – Disco «Del 63»

Capítulo 2: «Una luna en el corazón» extraído de «Sable chino» – Disco «Del 63»

Capítulo 3: «Canción sobre canción» – Disco «Del 63»

Capítulo 4: «Un cielo y un estado de coma», de Giros

Capítulo 5: «Parte del aire» de La La La

Capítulo 6: «Ciudad de pobres corazones»

Capítulo 7: «Las sombras que aquí estuvieron no estarán», de «Y dale alegría a mi corazón»

Capítulo 8: «El amor después del amor»


Yo puse las canciones en tu walkman”, nos dijo alguna vez Fito Páez y tenía razón. Casi veinticinco años después de aquella frase certera incrustada en la brillante “Al lado del camino”, Fito se quedó corto por dos motivos. Porque aún lo sigue haciendo y porque puso más que canciones en nuestros walkmans: puso su propia vida.  

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