«Misántropo»: Una película de Szifrón, sello de calidad garantizada

El director argentino estrenó su ópera prima en el cine estadounidense, y lo hizo a lo grande: recuperó elementos característicos del thriller clásico para revitalizar un género en picada. Una historia que vale la pena ver.

Si una producción tiene la participación de Damián Szifrón, es garantía de calidad. “Los Simuladores” (2002), “El fondo del mar” (2003), “Tiempo de valientes” (2005), “Relatos salvajes” (2014) y “Misántropo” (2023) son sus obras más conocidas, y en todas ha cosechado elogios.


Caracterizadas por una combinación de grandes actuaciones, una dirección magistral y un plano visual destacable, estas producciones siempre tenían un sello argento que nos hacía sentirnos identificados. Todos alguna vez pensamos en cómo podrían ayudarnos “Los Simuladores”, nos identificamos en esa amistad laboral de “Tiempo de valientes” y, hay que decirlo, tuvimos nuestras posturas respecto a cómo reaccionaban los protagonistas de “Relatos salvajes”.

En esta oportunidad, Szifrón está a cargo de “Misántropo” (“To Catch a Killer” en inglés), su debut como director en Hollywood, con un film estadounidense que generó opiniones divididas entre el elogio del público y la crítica de Argentina y cierto recelo de los norteamericanos. Y hay un por qué: “Misántropo” es, además de un atrapante thriller con efectivas recetas de viejos policiales, una carta abierta a la sociedad estadounidense.

Una sugerencia: si todavía no fueron a verla, aprovechen la oportunidad. Es un film para disfrutar en el cine, en la pantalla grande, donde las decisiones de Javier Juliá como Director de Fotografía destacan aún más. Ahora sí, spoiler alert a partir de este punto.

La fórmula es conocida, pero no por eso queda repetitiva. Szifrón supo tomar una estructura clásica del género y, con sus condimentos característicos, la llenó de complejidad y ramificaciones. Como protagonistas excluyentes tendremos a Eleanor Falco (Shailene Woodley) y Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), una policía de baja categoría y un experimentado detective del FBI, que entrecruzan sus caminos tras la magistral secuencia de apertura del film. Allí vemos como un tirador se cobra a 29 víctimas fatales durante los festejos de Año Nuevo en Baltimore, camuflando sus disparos tras los ruidos de los fuegos artificiales. Falco y Lammark se encuentran en el lugar donde comenzó el tiroteo masivo, y allí el representante del FBI nota algo distinto en la perspicacia de Falco, quien inmediatamente queda bajo su supervisión como enlace con la policía de Baltimore.


Esa relación entre los protagonistas va creciendo a lo largo del film, primer indicio de las recetas clásicas del género, pero lo hace desde la oscuridad. Porque Lammark advierte que Falco cuenta con herramientas que nadie más tiene para resolver este acertijo, en parte porque logra una conexión con el tirador en base a un atormentado pasado. Y también se puede ver como esa relación es mirada con desconfianza por el resto de los agentes intervinientes, quienes defienden sus propios intereses.

Allí surge la primera ramificación que toma relevancia: las disputas en el terreno político, otro elemento característico del género que ha caído en desuso. Es que Lammark nunca termina de trabajar el caso con comodidad, porque el gobierno de Baltimore prioriza mostrar una imagen más “impulsiva” ante los medios con la intención de generar seguridad en los ciudadanos. Y sí, el dinero está detrás de todo: hay una fuerte inversión que tiene a la ciudad como principal candidata, y quieren evitar perder esa posibilidad a toda costa. Estos cortocircuitos en el proceso generan más muertes y escenarios cada vez más difíciles de resolver.

Durante la película iremos viendo numerosas críticas a la sociedad norteamericana, al libre uso de las armas, a la frecuencia con la que se producen los tiroteos masivos, al consumismo llevado al extremo, al desprecio por el otro y a la policía como aparato del gobierno corrupto. Y esas mismas críticas son, quizás, las que llevaron a que el film sea visto de reojo en Norteamérica.


Con una narración a su ritmo característico, y una magistral puesta en escena de Juliá, Szifrón nos va llevando hacia un tercer acto en el que Falco y el asesino quedan frente a frente y aquella profecía de Lammark respecto a la similitud entre sus perfiles se cumple: ambos tienen un pensamiento similar respecto a la sociedad, pero distintas modas de canalizar su enojo. Y allí donde podía presentarse un arco de redención cuasi perfecto, el film nos lleva a un final a toda orquesta, con un cierre que quizás deja sabor a injusticia pero porque de eso se trata la historia: de reflejar las fallas de una sociedad consumista e impulsiva, donde nadie respeta a nadie y donde lo que prima es el poder.

No, “Misántropo” no es una película “súper original”. Y probablemente haya varios thrillers con una propuesta similar a lo largo de las décadas. Pero Szifrón ha logrado, con todo lo meritorio que eso es, imprimirle un sello propio a un género que viene en picada y que, en este caso, rescató lo mejor de sí mismo para renacer. “Misántropo” no será una revolución cinematográfica, pero sin dudas es una gran película y una reivindicación para el género de los policiales.


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